La mayoría de la población sabía que este 2016 el invierno se avecinaba con intensas sequías en gran parte del país, desde el altiplano, pasando por los valles, hasta las tierras bajas; de todas maneras este fenómeno no ha dejado de sorprendernos, desde que este año el agua del Poopó apenas lo definía como lago. Así surgen una serie de preguntas que muchas veces quedan sin respuestas sólidas. ¿A qué se debe esta prolongada y aguda sequía? ¿Es el cambio climático? ¿El Niño? ¿Qué pasará en el futuro? ¿Vamos a tener más sequías como ésta?

Analizando los datos actuales, en varias regiones del país se identifican diferentes patrones. Por ejemplo en Cochabamba la Laguna Alalay y la represa de La Angostura se encuentran en niveles dramáticamente reducidos. Además, productores de esa región están sufriendo por la falta de lluvias mucho más que en el pasado. Un análisis climático indica que este año llovió solo 2 milímetros por cada metro cuadrado (mm/m2) entre marzo y abril, prácticamente nada, cuando el promedio normal está entre 80 y 90 mm/m2. Esto explica el déficit hídrico en esa zona, pero no nos dice nada sobre las causas.

Se sabe que el fenómeno de El Niño trae sequías fuertes, sobre todo en el altiplano y los valles. Pero hay otra tendencia que es aún más alarmante. Las temperaturas en todo el país se incrementaron entre 0,5 y 1°C en los últimos 30 años a causa del calentamiento global. De hecho, julio marcó un nuevo récord de calor en todo el mundo. A mayor temperatura, mayor pérdida de agua por evaporación desde los suelos y transpiración de las plantas. Para Bolivia son consecuencias graves, como una época seca más larga y más intensa. El Niño y el cambio climático conformaron una alianza catastrófica este año en el altiplano y los valles. Por otro lado, la sequía también está mermando la producción agrícola de Santa Cruz, fundamental para la seguridad alimentaria del país.

Tradicionalmente el fenómeno de El Niño no genera sequías en las tierras bajas. Sin embargo, en los últimos 35 años éstas tienden a ser más fuertes y más largas, con mayor ascenso de temperatura; y el inicio de lluvias se registra cada vez más tarde. 2016 marcó un nuevo récord de la disminución de agua (20% de lluvia en el norte integrado y hasta -50% en la Chiquitanía norte en el primer semestre del año).

Previsiblemente, esta nueva tendencia generada por el cambio climático va a generar consecuencias graves: pérdida de cosechas, muerte de animales, traslado de agua en camiones para abastecer a la población y una larga cadena de impactos ambientales. La mala noticia es que el cambio climático va a continuar en las siguientes décadas; las sequías seguirán aún más graves y frecuentes, con mayores impactos para todos nosotros.