Icono del sitio La Razón

El lobo en la puerta

Los nuevos récords climáticos del primer semestre parecen confirmar que 2016 será el más caluroso de la historia, acompañado por un marcado descenso en las precipitaciones y una de las sequías más severas registradas. Estas condiciones extremas han preparado el terreno para lo que podría ser la peor temporada de incendios en la Amazonía, según pronósticos de la agencia espacial estadounidense (NASA) que advierten un riesgo mayor al de 2005 y 2010, los años más secos y con mayor superficie quemada que ha tenido la región.

La idea de una temporada de incendios peor a la de 2010 resulta alarmante, considerando que ese año el fuego arrasó más de 6 millones de hectáreas de bosques y pastizales en Bolivia, de las que casi la mitad ocurrieron en Santa Cruz. Actualmente los focos de calor reportados en ese departamento ya superan en casi 70% al récord de 2010 por estas fechas, según datos del Sistema de Monitoreo y Alerta Temprana de Incendios Forestales de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN), que también reporta condiciones de humedad de la vegetación por debajo de las observadas en 2010 y altos niveles de riesgo de incendios para la mayor parte de la región durante la primera semana de agosto.

Hoy, además de estos escenarios extremos que ya se veían venir por la tendencia cíclica y creciente de los incendios forestales, estamos ante una nueva dimensión de esta problemática: el fuego ha dejado de ser un problema que parecía exclusivo del área rural para golpear las puertas del radio urbano, poniendo en riesgo viviendas y vidas humanas sin diferenciaciones. El rápido y desordenado crecimiento urbano ha ocasionado que las nuevas urbanizaciones construidas en medio de pastizales y monte queden expuestas a la amenaza de los incendios, constituyéndose en un nuevo tema de preocupación y de movilización de los vecinos.

Los desafíos son complejos y demandan un cambio de paradigma en la forma de encarar la gestión de incendios forestales, ante escenarios donde los extremos emergen como la nueva normalidad y la sequía es parte de ésta. Las respuestas deben partir de políticas, estrategias e instrumentos de planificación que busquen soluciones a los problemas de desarrollo con una visión integral y de largo plazo. Es necesario sentarse a dialogar y buscar conciliar los diversos y a menudo opuestos intereses y posiciones en torno al manejo del fuego, a fin de articular esfuerzos entre todos los niveles del Estado y sectores de la sociedad civil, que resulten en acciones mancomunadas acordes con la magnitud de una temporada de incendios que apenas comienza.