Dilma destituida
Rousseff insiste en que su destitución constituye un ‘golpe de Estado’ legislativo.
Luego de meses de incertidumbre y guerra política en Brasil, ayer la presidenta constitucional de ese país, Dilma Rousseff, fue destituida del cargo por la Cámara de Senadores para afrontar un juicio político, acusada de haber “maquillado” cuentas públicas y “pedaleado” recursos fiscales. La exmandataria insiste en que se trata de un “golpe de Estado” legislativo.
El proceso, iniciado a fines de 2015, tuvo que esperar hasta abril de 2016 para que se cumpliesen los requisitos formales y fuese posible apartar a la Presidenta del cargo a fin de que prepare su defensa, cosa que hizo hasta ayer, cuando luego de casi una semana de comparecencias de los testigos de cargo y descargo, incluyendo una última interpelación a Rousseff (en la que afirmó un gran temor por la democracia, o su desaparición), la Cámara Alta votó por 61 votos a favor y 20 en contra de la destitución e inicio del juicio propiamente dicho.
Aunque Brasil sufre una severa recesión económica que ya ha costado el empleo a tres millones de trabajadores, y un escándalo por corrupción que enloda a prácticamente toda la clase política (con múltiples acusaciones de sobornos pagados por la estatal Petrobras a diferentes líderes políticos, comenzando por el expresidente Luiz Inácio da Silva, Lula), el juicio a Rousseff es por haber maquillado cuentas públicas y “pedaleado” recursos fiscales (es decir, diferido pagos a los bancos públicos hasta crear una deuda de varios miles de millones de dólares) para asegurar el financiamiento de programas de asistencia social, prácticas habituales en anteriores gestiones de gobierno, según afirman los defensores de la exmandataria y expertos en la materia.
Su sucesor, el exvicepresidente Michel Temer, quien junto a su partido abandonó en diciembre pasado la coalición que hizo presidenta a Rousseff en 2014, y que desde abril gobernó en calidad de interino y ayer fue nombrado formalmente primer mandatario, tiene una agenda conservadora y orientada a implementar severos recortes al gasto público para equilibrar el déficit fiscal. Su gran debilidad está en una ostensible falta de popularidad —varios medios brasileños recuerdan constantemente que nunca ganó elección alguna— agravada por el perfil de su gabinete, formado exclusivamente por varones blancos, tres de los cuales tuvieron que renunciar en su primer mes de gestión por estar involucrados en el escándalo antes nombrado, y en un Congreso dividido y sin lealtades claras.
En rigor, el procedimiento para apartar a Rousseff del cargo para el que fue electa se apega a la Constitución brasileña, pero las intenciones detrás de su inicio y las previsibles consecuencias que tendrá el cambio de gobierno abonan a la hipótesis de que se trató de un golpe parlamentario; es previsible que la comunidad internacional tenga mucho qué decir al respecto en los próximos días.