Voces

Monday 9 Sep 2024 | Actualizado a 04:23 AM

Ancianos sin amparo

Una de las razones de la proliferación de geriátricos privados es la ausencia del Estado.

/ 24 de agosto de 2016 / 04:50

Según datos del Servicio Departamental de Gestión Social, en La Paz existen al menos 25 geriátricos, pero solamente dos, el asilo San Ramón (ubicado en la zona Sur de la sede de gobierno) y San Martín (en El Alto), cuentan con el aval de la Gobernación y las condiciones necesarias para operar; y otros tres (Vida Plena, Años Dorados y Almendros) están en proceso de acreditación.

El resto, por carecer de los permisos y controles correspondientes, funciona de manera irregular, lo que da lugar a que en algunos de estos albergues los adultos mayores vivan en condiciones deplorables, e incluso son víctimas de maltratos y abusos de parte de los responsables.

Por ejemplo, a raíz de una serie de denuncias, en 2013 la entonces viceministra de Defensa del Consumidor, Sonia Brito, realizó inspecciones sorpresa a 15 geriátricos de la ciudad de La Paz; encontrando una serie de irregularidades. Verbigracia, en el asilo Virgen del Socavón, en Bella Vista, una persona parapléjica de 53 años tenía el cuerpo plagado de llagas por falta de higiene y de cuidados apropiados. Además, los colchones de todas las habitaciones estaban podridos por el orín. Lo propio ocurrió con Sol y Paz, en Irpavi, hospicio que albergaba a ancianos con severos cuadros de desnutrición y diversas enfermedades, debido a la falta de alimentos y a la insalubridad que imperaba en el lugar, que fue clausurado.

No sobra recordar que una de las razones detrás de la proliferación de geriátricos privados es la ausencia del Estado en este rubro. Y es que solamente en 15 de los 339 municipios del país existen asilos municipales, según datos de la FAM. En cuanto al ámbito privado, un informe de la Defensoría del Pueblo publicado sobre esta temática en 2014 advertía que el 80% de los ancianos que viven en hospicios han sido abandonados por sus familiares, y que el 20% de este último porcentaje acude a esos lugares huyendo del maltrato, por extravío o a solicitud de los hijos.

A ello se suma que en 2014 esta misma entidad registró 3.133 denuncias de vulneración de derechos humanos de adultos mayores en toda Bolivia, lo que convierte a este sector en el tercero que sufre más abusos, después de las mujeres, la niñez y la adolescencia. Además de maltratos físicos y psicológicos, la mayoría de los casos se relaciona con el despojo de sus bienes, principalmente inmuebles y dinero, perpetrado generalmente por familiares cercanos. Estas iniquidades no se limitan al hogar, sino también a la Justicia, pues son muy pocos los casos de abuso remitidos a la FELCC que han sido resueltos.

Es de esperar que estas cifras así como la conmemoración del Día del Adulto Mayor, que se celebra mañana, sirvan para recordar que si bien el Estado debe invertir recursos para impulsar el goce de los derechos de los ancianos, es responsabilidad de todos y cada uno garantizar su cumplimiento.

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No

Claudio Rossell Arce

/ 8 de septiembre de 2024 / 07:55

El título también pudo haber sido “nada”, ya que, en muchos casos, es lo que queda después del no, pero no hay que adelantarse. Si hay una palabra clave en el núcleo de la existencia humana es, sin duda, el “no”. Este adverbio, tan cortante como definitivo, es no solo una partícula lingüística fundamental, sino también una herramienta retórica sofisticada y una fuente de debate filosófico desde hace milenios. Desde la vida cotidiana hasta la metafísica, el «no» no solo niega, sino que, irónicamente, construye, aunque eso parezca un oxímoron.

Desde el punto de vista lingüístico, el “no” es un adverbio de negación, una de las primeras palabras que se aprende de la lengua materna; sin ella es imposible rechazar, contradecir o, simplemente, evitar lo que causa disgusto: “no quiero comer verduras”, “no iré a la fiesta”, “no me interesa tu opinión”. Es una joya de dos letras que puede transformar una proposición afirmativa en su contrario y dar la capacidad de negar el mundo tal como se nos presenta.

Sin embargo, no es solo su función descriptiva la que merece atención, sino también su capacidad de introducirse en la lógica del discurso y la interacción social. Desde negar verbos (“no quiero”), hasta adjetivos (“no es bueno”) o incluso oraciones completas, el “no” permea la vida diaria de todas las personas, sugiriendo que la capacidad de decir “no” es, de hecho, la primera lección en autodeterminación, aunque sean muchos quienes no toleran el rechazo.

En el ámbito de la retórica, el “no” es una herramienta multifacética: usado hábilmente, puede ser un arma cargada de ironía, sarcasmo o de profunda reflexión. Cuando alguien dice “No quiero parecer grosero, pero…” es evidente que lo que sigue no será precisamente un cumplido. En el lenguaje persuasivo, el “no” se usa para abrir nuevas posibilidades, negando una afirmación solo para enfatizar otra: “No es que lo estés haciendo mal, pero podrías hacerlo mejor”; en esta negación retórica, no solo se construye tensión, sino que también se dirige la atención del oyente hacia lo que se desea destacar.

El “no”’ es, sin duda, un excelente maestro en el arte de sugerir, rechazando algo para traer otra cosa al primer plano. Menos retórico es el “no” pronunciado ante quienes, confundidos por la canción de Sabina, creen que hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no; muchos de esos rechazados siguen buscando el sí (así sea “camuflajeado”, como recomendaba Arjona hace ya ¡30 años!) y cuando no lo consiguen tienden a descender a los sótanos de violencia.

En filosofía, la negación ha sido objeto de amplias reflexiones. Aristóteles ya hablaba del papel crucial que tiene la negación en la estructura del razonamiento: decir “no” no solo implica una contradicción, sino que establece un límite claro entre lo que es y lo que no es. Hegel plantea que la negación no es meramente destructiva, sino que es creativa, el “no” impulsa el pensamiento hacia nuevas síntesis: la negación de la negación es lo que permite el progreso de las ideas; negar, paradójicamente, construye. Para Kant, el “no” se parece al noúmeno: aquello que está allí, pero nunca podremos conocer completamente; o sea, la nada de los existencialistas.

Finalmente, el “no” tiene valor performativo: decir “no” es una acción concreta y produce realidad. Por ejemplo, al decir “no acepto”, se realiza el acto de la negativa; un “no” en la voz de una autoridad (como un juez o un jefe) puede transformar instantáneamente la realidad de una situación: “No permito esta conducta”, “No se acepta esta evidencia”; el “no” opera como una herramienta de control y regulación, transformando una situación con el mero uso de la palabra. Lo mismo que en un referéndum cuando la gente dice “no”, aunque el jefazo decida desconocer ese rechazo. La historia nos ha enseñado que esos gestos no quedan impunes.

El “no”, entonces, no es solo una pequeña palabra de negación, sino una manifestación de control sobre el lenguaje, el pensamiento y la realidad. Decir “no” puede liberar, ampliar la agencia y molestar al poder, especialmente cuando sus administradores creen que pueden imponerse a punta de mentiras, secretos y censura; a esos les decimos ¡no!

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La juventud que reescribirá el destino

/ 8 de septiembre de 2024 / 07:36

La juventud boliviana ha sido tradicionalmente vista como un sector subestimado en términos de participación política. Sin embargo, en los últimos años, los jóvenes han cobrado protagonismo como actores clave para la transformación social, económica y política del país. A pesar de que Bolivia cuenta con una población joven significativa, su influencia en los procesos políticos sigue siendo limitada debido a múltiples barreras que restringen su participación activa.

Uno de los principales desafíos que enfrentan los jóvenes es la falta de acceso a espacios de decisión. Las estructuras políticas bolivianas suelen ser jerárquicas, excluyendo a las nuevas generaciones y perpetuando prácticas tradicionales. Esta desconexión entre las prioridades juveniles y las agendas políticas ha generado apatía, alimentada por la desconfianza en el sistema y la corrupción. A menudo, esto lleva a que muchos jóvenes opten por mantenerse al margen de los procesos electorales o movimientos sociales.

Sin embargo, Bolivia ha experimentado una fuerte resonancia juvenil en años recientes. Movimientos sociales y estudiantiles como “Estudiantes por la Libertad Bolivia”, “Generación Bicentenario”, entre otros, han surgido para canalizar las aspiraciones de libertad y justicia. Desde estos espacios, han movilizado a muchos jóvenes, quienes luchan por una mayor participación política y por la defensa de libertades fundamentales. Estos movimientos han demostrado que la juventud tiene ideas libres y revolucionarias, capaces de cambiar el futuro político del país.

Como señaló Salvador Allende, “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, hoy, más que nunca, esta frase resuena entre los jóvenes bolivianos que entienden que el cambio es no solo necesario, sino inevitable. La juventud ha dejado claro que su participación va más allá de la protesta; propone soluciones innovadoras y está comprometida con la construcción de un nuevo proyecto de país.

