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Extraer o emprender

Desde su fundación, Bolivia ha dependido de la extracción de sus recursos naturales como factor de acumulación. En el siglo XIX la plata fue la principal fuente de ingreso, en el siglo XX dominó el estaño, luego vino el auge petrolero para, en los últimos años, ser el gas el recurso que hoy permite crear riqueza y generar condiciones para un crecimiento relativamente estable.

Cada época de auge tuvo como denominador común una bonanza que devino por una alta demanda traducida en elevados precios de la plata, estaño, petróleo y gas, que luego de un ciclo se deprimieron hasta el punto de que no se podían cubrir ni siquiera los costos de producción, y mucho menos contribuir a las arcas del Estado con regalías, impuestos o utilidades de las empresas públicas. Los años posteriores se caracterizaron por elevados déficits fiscales, presiones inflacionarias e incremento en las tasas de desempleo, sin opciones reales para desarrollar otras áreas de la economía, por ser ésta altamente dependiente del sector productivo extractivista. Al respecto, la historia económica nos advierte que es muy riesgoso concentrar la capacidad productiva en un solo sector, sin generar opciones alternativas que permitan mitigar tal exposición.

Ciertamente Bolivia tiene potencialidades en diversas áreas como el litio, el hierro, la energía y otras, que sin embargo sin grandes inversiones en el corto plazo no podrán redituar utilidades en el futuro. Cabe entonces preguntarse qué alternativas se tiene para satisfacer las necesidades del presente. El desafío radica en que, además de contar con sectores extractivistas, se vislumbre una economía de amplio espectro en la que predomine la capacidad de generar riqueza a partir del talento humano, como motor alternativo a la explotación tradicional de los recursos naturales, lo que, por su propia esencia, tiende a agotarse. Una posible alternativa es el fomento del espíritu emprendedor de los bolivianos, de tal manera que se generen opciones reales de promoción económica a partir de la creación de empresas intensivas en mano de obra, impulsando en este sentido círculos virtuosos de empleo de calidad. Pero para ello es imprescindible brindar los incentivos correctos.

Afortunadamente en los últimos 10 años el mercado interno se ha fortalecido, y hoy mucha más gente tiene el suficiente poder adquisitivo para adquirir productos otrora reservados a unos cuantos sectores; no obstante, resta dirigir el consumo hacia la producción nacional. Para tal efecto se requiere de una decidida acción estatal de sustitución de importaciones, que limite el ingreso, particularmente de contrabando, de bienes que podrían ser producidos internamente, siendo el Estado en todos sus niveles el principal consumidor. Ahora es el momento justo para dar el impulso definitivo a la industria nacional, y de esta manera romper las cadenas del rentismo.