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Homenaje a la patria

‘Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía’ (Simón Bolívar).

/ 17 de agosto de 2016 / 04:46

Patria es un concepto que engloba un espacio geográfico, una sociedad activa y viviente, un conjunto de personas unidas por ilusiones colectivas, fauna, flora, una historia y una esperanza. Es el solar que nos vio nacer, que vio crecer los anhelos de nuestros padres y donde deseamos maduren los sueños de nuestros hijos. Patria, dulce término que representa uno de los conceptos más puros del hombre. No es meramente una bandera o un mapa, es algo más, es aquel mundo que nos permite vivir en este mundo.

Para hablar de Bolivia es preciso nombrar, es preciso decir Simón Bolívar, quien a su vez expresó que “más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía”.

Para comprender a nuestra patria, admirar su naturaleza y amarla, basta decir: Illimani, Tiwanaku, ruinas de Samaipata, el Chapare… Para referir la historia de Bolivia es importante significar los postulados de igualdad, libertad y fraternidad. Fraternidad significa hermandad, unión entre los hermanos. Pirámide firme de la libertad individual y de la igualdad espiritual. Para agradecer a la historia, para testimoniarla, es preciso amarte, Bolivia. Es preciso cantar: “Esta tierra inocente y hermosa que ha debido a Bolívar su nombre es la patria feliz donde el hombre goza el bien de la dicha y la paz”.

Desde el 6 de agosto de 1825, fecha y año de la independencia de Bolivia, hasta muy avanzado el siglo XXI, el acento de nuestros poetas estuvo inmerso en el romanticismo. Franz Tamayo escribió contornos y recodos de nuestra historia y, naturalmente, en sus versos aparecieron imágenes de su mundo interno, habitado por el dolor más tremendo y la más negra desventura. Matices aparte y guardadas las proporciones, se aplica a la poesía de este romántico, pues Tamayo se refugió en cantos forjadores de perdurable belleza: “Es ésta, oh Psiquis, la montaña ingente; de aquí se mira la llanura inmensa, horizontes que siguen a horizontes, lontananzas detrás de lontananzas”.

Moral y luces son los polos de una república: moral y luces son nuestras primeras necesidades. Como soldado, Antonio José de Sucre fue la victoria. Como magistrado, la Justicia, como ciudadano, el patriotismo, como vencedor, la clemencia y como amigo, la lealtad.

Yo no aspiro sino a la gloria y mi gloria es inseparable de la de mi patria; ni puede haberla para quien se separe de ella. “Espero que los posteriores acontecimientos le darán todavía pruebas más notorias de que yo no quiero vivir ni morir sino para Bolivia y en Bolivia” es la expresión de Andrés de Santa Cruz que retumba cada 6 de agosto al recordar la independencia de Bolivia.

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En el Día del Trabajo

La jornada de ocho horas de trabajo es hoy una realidad cotidiana en gran parte del mundo

/ 5 de mayo de 2017 / 04:11

El 1 de mayo fue elegido por los trabajadores para manifestarse, al unísono, contra las condiciones laborales a las que se hallaban sometidos. Y si desde su nacimiento esta fecha fue adoptada a nivel mundial fue porque, por encima de nacionalidades y colores, todos los obreros tenían en común el máximo denominador de pertenecer a la misma clase trabajadora.

Desde hace varios años la principal meta era oficializar internacionalmente la jornada máxima de ocho horas de trabajo, anhelo que solo unos pocos, en escasos países, lograron alcanzar, mientras que muchos otros trabajaban 14 horas interrumpidas o más, sin discriminación de edad ni sexo.

Está claro que la jornada que marca un hito en esta lucha es aquella organizada el 1 de mayo de 1886 en Chicago por los obreros sindicalizados de EEUU y Canadá, para que se pusiera en práctica las ocho horas. No obstante, desde la época de los grandes constructores que edificaron los principales y más antiguos edificios del mundo la jornada de trabajo asomó de ocho horas. Estos “albañiles libres” simbolizaban incluso sus herramientas para que su obra sea repartida con equidad durante las 24 horas. De ahí se conoce la regla de 24 pulgadas, que en épocas remotas aclaraba la diferencia entre “vivir para trabajar” o “trabajar para vivir”. De ese instrumento de la arquitectura se desglosó que ocho horas debían destinarse al trabajo, ocho al estudio, y ocho horas al descanso reparador.

Con todo, el movimiento en demanda de esta consigna iba en ascenso y no faltaron empresas que concedieron la jornada de ocho horas mucho antes del 1 de mayo de 1886. Pero las empresas más “comprensivas” eran las menos. La mayoría se aferraba a sus privilegios, y la prensa hostigaba a las autoridades para que trataran con mano dura a huelguistas y agitadores.

