En los días recientes, me puse a meditar sobre las ventajas para Estados Unidos si tuviese un partido republicano real, un partido que ofrezca una alternativa seria de centro derecha para los demócratas. Tales ideas mejorarían el debate público y ofrecerían a los estadounidenses una opción clara y positiva, y no la campaña de dibujos animados que poseemos actualmente.

Donald Trump tuvo la oportunidad de renovar su campaña esta semana y logró descarrilarla. Pero olvidemos el desvío por un momento. El discurso tan anunciado de Trump en el cual estableció sus políticas económicas fue una mezcla de populismo, hipocresía y alcahuetería. Prometió proteccionismo, guerras comerciales y cortes de impuestos para los ricos, y no propuso ningún cambio para los programas de asistencia social, de rápido crecimiento en Estados Unidos. Fue ideológicamente incoherente y físicamente irresponsable.

¿Cuándo comenzó el deterioro intelectual republicano? De acuerdo con el escritor conservador David Frum, en su brillante libro Dead Right (Muerte de la derecha), comenzó en los años de Reagan. Históricamente el partido republicano trató siempre con la disciplina fiscal. Reagan había atacado brutalmente a Jimmy Carter por acumular déficits y deudas. Sin embargo, en el final de los períodos de Reagan la deuda nacional se había triplicado.

Los republicanos reconocieron que, se diga lo que se diga, la población no quería cortes en los programas del Gobierno. El país era, tal como dijo George Will, “ideológicamente conservador pero operacionalmente liberal”. Ese fue el momento de la verdad de los republicanos, argumenta Frum, y ellos parpadearon. Desde ese entonces, la mayoría de los candidatos presidenciales republicanos han prometido al público enormes recortes tributarios sin una limitación de gastos real para pagarlos. El resultado, por supuesto, ha sido déficits masivos. El único republicano que intentó adherirse a alguna noción de conservadurismo fiscal, George H. Bush, fue atacado y destruido por su pecado por conservadores liderados por Newt Gingrich.

Hoy en día los planes económicos republicanos simplemente no son serios. En las primarias, los tres candidatos principales del “partido de disciplina fiscal” (Marco Rubio, Ted Cruz y Donald Trump) presentaron planes que sumaban $us 8 billones, $us 10 billones o $us 11 billones de deuda en la próxima década (de acuerdo con estimaciones del Centro de Políticas Tributarias imparcial). Incluso el muy respetado Paul Ryan propuso un plan con un agujero de $us 2,4 billones de deuda. Estas grandes lagunas son encubiertas con asunciones mágicas de un crecimiento mayor y las usuales llamadas vagas de terminar con el desperdicio, el fraude y el abuso.  En cambio, sin importar si uno está de acuerdo o no con el plan económico de Hillary Clinton, sus números tienen sentido.

Los planes de Trump son una repetición de estas técnicas deshonestas. Él propone grandes recortes tributarios. Sin embargo, no los paga, y asume los usuales números de crecimiento falsos para hacer que luzcan mejor en papel. Promete cortar regulaciones y dijo en una manifestación la semana pasada que los podría reducir un 70% o 75%, lo cual es tan absurdo que ni siquiera él debe creer que aquello es cierto. Su nuevo giro es el proteccionismo. No obstante, incluso aquí la técnica es la misma. Realiza promesas descabelladas que nunca será capaz de cumplir.

Imaginemos, en vez de todo esto, un partido republicano que crea firmemente en un gobierno limitado y que proponga políticas que sean coherentes con estas creencias. Podría presentar un plan serio capaz de racionalizar el rígido y corrupto código tributario de Estados Unidos; simplificaría la estructura, incluso recortando tarifas, pero solo en la medida en que éstas fueran pagadas por mayores ingresos del cierre de vacíos existentes, deducciones y créditos.

Imaginemos un partido republicano que se enfocara menos en recortes tributarios para los ricos y más en un mejor acceso al mercado para los pobres y la clase media. Por ejemplo, un partido que propusiera no eliminar Obamacare, sino reformarlo, utilizando mecanismos de mercado más fuertes, permitiendo una mayor competencia y transparencia en los precios y servicios.

Imaginemos un partido que presentase planes específicos para cortar las regulaciones que dificultan la formación y el crecimiento de pequeñas empresas, y que alentara a las grandes empresas a contratar más trabajadores y realizar nuevas inversiones (en vez de enfocarse en ingeniería financiera y en la recompra de acciones). Un partido que animara a las regiones a deshacerse de los requerimientos de licencia en constante expansión, establecidos para alejar la competencia (en la década del 50, menos del 5% de los empleos requerían una licencia. Actualmente, un 29%, con un coste de casi 3 millones de trabajos, según estimaciones del profesor Morris Kleiner, de la universidad de Minnesota, quien ha estudiado la temática ampliamente). Tal como ha descubierto la fundación Kauffman al encuestar pequeñas empresas, se preocupan mucho más acerca de demasiadas regulaciones que por sus tipos impositivos.

Los sistemas políticos necesitan debate y opciones. Pero para que éstos sean útiles, ambos partidos deben aceptar ciertas reglas informales: que sus propuestas sean serias y coherentes y que sus números tengan sentido. Estados Unidos se beneficiaría enormemente si el partido republicano se enfocara en sus ideas principales, y fuese un partido sustancial, orientado al mercado, de centro derecha. Pero por ahora, esto sigue siendo un sueño.