A pesar de las dificultades, estos movimientos juveniles han logrado abrir espacios de debate en la sociedad civil. Sin embargo, la falta de educación cívica de calidad y el acceso limitado a información política siguen siendo obstáculos que impiden una participación más efectiva. Muchos jóvenes carecen de las herramientas necesarias para comprender sus derechos y responsabilidades dentro del sistema democrático. Promover una educación cívica desde temprana edad y facilitar el acceso a formación política resulta fundamental para empoderar a la juventud y potenciar su impacto en la política.

El futuro de la democracia boliviana depende de su juventud. La renovación política y social del país solo será posible si las nuevas generaciones son integradas de manera efectiva en los procesos de toma de decisiones. Para ello, tanto el Estado como la sociedad civil deben trabajar en conjunto para crear espacios, eliminar barreras y generar oportunidades que permitan a los jóvenes liderar el cambio. Bolivia necesita una juventud comprometida, no solo en las calles, sino también en las instituciones, donde su voz, muchas veces ignorada, será clave para construir un futuro más justo, equitativo y democrático.

Sergio J. Pérez Paredes
es historiador

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El éxito no se analiza

/ 7 de septiembre de 2024 / 07:20

Decía César Luis Menotti, entre las tantísimas cosas inteligentes que lo distinguían acerca de su capacidad para leer-escribir el fútbol, que el éxito no se analiza. Eso significaría que el éxito puede derivar en exitismo que consiste en el exceso de celebración luego de conseguido un objetivo. No analizar en el contexto de un resultado feliz lo acontecido en un campo de juego significa que se impone la hora de tirar cohetes y descorchar botellas y que no cabe otra cosa que danzar y saltar, que gritar vivas hasta secar gargantas.

Para el lenguaje empresarial, lo acontecido en el estadio de Villa Ingenio de El Alto es un Caso de Éxito, basado en el modelo aplicado por Fernando Costas, Presidente de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF) en su club, el Always Ready de La Paz, que terminó convirtiendo en equipo alteño con el propósito, finalmente conseguido, de ascenderlo a la división profesional . El pasado 20 de febrero, el llamado equipo de la banda roja le propinó una histórica goleada al Sporting Cristal del Perú (6-1) en su casa a un poco más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, por Copa Libertadores de América. El entrenador de ese equipo era Oscar Villegas, el mismo que hace cuarenta y ocho horas debutó como seleccionador en las clasificatorias o eliminatorias que conducen hacia la Copa del Mundo a jugarse en 2026 en canchas de México, Estados Unidos y Canadá.

Contradigamos por esta vez a Menotti para diseccionar los componentes que dieron lugar a ese rotundo 4-0 con el que la verde boliviana se impuso incuestionablemente a la vinotinto venezolana. En esta misma columna, hace catorce días, se dijo que Bolivia había decidido jugar en el cielo, que subir del histórico Hernando Siles de La Paz al estadio alteño era una apuesta, en primer lugar, por maximizar la ventaja que supone desempeñarse en la altura. Pues bien, este primer argumento puesto en práctica por la FBF ha funcionado a la perfección, en tanto Venezuela decidió no ser ni la sombra de lo que había expuesto en sus partidos de Copa América y de esta misma etapa mundialista que la sitúa en el cuarto lugar de la tabla de posiciones y que hasta el partido con Bolivia estaba invicta con dos triunfos y tres empates.

La recuperación de la ventaja de jugar a cuatro miles de metros sobre el nivel del mar, por lo tanto, funcionó sin fisuras. El argentino Fernando Baptista, seleccionador de Venezuela, se mantuvo invariable, antes y después del partido, en su posición de no referirse al argumento-pretexto de la altura, exhibiendo una ética deportiva infrecuente en el mundillo futbolero caracterizado por las excusas para justificar malos resultados. Queda claro entonces: La altura juega cuando el equipo nacional sabe que hacer en la cancha haciendo valer su condición de anfitrión y en esa medida, así como Villegas supo sacarle ventaja a la ciudad y al estadio en el que jugaba cuando dirigía Always Ready, puso en evidencia su oficio, experiencia y algo que hacía muchísimo tiempo les faltaba a quienes se hacían cargo de la selección boliviana y que pasa por la actitud y el inicio de la construcción de una mística, aspectos claramente expuestos por el joven equipo por el que apostó el seleccionador.

