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Para sustituir el excedente que se agota

/ 31 de julio de 2016 / 04:00

Los datos disponibles sobre el desempeño económico en el primer semestre del año son preocupantes, y abren un signo de interrogación respecto de un crecimiento agregado cercano al 5% para este 2016. Con una caída aproximada del 50% de las exportaciones de gas y 30% del valor de todas las exportaciones, se puede sostener que las principales actividades generadoras del excedente ya no están en condiciones de proporcionar los montos de divisas y recursos fiscales que respaldaron el modelo de redistribución sin transformación productiva de los 10 años pasados.

Un gran esfuerzo de inversión pública podría quizás sostener por un año más un nivel de crecimiento suficiente para un nuevo reparto de aguinaldo extra, pero tal política implicaría, entre otras cosas, una merma significativa de las reservas internacionales, es decir, un gasto sin retorno del excedente acumulado en el ciclo de bonanza externa. El efecto de contracción neta del excedente no cambia si es que la inversión pública se financia con créditos externos (en términos cada vez menos favorables), puesto que dichos créditos solo constituyen un anticipo de recursos, que algún día tendrán que ser debidamente pagados con exportaciones genuinas.

Todo hace pensar que las autoridades económicas consideran que a corto plazo se revertirá el ciclo externo recesivo, lo que alentará de nuevo el alza de precios de la energía, los minerales y los alimentos. Tal supuesto contrasta, sin embargo, con la opinión de los observadores internacionales mejor informados sobre las dinámicas de la economía mundial en el mediano plazo. Las perspectivas son sombrías en el agregado global, debido a la pérdida de dinamismo de las economías emergentes de Asia, la severa crisis de la Unión Europea y la mediocre recuperación de Estados Unidos después de la crisis de 2008. Los motores del crecimiento global están funcionando a media fuerza, la fragmentación y el proteccionismo constituyen los rasgos predominantes en la economía mundial, y todo eso se expresa a su turno en una formidable turbulencia social y política, acompañada de violencia ciudadana, intolerancia, atentados terroristas y crisis humanitarias de dimensiones desconocidas en el pasado.

Nuestro entorno suramericano ha ingresado a su vez en una situación de contracción en las economías más grandes, junto a una inédita parálisis de los principales mecanismos de integración y cooperación. La canasta completa de nuestras exportaciones enfrenta, por tanto, sombrías perspectivas.
Frente a un panorama externo de tales características, ya no cabe dedicarle mucho ingenio al debate sobre los factores que impulsaron el desempeño de 2004 a 2014, centrado en la pregunta ahora ociosa: ¿buena suerte o buenas políticas? En algún momento, sin embargo, habrá que discutir sobre las oportunidades perdidas en el auge del excedente, particularmente en lo que se refiere a la omisión de transformaciones relevantes del aparato productivo y la profundización en cambio del modelo extractivista dependiente.

Lo que ahora importa es la discusión de las orientaciones estratégicas y las políticas correspondientes para evitar retrocesos en materia social, corregir las distorsiones en el ámbito del empleo y ampliar de verdad los márgenes de autodeterminación nacional. La sustitución imprescindible de las fuentes del excedente requiere una estrategia plausible de impulso sistemático a la productividad, acompañada de un esquema coherente de incentivos a la inversión privada, pautas racionales de distribución de los frutos del crecimiento genuino entre los salarios, las utilidades empresariales y las recaudaciones fiscales. Pero nada de esto se podrá alcanzar sin la voluntad política de auténtica concertación de medidas efectivas para enfrentar la crisis en el corto, mediano y largo plazo.

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Estamos bien, vamos mal

/ 13 de abril de 2014 / 05:30

Las cifras disponibles sobre el desempeño económico al finalizar el primer trimestre de este año corroboran lo que ya anticipaban varios analistas y organismos internacionales. La economía mundial está perdiendo impulso; la recuperación en los países industrializados no se consolida; el crecimiento de algunas de dichas economías es positivo, pero ciertamente insuficiente para bajar el desempleo hasta niveles socialmente aceptables.

También el entorno sudamericano tiene dificultades y todo hace pensar que la supuesta “década de América Latina” no logró materializarse. Los resultados de los diferentes países son diversos; unos pocos mantienen un ritmo por encima del 5%, pero la gran mayoría se ubica en niveles inferiores a los del quinquenio pasado.

Para el análisis boliviano importa lo que ocurra con nuestros socios comerciales, especialmente Brasil, que es el principal comprador de nuestro gas natural y, por consiguiente, también el soporte principal de nuestra bonanza externa y fiscal de los últimos diez años. Los pronósticos sobre esa economía anuncian dificultades tanto en materia de un menor crecimiento general, así como de un aumento de las presiones inflacionarias, todo lo cual complica el último tramo de la gestión de la presidenta Dilma Rousseff.

Los indicadores bolivianos también apuntan a un cambio de tendencias. El crecimiento de las exportaciones en el primer trimestre ha sido mínimo. La tasa de aumento anual de las reservas internacionales también ha disminuido notoriamente. Los gastos del Gobierno en año electoral tendrán un aumento significativo, pero no está garantizado que los ingresos evolucionen a la par. Todo indica que este año el Gobierno será más cauteloso en cuanto a los incrementos salariales en comparación con el pasado. La reciente oferta de incremento no muestra la generosidad con la que se manejaron los salarios en el pasado, y es probable que la autoridad financiera esté ya anticipando que tendrá que cumplir el compromiso del doble aguinaldo si la economía crece por encima del 4,5%, meta que no parece difícil de alcanzar este año. Considerando que el Estado es el principal empleador  del país, también sus arcas resentirán en mayor proporción el peso de este gasto extraordinario. Los indicadores mencionados deben ser complementados todavía con la referencia al servicio de la deuda pública, que ha crecido notoriamente a lo largo del año pasado. Si se suman todos estos gastos, no sería sorprendente que las cuentas fiscales muestren un déficit a fin de año, por primera vez desde que Evo Morales ejerce el gobierno.

Vistas las cosas con ojos del oficialismo nada de esto es preocupante, y la comparación con otras economías su-   damericanas todavía resulta altamente favorable. A corto plazo puede haber una cierta justificación para tal autocomplacencia. En un horizonte más largo, la evaluación resulta menos favorable.

El conjunto de indicadores macroeconómicos no se ha expresado en efecto en una tasa de crecimiento promedio por encima de la que se alcanzó en el anterior ciclo de bonanza externa de los años 70. Tampoco se ha superado la enorme vulnerabilidad respecto del deterioro de los términos del intercambio, y eso se manifestará más pronto que tarde en la situación del sector minero, cuyos problemas ya se han puesto claramente de manifiesto en estas semanas. Si no se pudo establecer un nuevo orden minero en la época de bonanza de precios, será muy difícil hacerlo cuando éstos bajen a un nivel inferior.

Para cambiar la matriz productiva se necesita un enorme impulso a la inversión privada de capital en el sector industrial, y eso requiere un cambio de enfoque de la política económica que ha prevalecido hasta ahora, algo difícil de esperar en un año electoral.

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