Las condiciones de los trabajadores de Chicago se encontraban precisamente entre las peores. A la jornada de 14 o 16 horas se sumaba el hacinamiento en viviendas de mala muerte. Muchos obreros solteros dormían en los corredores de esas viviendas y los salarios apenas alcanzaban para cubrir una alimentación deficiente.

Así, año tras año se fueron ganando pequeñas parcelas para la justicia social. La jornada de ocho horas es hoy una realidad cotidiana en gran parte del mundo, lo mismo que otras muchas mejoras sociales, que europeos, norteamericanos y bolivianos y algunos países del hemisferio sur disfrutan ampliamente. En esta fecha universal es que nos permitimos mirar por encima del hombro a un pasado que deberíamos recordar con agradecimiento.

* es periodista y escritor, director de la revista GBT de turismo.

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Cochabamba querida

La llajta es y será siempre el referente de la ciudad jardín del país, el corazón que une a toda Bolivia.

/ 22 de septiembre de 2016 / 04:38

Recordar el 14 de septiembre, efeméride del hermano departamento de Cochabamba, es elevar un homenaje a la revolución, es levantar testimonio a sus héroes que legaron su sangre por esta tierra promisoria.  

Fue el 14 de septiembre de 1810 cuando el caudillo Don Esteban Arce, quien nació en Tarata (1770), acompañado de Francisco del Rivero y un grupo de valerosos patriotas organizaron la toma del cuartel realista, símbolo del poder y totalitarismo de la Corona española, acontecimiento que derivó en la instauración de un gobierno revolucionario y el inicio de la lucha por cerca de 15 años hasta lograr la independencia total en todo el país en 1825.

Como parte de esta lucha independentista un grupo de mujeres se atrincheraron en la colina de San Sebastián, en el lugar conocido como la Coronilla, y protagonizaron una valerosa batalla contra el ejército enemigo. Durante tres horas los soldados realistas dispararon contra las revolucionarias en cuatro flancos, asesinando a 30 de ellas. Hoy se preguntan en todo el mundo, ¿qué pasó con estos espíritus valientes? La respuesta es enfática: murieron en el campo de honor.

Hoy Cochabamba, con avenidas, áreas verdes y arboledas cultivadas, parques, prados y jardines, remansos de lagunas, es el jardín de Bolivia, poblada de algarrobos, sauces, ceibos y tarcos, en cuyas hojas expandidas asoman pájaros musicales. Es también el menú para agasajar los paladares del mundo; es la naturaleza mágica del Chapare; es arte, cultura, turismo, antropología y más.

Al pie de sus amigables troncos se construyen hornos de pan con aroma a eucalipto para mitigar el apetito de fornidos labradores, junto a la “chicha buena” que alegra corazones y atiza amistades. Cuenta con el mayor mercado al aire libre de Sudamérica, llamado La Cancha. En sus barrios perviven distintas ferias que aportan al desarrollo del departamento. En años recientes se encontraron en Cochabamba importantes reservas de gas natural, lo que lo convierte en uno de los principales departamentos productores de este energético.

Los cochabambinos se sienten orgullosos de haber nacido en este valle florido, cuna de grandes personalidades que cambiaron la historia del país, como Simón I. Patiño, Adela Zamudio, Augusto Céspedes, Augusto Guzmán, Jaime Laredo, entre muchos otros.
Su cultura se basa en sus creencias, tradiciones y costumbres. Entre sus peregrinajes de fe está una de las más importantes festividades religiosas de

Bolivia. Nos referimos a la Virgen de Urkupiña, denominada también “patrona de la integración nacional”, que da cita a los católicos y visitantes extranjeros, sumiéndose en la dualidad de una celebración religiosa, como una expresión auténtica de la religiosidad y de la cultura boliviana.

La llajta es y será siempre el referente de la ciudad jardín del país: un corazón articulador de la unidad de los bolivianos y el progreso de todos.

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Nuestros abuelos

Cuando se llega a la cima de la vida, uno puede reclamar con todo derecho el respeto de los demás.

/ 2 de septiembre de 2016 / 04:23

El papa Francisco expresó que “es una cosa fea ver a los ancianos descartados, es pecado. El anciano somos nosotros, dentro de poco, dentro de mucho”. Lo que me recuerda un antiguo proverbio encontrado en un monasterio de Baltimore que aconseja: “Acata dócilmente el consejo de los años, abandonando con donaire las cosas de la juventud”.