Para completar el análisis, pensemos a continuación lo que sucede con la selección boliviana cuando queda obligada en su condición de visitante a prescindir de la ventaja de la altura. La verde debe jugar en 72 horas contra Chile en Santiago, ciudad que se encuentra al nivel del mar. Nuestra selección llega a ese partido con un abrumador antecedente: La última vez que Bolivia ganó fuera de casa fue el 18 de julio de 1993 precisamente contra Venezuela en Puerto Ordaz (7-1!!!), lo que quiere decir que su último triunfo se produjo hace 67 partidos y 31 años.

A partir de las cinco de la tarde del martes 10 de septiembre, Bolivia estará obligada solamente a pensar en el juego, en su propuesta exclusivamente futbolística frente a una selección chilena que acaba de ser pasada por encima (0-3) en Buenos Aires, por ese equipo de autor como definiera Marcelo Bielsa a la selección argentina campeona del mundo dirigida por Lionel Scaloni.

Villegas tiene clarísimo el guión de su emprendimiento. Dice que en la lista de sus prioridades figura el trabajo que demandará una década con las juveniles, pero que eso no signfica que vaya a descuidar a la selección mayor en la que finalmente, después de tanto debate reiterativo, se ha decidido apostar por una nueva generación de futbolistas que han comenzado esta nueva etapa desatando una celebración que los alteños y las alteñas se merecen. Bolivia ha sabido jugar con la altura a su favor frente a Venezuela. Ahora contra Chile debe dedicar sus esfuerzos nada más que a jugar al fútbol. Los futboleros tan proclives al exitismo, saben que esto recién comienza y que la paciencia es clave para permitir que un trabajo pensado a mediano y largo plazo pueda generar algún fruto.

Julio Peñaloza Bretel
es periodista.

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Creencias demográficas

/ 7 de septiembre de 2024 / 07:17

Estamos en un tiempo en que se tiende a creer solo en lo que ratifica nuestros deseos. Lo que los contradice es sospechoso o producto de alguna conspiración. Por tanto, nuestros esfuerzos no se concentran en analizar razones basadas en datos y menos aún en dejarnos sorprender por lo imprevisto, aunque esté sustentado, sino en seleccionar e insistir en argumentos que ratifican nuestras creencias.

Así avanza el debate sobre los resultados del censo, distrayéndonos de las cuestiones reales que esas estadísticas describen. Guerras al cohete que se sostienen porque hay intereses políticos. Resulta grotesco pensar en sus desenlaces, ¿“abrir todas las cajas” contando manualmente cada boleta censal con testigos de partidos y “cívicos”? ¿“anular el censo” para hacer otro hasta que sus resultados satisfagan a los que se sienten agraviados, que son prácticamente todos?

El corazón del conflicto es una política descompuesta que vive exclusivamente en función de la batalla electoral del 2025. El censo es para ellos únicamente un instrumento más para sacarse la mugre, como los incendios, los dólares y un largo etcétera.

Por lo pronto, intentemos alentar un debate sensato y prudente sobre los datos, por el momento parciales, pues, como ya se sabía, el resto de variables del censo estarán recién disponibles el próximo año. Los especialistas saben que será ahí donde se podrá verificar con gran precisión su consistencia técnica definitiva.

Tendríamos que estar reflexionando sobre la transformación sociodemográfica que esas cifras nos sugieren: el tránsito a un país con menor natalidad y mortalidad, por tanto con menor crecimiento de población, la desaparición de las clásicas fronteras urbano-rurales y la emergencia de conurbaciones con diversos estilos de urbanización, las nuevas practicas culturales de las clases medias o el protagonismo de las mujeres en la economía y los avances en sus autonomías.

Cambios, varios de ellos positivos y expresiones de una sociedad dinámica, que está avanzando, en la que se vive mejor que hace treinta años pese a todo, más integrada social, regional y étnicamente de lo que quisieran los que apuestan a su fractura.

Un país que tampoco es una excepción o una anomalía, que está experimentando a su modo procesos que ya pasaron en la región hace más de dos décadas. Es decir, lo extraño habría sido seguir creciendo en población a las mismas tasas del anterior siglo, como si nada hubiera pasado: la tasa de crecimiento anual intercensal entre 1992 y 2001 fue de 2,7%, de 1,7% entre 2001 y 2012 y de alrededor del 1% entre 2012-2022. La tendencia es clara.

Era previsible que la dinámica demográfica tenía que reducirse en las zonas urbanas centrales, pobladas mayoritariamente por clases medias y personas de mayor edad, mantenerse elevada o acelerarse en los conurbados urbano-rurales aledaños a los centros, donde hay aún mayor movilidad y migración interna, y reducirse en las zonas rurales más alejadas. Los datos lo ratifican.

