La figura que había modelado en arcilla se partió al calor del horno. Ella ha escapado del horror de la guerra en Siria, para soportar un viaje de agua, frío e incertidumbre, y llegar a un país, Grecia, que no estaba en su lista de preferencias y del que ahora no puede salir. Sonríe tranquila cuando escucha “se rompió tu cerámica, y no se puede pintar”. Le encuentra un sentido, y con su hija al lado, lo resume en pocas palabras. “No importa, solo es una cosa”.

Cuenta que disfrutó al modelarla, compartiendo conversaciones y silencios con el grupo de mujeres del taller: “Mis dedos se movían sintiendo, y los pensamientos del pasado en Alepo no pesaban”. Y continúa hacia adelante: “¿puedo sentarme al lado de alguien del grupo que vaya a pintar su pieza?”.
Es agosto de 2016 en Atenas, y la escena podría haber sucedido hace ya más de 20 años en los campos de refugiados de los Balcanes. Allí otra mujer, Biljana Plavsic, académica y poderosa políticamente, fue una de las responsables de la propagación del odio que promovió el exterminio y la destrucción que hoy todavía afecta a varias generaciones. Es obvio que hay mujeres y mujeres, como hay personas y personas, y también hay distintas formas de acercarse y entender los impactos de la guerra en la gente. Vemos y escuchamos en los medios información sobre violencias y violaciones contra las mujeres que nos llenan de horror e indignación. Pero no orientan acerca de cómo evitar estas realidades. Se escribe, filma y comenta sobre mujeres en conflictos, sobre su sufrimiento y los horrores que lo causan. ¿Cómo acercarnos y entenderlo mejor? Y, sobre todo, ¿cómo hacer para impedirlo o reducirlo? Desde nuestras rutinas, el espanto nos conmueve y a la vez nos paraliza. La distancia, el miedo o las rápidas inercias profesionales nos impiden acompañar verdaderamente, con dignidad, a quienes han perdido el control de sus vidas.

La Corte de las Mujeres celebrada en Sarajevo en mayo de 2015, fuera de los ámbitos legales formales, con una estructura derivada del trabajo organizativo de varios años, permitió recoger y compartir relatos de mujeres supervivientes de todos los países de la zona balcánica. Durante días, dieron testimonio de su dolor en las últimas décadas, y también de sus estrategias de resistencia para seguir viviendo de la mejor manera posible. Agricultoras, artistas, panaderas, empresarias o encargadas de sus propios hogares (por solo mencionarlas por sus empleos visibles) recordaron a sus muertos y desaparecidos y renombraron la responsabilidad de los agresores en torno a cinco crímenes temáticos. Éstos incluían usar el cuerpo de las mujeres como campo de batalla, y la violencia económica y social.

En otro continente más cerca culturalmente, a pesar de la distancia que muestran los mapas, muchos colombianos celebran estos días el fin oficial de la guerra. Durante décadas, organizaciones y redes han trabajado para reunir, organizar y diseminar las experiencias de las mujeres allá. En La Ruta Pacífica, acompañadas por otros investigadores, han llevado a cabo un trabajo único que abre la puerta a una Comisión de la Verdad desde las mujeres en Colombia. Durante un periodo de más de cinco años, ellas mismas recogieron testimonios de más de 1.000 mujeres. Como proceso colectivo, compartieron experiencias de violencia distintas e iguales. Son mujeres coincidentes en sus reivindicaciones: que nos escuchen, que nuestra verdad sea visible y se reconozca como parte de la necesidad de justicia y reparación, que las políticas de tierras y de víctimas respondan a necesidades reales y no solo a intereses diseñados en los escritorios de los cargos públicos, o la obligación del Estado de garantizar los derechos básicos y una igualdad efectiva. Ahora se difunde y devuelve esta experiencia en talleres y eventos por el territorio colombiano y comienza a replicarse en otros países.

Cada vez hay más mujeres y hombres que eligen estar durante años al lado de las sobrevivientes para aprender de su pasado, de sus luchas diarias y reconocer las violencias internas y personales que todos llevamos dentro y que siguen presentes después de los conflictos. Lo hacen con constancia, lucidez, cariño, mirada autocrítica y humor, como se cuida todo lo que más importa en esta vida. Trabajan evitando el individualismo, y ejerciendo presión política, coordinándose para ser más eficaces a la hora de influir en lo público. Afrontan con realismo los desafíos que conllevan tiempos pacíficos. Lo más difícil, lo mejor, está por venir.