Nuestros abuelos nos enseñaron que uno, al hacerse viejo, tiende a considerar los fenómenos morales, los extravíos y degeneraciones de los hombres y de los pueblos como caprichos de la naturaleza. Queda así el consuelo de que después de cada catástrofe vuelven a brotar la hierba y las flores, y que tras de cada aberración los pueblos recuperan sentimientos morales que parecen comportar, pese a todo, una cierta normativa y estabilidad.

Cuando se llega a la cima de la vida, desde donde se contempla una trayectoria personal conformada por caídas y triunfos, puede reclamar un derecho, el del respeto de los demás. El ser honrado es la corona de la ancianidad. En el joven hay algo de anciano, y en el anciano hay algo de la juventud. Nada hay más agradable que una ancianidad rodeada por las inquietudes de la juventud. Pero terminada la juventud, la naturaleza de la edad permite convertirse en sabios, porque todo lo saben, pero ya no lo pueden hacer.

Si la sobrevivencia es un esfuerzo poco humano, ¿qué se podría decir de la alegría? De cuando en cuando los ancianos dan un aullido lastimero o enseñan los dientes a las personas que pasan, pues cuando forman largas colas para cobrar sus rentas les parece que todas las cosas hacen un camino rendido bajo el fardo de su destino, y que ninguno tiene el suficiente vigor para danzar con ellos sobre los hombros. Podemos observar que, pese al declinar de las fuerzas y facultades, hay una vida que sigue creciendo y complicando cada año la infinita red de sus relaciones y engarces. Mientras se mantiene despierta la memoria, nada se pierde del pasado ni de lo transitorio.

¿Qué sería de quienes llevan un cuerpo gastado si no fuesen poseedores de ese libro ilustrado que es el recuerdo de lo vivido, y con lo cual se sienten ricos? De viejo es cuando se ve por primera vez lo rara que es la belleza y el milagro que supone que crezcan flores entre las fábricas, y que entre los periódicos y los papeles haya también poesías. En esta realidad se presenta el anciano de las calles, el que forma largas colas para cobrar rentas que bordean los límites de lo indigno, descansando sobre unos hombros que muchos sobrellevan y que presentan la figura de otro anciano.

A la distancia parece asomar aquella juventud que evoca cada esquina del ayer inalcanzable. El recuerdo agiganta su vitalidad, y cuando la mente permite volver a la niñez o a la adolescencia, la evocación suma horas y días en silencio, en los que se rememora la pasada juventud bañada de sol en el claro invierno.

Los ancianos y ancianas conocen los resabios de las sociedades que se fueron extinguiendo en diferentes ciudades. También han sido testigos del esplendor económico que permitió el mantenimiento de ciudades atractivas y hospitalarias. Han vivido hazañas políticas y procesos democráticos de diferente índole. Conocieron el esplendor de las épocas de antaño. Contemplaron con ojos admirados cómo el asfalto se volcaba sobre calles pedregosas para darles aspecto de ciudades modernas. Algunos asistieron a la Guerra del Chaco y repiten sin tregua cuánto hicieron por la patria, y cómo ésta solo los recuerda una vez al año, en oportunidades cívicas que ellos viven como los últimos pasos de un camino largo y sin retorno.

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Desde el teleférico

La Paz, ‘cuna de libertad y tumba de tiranos’, se amplifica por todo el departamento.

/ 8 de julio de 2016 / 03:39

La Paz metropolitana no es un espacio callado. En toda esquina, pasaje y callejón se levantan testimonios de hechos expresados con sentimientos y a veces con lágrimas. Las avenidas aparecen avasalladas de automóviles, y las aceras muestran el caminar de transeúntes dispuestos a la amistad. Los pasajes o arterias sin salida relatan presencias que sacrificaron su vida y sus nombres las alumbran. Muchas viviendas antiguas, que los años las tienen invariables, permiten respirar el aroma de sus principales encantos. En ellos hay evocación, razón de ser, nostalgia, sonrisas; toda una colección de estampas vividas.

Una callejuela lleva el apellido de Jaén, protomártir de la independencia, que el 16 de julio de 1809, junto a Pedro Domingo Murillo (líder la rebelión), desconocieron, mediante el manifiesto de la Junta Tuitiva, a las autoridades españolas y proclamaron la liberación. Murillo intentó escapar, pero fue capturado. Lo ahorcaron el 29 de enero de 1810. Antes de morir expresó: “Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar, ¡viva la libertad!”.

