Cada vez que subo a un minibús, veo a la mayoría de los pasajeros más interesados en la pantalla de su celular que en el paisaje urbano. En la mayor parte de esas pantallas está desplegada una página de Facebook. Es innegable que el medio de comunicación más influyente y con mayor llegada hoy es internet, a pesar del reducido ancho de banda, la velocidad de tortuga y los precios abusivos que sufrimos en Bolivia. Y Facebook parece ser el portal más visitado por los bolivianos.

Y es que esa red social le permite a cualquier persona publicar sus ideas, aspiraciones y opiniones; algo que antes estaba reservado solo a “líderes de opinión” o a quienes, por algún misterio improbable, tienen acceso a una columna de prensa, como esta humilde servidora. Facebook se convierte entonces en un periódico personal, donde veo publicadas cada día, cada hora, las noticias cotidianas de las personas que me interesan y donde publico cuando quiero lo que yo considero importante, chistoso o indignante, rompiendo, entonces, el monopolio de la palabra y de la relevancia por parte de la prensa escrita.

Hay, sin embargo, problemas asociados a este acceso ciudadano a la publicación irrestricta de su propia palabra. Un periódico cualquiera tiene la responsabilidad de contar con un comité editorial, que es legalmente responsable de mentiras, difamaciones o manipulaciones que puedan surgir en sus páginas. No existe tal filtro en Facebook. Cualquier persona puede acusar a otra de cualquier cosa, puede publicar fotos agresivas, puede iniciar una campaña de bullying, puede incitar a la discriminación o la violencia, y nadie puede hacer nada al respecto.

Umberto Eco decía que las redes sociales le han dado a legiones de imbéciles, que antes solo hablaban en el bar, la posibilidad de competir por el espacio público con filósofos o premios Nobel. Pero no es cierto. Los filósofos y los premios Nobel rara vez pierden su tiempo discutiendo en Facebook, por lo cual, las redes sociales le abren un espacio sin competencia a quienes quieran opinar de cualquier temática, con o sin conocimiento de causa y en general sin ninguna responsabilidad sobre las consecuencias de sus ideas.

El colmo llega cuando la llamada prensa “seria” toma como fuente las redes sociales, y publica como verdaderos los rumores y diatribas que se publican en Facebook. Sucedió en el caso de Kemel Aid y Ghilmar Luque, ambos fallecidos como resultado de la violencia con la que usualmente resolvemos nuestros problemas en la familia y en la calle. Según informaban la prensa y Facebook durante los días inmediatamente posteriores a los hechos, Kemel Aid habría escuchado los gritos de auxilio de la novia de Ghilmar Luque y habría intervenido en una pelea entre ambos. En la trifulca posterior tanto Kemel como Ghilmar cayeron por unas escaleras, con tan mala fortuna que ambos terminaron muertos, pero en diferentes momentos. Alguien publicó en Facebook que Ghilmar habría acusado a Kemel de haber querido asaltarlo, esa acusación fue reproducida en periódicos y dio lugar a indignadas publicaciones hasta ser desmentida por la Fiscalía. Pero para entonces, Ghilmar ya estaba muerto, y hasta su muerte fue puesta en duda.

Es sin duda trágico todo lo ocurrido, Ghilmar evidentemente causó toda la violencia al atacar a su pareja; Kemel seguiría vivo si no habría intervenido en una agresión que ocurría a metros de un retén policial; en fin, hay mucho que discutir sobre esta historia. Pero también hay que preguntarse quién es responsable de hacer más triste y más miserable la muerte de Ghilmar por haber publicado una mentira en Facebook.