Por ejemplo, la ciudad de La Paz ya evidenció esa tendencia en 2012 y se ratificó en este año, su población se reduce, lo cual se verifica con información de otras fuentes: en 2000, los establecimientos escolares de la ciudad albergaban a 234.000 estudiantes, en 2023 ese número se redujo a 185.000 según el Ministerio de Educación. Las mismas estadísticas muestran una desaceleración del crecimiento de la matricula desde 2016 en El Alto después de un gran salto y en Santa Cruz de la Sierra a partir de 2019.

Otro ejemplo: el padrón electoral, que ratifica grosso modo tendencias que algunas personas insisten en no creer: ya no somos una sociedad con gran número de niños y niñas, la población en edad activa y que puede votar está aumentando, como lo sugiere el dato censal de población contrastado preliminarmente con el padrón. En Perú y Ecuador, por tomar dos casos, la población mayor a 18 años representa el 70%, como ahora en Bolivia, y en Argentina 74%.

A todos esos fenómenos, los demógrafos le llaman transición demográfica. Por supuesto, esos razonamientos precisan ser confirmados, evaluados y contextualizados en los diversos escenarios socioterritoriales del país. Hay que hacerlo, si las discrepancias se refieren a esas preguntas, todos ganaremos, lo otro es instrumentalización política y pérdida de tiempo.

Armando Ortuño Yáñez
es investigador social.

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El terreno baldío de internet

/ 7 de septiembre de 2024 / 07:13

En enero, tuve la extraña experiencia de asentir junto con el senador Lindsey Graham, de quien generalmente se puede confiar en que está equivocado, mientras reprendía al supervillano Mark Zuckerberg, director de la empresa matriz de Facebook, Meta, sobre el efecto que sus productos tienen en los niños. «Tienes sangre en las manos», dijo Graham.

Esa noche, moderé un panel sobre la regulación de las redes sociales entre cuyos participantes se encontraba la fiscal general de Nueva York, Letitia James, una cruzada progresista y quizás la antagonista más efectiva de Donald Trump. Su posición no era tan diferente de la de Graham, un republicano de Carolina del Sur. Existe una correlación, señaló, entre la proliferación de algoritmos adictivos en las redes sociales y el colapso de la salud mental de los jóvenes, incluidas tasas crecientes de depresión, pensamientos suicidas y autolesiones.

Debido a que la alarma sobre lo que las redes sociales les están haciendo a los niños es amplia y bipartidista, el psicólogo social Jonathan Haidt está abriendo puertas con su nuevo e importante libro, La generación ansiosa: cómo el gran recableado de la infancia está provocando una epidemia de enfermedades mentales. El cambio en la energía y la atención de los niños del mundo físico al virtual, muestra Haidt, ha sido catastrófico, especialmente para las niñas.

La adolescencia femenina ya era una pesadilla antes de los teléfonos inteligentes, pero aplicaciones como Instagram y TikTok han acelerado los concursos de popularidad y los estándares de belleza poco realistas. (Los niños, por el contrario, tienen más problemas relacionados con el uso excesivo de videojuegos y pornografía). Los estudios que cita Haidt, así como los que desacredita, deberían acabar con la idea de que la preocupación por los niños y los teléfonos es solo un pánico moral moderno, similar al lamento de generaciones anteriores por la radio, los cómics y la televisión.

Pero sospecho que muchos lectores no necesitarán ser convencidos. La cuestión en nuestra política no es tanto si estas nuevas tecnologías omnipresentes están causando un daño psicológico generalizado como qué se puede hacer al respecto.

Hasta ahora, la respuesta ha sido no mucho. La ley federal de seguridad infantil en línea, que fue revisada recientemente para disipar al menos algunas preocupaciones sobre la censura, tiene los votos para ser aprobada en el Senado, pero ni siquiera ha sido presentada en la Cámara. Pero aunque parece probable que la ley se apruebe, nadie sabe si los tribunales la ratificarán.

Sin embargo, hay medidas pequeñas pero potencialmente significativas que los gobiernos locales pueden tomar ahora mismo para lograr que los niños pasen menos tiempo en línea, medidas que no plantean ningún problema constitucional. Las escuelas sin teléfono son un comienzo obvio, aunque, en un perverso giro estadounidense, algunos padres se oponen a ellas porque quieren poder comunicarse con sus hijos si hay un tiroteo masivo. Más que eso, necesitamos muchos más lugares (parques, patios de comidas, salas de cine e incluso salas de videojuegos) donde los niños puedan interactuar en persona.

Si queremos empezar a desconectar a los niños, debemos ofrecerles mejores lugares adonde ir.

Michelle Goldberg
es columnista de The New York Times.

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