Esa es la ciudad, la ciudad de todos, la ciudad fraternal abierta a quien llega a sus puertas y penetra en el maravilloso universo de cotidiana existencia. Pero no es solo la ciudad; La Paz, “cuna de libertad y tumba de tiranos”, se amplifica por todo el departamento, también de fiesta en fechas julias, porque cada provincia, así como los 10 millones de bolivianos, se enorgullece de aportarle vida a la patria soberana.

Desde el teleférico asoma La Paz que jamás desaparece. Se encuentra presente el escenario de ayer, y desde la cabina observamos la coexistencia de todos sus barrios. Se extiende como un aguayo infinito y multicolor, abierto a la esperanza hecha canción, bajo el cielo de un azul inmaculado que despista al invierno y abre sonrisas en la multitud caminante por sus calles, llenas de alegrías y tristezas; inspiración de poetas que desmigajaron sus ideas para cantarle con sentimiento estrofas arrancadas de la preciosidad de un entorno, que la encierra entre cumbres elevadas, escoltas del excelso Illimani. Sus tres picos elevados al cielo como virtudes teologales en oración hacen del grandioso nevado la eterna postal de bienvenida al visitante.

Los reinos de la naturaleza se extienden por todas sus provincias, donde lo atractivo nace desde su propia tradición apoyada en el arte: música, literatura, pintura, fotografía y escultura; en creatividad de personajes nacidos en cada región, cuyos nombres se escriben en los anales de la cultura boliviana. La belleza incomparable del lago Titicaca, bendecido desde el santuario de Copacabana, aún nos deja escuchar a 1.000 sirenas con sus voces de cristal. Alcemos una copa para celebrar a La Paz en su día memorable, así como a los forjadores de la ínclita ciudad.

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Fiesta para renacer

Para Bolivia, la circunstancia astronómica invernal tiene una importante relevancia filosófica.

/ 25 de junio de 2016 / 04:06

El solsticio de invierno, en el Año Nuevo Aymara, significa una fiesta espiritual para renacer; una puerta abierta para lograr vencer las limitaciones; un círculo de equilibrio entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte; un espacio en el que todo puede ser trasmutado con la voz de nuestros ancestros, en el canto eterno unido al corazón de la Madre Tierra y la Pachamama.

En las culturas modernas estas reuniones son aún apreciadas por la exaltación emocional, porque representan algo que esperamos en el momento más oscuro del año. Éste es en especial el caso de las poblaciones que habitan cerca a las regiones polares del hemisferio. Los efectos depresivos del invierno en los individuos y las sociedades están vinculados al frío, al cansancio, al malestar y a la inactividad. Además, la falta de luz solar en los cortos días del invierno aumenta la secreción de la melatonina en el cuerpo, empujando el ritmo circadiano de sueño a uno más largo.

Celebraciones de mitad de invierno que ocurren en la noche más larga del año a menudo piden una floración perenne, brillante iluminación, grandes fuegos artificiales, fiestas, la comunión con el prójimo; y por la noche, un esfuerzo físico por el baile y el canto son ejemplos de terapias culturales de invierno que han evolucionado como tradiciones desde el comienzo de la civilización. Estas tradiciones pueden agitar el conocimiento, evitar el malestar, reiniciar el reloj interno y reavivar el espíritu humano.

La fiesta está perfectamente integrada en nuestra cultura, y nada ha podido desenraizarla de nuestros corazones. Los antiguos indígenas del altiplano se regían por fenómenos astronómicos, que les servían de guía para saber el momento en que debían iniciar las faenas agrícolas y ganaderas, como siembras, cosechas y esquilas a los camélidos andinos. Para Bolivia, la circunstancia astronómica invernal tiene una importante relevancia filosófica. La naturaleza es el panorama de inspiración para el Año Nuevo Aymara y un espectáculo del aparente trayecto traslativo del Sol como una representación del equilibrio que mueve al mundo. Comienza cuando asoma el solsticio de invierno que trasciende al nuevo ciclo agrícola. En esa fecha, los amautas encuentran el punto clave para que retorne el reordenamiento de la Tierra.

El solsticio de invierno es oportunidad para meditar, con el fin de poner lo mejor de nosotros mismos en procura de ejercitar una mejor patria. Este cambio que hace la naturaleza conlleva a conquistar la necesidad de reactivar nuestra voluntad en pos de una renovación. Es un momento de reflexión destinado a compartir sentimientos, cual semilla de fraternidad entre todos los bolivianos, irradiados por el brillo de los primeros rayos del Sol, con la esperanza de lograr la unidad que nos inspira a unificar nuestras emociones en la alegría de la vida.

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