Icono del sitio La Razón

No soy vasallo

Como justificativo para mi ingenuidad, argumentaré que era muy joven cuando en los primeros años de la década de los 90 pregunté al arqueólogo Carlos Ponce Sanginés, quien entonces era mi esposo, si asistiríamos a la cena que la Cancillería ofrecía a la reina Sofía de España, a la que estábamos invitados: “No soy vasallo”, me respondió. Así como nunca fue vasallo, Ponce Sanginés fue el único movimientista que dejó su partido cuando Gonzalo Sánchez de Lozada asumió la jefatura, y uno de los más exacerbados luchadores contra Goni y la capitalización.

Pero más que político, Ponce Sanginés, fallecido hace 11 años, fue un científico, reconocido internacionalmente como el mejor arqueólogo de Bolivia y quien realizó una tarea titánica en defensa del patrimonio boliviano, excavando, restaurando, catalogando y protegiendo varios sitios arqueológicos cuando fue director del Centro de Investigaciones Arqueológicas en Tiwanaku, y más tarde como director del Instituto Nacional de Arqueología (Inar). El arqueólogo consideraba que las piezas no debían salir de su lugar de origen por ser justamente un patrimonio de los pueblos, y en las que se encontraba la historia de las culturas precolombinas, por lo que su valor, más allá de lo monetario, era incalculable.

Posteriormente a su salida como autoridad, y con una insignificante donación española, se construyó en Tiwanaku un pequeño museo regional y luego uno lítico, ambos de mala calidad, y con los que nunca estuvo de acuerdo, por parecerle insuficientes y hasta miserables respecto a la magnitud de los restos de la cultura que debían albergar y proteger. Ponce Sanginés quería que en Tiwanaku se construyese un museo que ocupe las hectáreas necesarias para albergar los objetos líticos, cerámicos, metálicos, óseos y de otros materiales, en el que además se puedan estudiar y restaurar las piezas con laboratorios apropiados, conservarlas en ambientes con temperatura y humedad idóneos, y exponerlas al público como se merecen. El recinto debía contar también con bibliotecas, librerías, salas para conferencias y coloquios, así como espacios para la interacción social. En su gestión se elaboraron los planos del museo por la arquitecta Gloria García de Terrazas.

En la vasta producción bibliográfica de Ponce Sanginés figura un libro, que ya es una rareza, titulado Arqueología subacuática en el lago Titikaka, escrito en coautoría con los arqueólogos Johan Reinhard, Max Portugal, Eduardo Pareja y Leocadio Ticlla, en el que se describen las 12 exploraciones subacuáticas que se habían realizado hasta 1992 en el lago sagrado.

Por la fotografía publicada en los pasados días con la noticia de las 16 piezas de oro y plata recuperadas en la Isla del Sol, me parece que la estatuilla de oro corresponde a la duodécima exploración realizada por Reinhard y en la que también se encontraron piezas de cerámica y líticas de las culturas tiwanakota e inka. Entiendo que estas piezas se encontraban originalmente en el museo de la Isla del Sol.

La noticia de la recuperación de las piezas arqueológicas viene acompañada con otra que señala que el próximo año se construirá un museo en Tiwanaku, necesario a todas luces, y más aún en estos momentos de resurgimiento de los movimientos indígena-originarios y de recuperación de nuestra identidad y dignidad en la gestión de Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia.