De las mentiras, su yapa
Antes los políticos tenían el monopolio de la mentira, pero ahora lo comparten con algunos medios.
En el acto de promulgación de la ley solicitada por los medios de comunicación al Gobierno, que amplía plazos de vigencia de uso de frecuencias para radio y televisión, el presidente Evo Morales compartió su experiencia. Lamentó por ejemplo que en muchas ocasiones sus ministros solicitaron rectificación de alguna información considerada errónea y algún jefe de información negó ese derecho; que en algunos medios de oposición los voceros de la oposición parecen reporteros de la institución porque ni faltan a los noticieros ni a los programas de opinión; que hay medios que mienten abiertamente y citó “la información” de que una ministra de Estado estaba embarazada por uno de sus colegas de gabinete, y preguntó si los periodistas no nos damos cuenta de cómo ese tipo de mentiras pueden afectar la dignidad y la propia vida de una persona y su familia. Y agregó que desde que era dirigente sindical se le insinuó que pague por entrevista.
Las primeras reacciones dentro de la sala de promulgación de la ley fueron de autocrítica, de admisión que el escenario descrito tiene mucho de real. Luego empezaron las críticas, con argumentos trillados (lo que no quiere decir que necesariamente sean falsos, pero que en esta ocasión pretenden encubrir ciertos hechos) sobre el papel de los medios en la sociedad, su relación con el poder, acerca de su independencia, cómo los medios incomodan y jamás deben llevarse bien con el poder, e incluso se dijo que el denunciante está obligado a probar que existe corrupción en el sector y el gremio.
Asustan esos brotes de falsa dignidad que aparentan una defensa a ultranza de la libertad de expresión para intentar ocultar un evidente desmoronamiento de la ética, de la pérdida de la función principal del periodismo y los medios que es informar (no desinformar), buscar la verdad (no mentir). Está en extremo claro que hay medios y periodistas que desean que el actual Gobierno se vaya cuanto antes, como sea y al costo que sea. Incluso al costo de envilecer el ejercicio del periodismo.
Hasta hace poco los políticos parecían tener el monopolio de la mentira. Desde hace poco, ese monopolio lo comparten con algunos medios y algunos periodistas. Me quedo corto. Pasaron la posta a algunos medios y algunos periodistas; porque ellos, los políticos, no eran creíbles; y periodistas y medios, sí. Todos ejercemos nuestro derecho de apoyar o estar en contra de cualquier gobierno. El “pero” está en la forma. La mentira, por muy patas cortas que tenga, siempre hará daño y no solo a quien la padece, sino también al gremio y a la sociedad.
La sarta de mentiras que se han difundido con tanto fervor para que la oposición gane el referéndum de febrero están a la vuelta de la esquina, y no me he enterado que medios o periodistas que se esforzaron en amplificarlas hubiesen pedido disculpas a sus públicos engañados. Por supuesto que mucho menos se disculparán de sus víctimas directas. Más bien se esmeran por mostrarse como defensores de la libertad, abanderados del derecho a la información y guardianes de la democracia.
¿Qué de bueno puede parir la manipulación y la mentira? Ejemplos hay de sobra, pero está cerquita el papel de los medios en cuanto a la manipulación y el enunciado de mentiras para justificar la invasión militar a Irak. Y sobre la presunta corrupción: ¿presunta? ¡Que se presenten pruebas, por favor!