Chile nos duele
Hay un pueblo que no tiene nada que ver con las cinco o seis familias dueñas del territorio chileno.
Chile es parte del imaginario y el pensamiento del despojo permanente para Bolivia. Recordemos que la “guerra del gas” de octubre 2003 empezó como algo intuitivo en la población, como reacción a la advertencia de que nuestro gas iba a ser vendido a Estados Unidos pasando por Chile. Lo que más indignó a la población no fue tanto que las empresas transnacionales gringas eran las que más se iban a beneficiar con este negocio, sino que nuestro gas iba a pasar por territorio chileno.
¿Qué nuestro gas pase por Chile? No pues, ¡por Chile absolutamente nada! Y al grito de “¡chilenos ladrones!”, empezó un camino que en un principio no produjo reflexiones ni diálogos más profundos; pero luego, como resultado de esa cruzada política, logramos recuperar la dignidad de nuestro pueblo y la ubicación de los verdaderos ladrones del gas, de los depredadores de los regalos que la Pachamama hizo a sus wawas aquí en el territorio de Bolivia, como los minerales, la madera, etc.
El caer en cuenta que hay un pueblo chileno que no tiene nada que ver con las cinco o seis familias dueñas del territorio del país vecino ha sido algo muy importante, que hoy nos permite, de ambos lados de la frontera impuesta entre Bolivia y Chile, encontrar espacios de diálogo y coordinación de luchas entre hermanas.
Santiago de Chile es una ciudad inmensa, con costos de vida insoportables que son disimulados con las tarjetas de crédito. Este sistema tiene moralmente atrapada a la gente en un imaginario de deudas; y esta forma de sometimiento rige en gran parte del territorio chileno. Antes que una conciencia de explotados o explotadas se tiene una conciencia de deudores; y eso resta fuerza para luchar y rebelarse, porque instaura en el imaginario de la gente una existencia ilegal, ilícita, una culpa; aunque en realidad son víctimas del capital y del neoliberalismo.
Calama es otra herida en nuestros pueblos. En la actualidad, los territorios del norte chileno son clasificados por el Estado como zonas contaminadas, zonas saturadas, zonas de peligro y zonas de sacrificio. La sinvergüenzura y el cinismo de las compañías transnacionales, de las empresa de explotación del cobre y del plomo y de otras firmas responsables de la contaminación de ese territorio llegan al extremo de afirmar que en algunas de aquellas zonas contaminadas todavía se puede vivir, mientras que otras han sido calificadas de alto riesgo, pero de todas maneras hay personas viviendo en esos lugares. ¡Imagínense!, zonas de sacrificio. O sea, nuestras hermanas y hermanos que viven en esos lugares van a morir —ellas y sus wawitas— literalmente “hechos mierda”.
Es imprescindible sentir al pueblo chileno con el corazón, con la compasión y la rabia digna de nuestras luchas de hermanas y hermanos. Debemos separar aquellos cuerpos hermanos de la prepotencia y de la verborrea soberbia de la ignorancia, expresión de los sectores dominantes y gobernantes.
En Antofagasta acaban de prohibir la fiesta de la comunidad boliviana por el 6 de agosto. Esto demuestra la amargura de quienes son derrotados por la alegría de quienes celebramos el “mar para los pueblos”.