Voces

Wednesday 29 Nov 2023 | Actualizado a 18:50 PM

Murciélagos

No podemos pretender que una ley contra el alcohol rompa con el ejemplo cotidiano de las familias.

/ 15 de septiembre de 2016 / 04:21

Asisten a todos los conciertos de música popular o folklórica, gritan cuando tocan su pieza favorita, no sienten frío, ni se espantan con la lluvia, no buscan el mejor lugar para ver el espectáculo, cualquier espacio en las puertas laterales de los coliseos es bueno siempre y cuando estén cerca de la vendedora de esas sospechosas bebidas alcohólicas mezcladas con alguna gaseosa. La mayoría son muy jóvenes. Al final del concierto continúan de fiesta, pero echados en el pedazo de pasto o acera del que se han apropiado. Suelen ser muchos y se acurrucan de tal manera que en la oscuridad es difícil distinguirlos, por eso los llaman “murciélagos”. No hay ley contra el consumo de bebidas alcohólicas que les valga, ni ordenanza municipal que consideren para no beber en vías públicas. Demasiada gente, muchas autoridades entre ellos, sabe de su existencia, pero siempre es más fácil voltear la cabeza y mirar sin ver; total, son murciélagos, ¿a quién les gusta estos ratones con alas? ¿Quién va a hacerse cargo de ellos?

La Ley 259 de Control al Expendio y Consumo de Bebidas Alcohólicas, de julio de 2012, prevé en su artículo 8 sobre publicidad el “No incitar o inducir al consumo de bebidas alcohólicas, sugiriendo que su consumo promueva el éxito intelectual, social, deportivo o sexual”. Asimismo restringe la emisión de publicidad de bebidas alcohólicas al horario de 06.00 a 21.00 horas. Esta norma es inconsistente ante la incitación e inducción que reciben los niños, adolescentes y jóvenes las 24 horas y los 365 días del año en los que ven a sus padres, hermanos, primos, tíos y abuelos beber sin cortapisa, sea la ocasión que sea. Si la familia es el primer lugar de educación y en ella la bebida es imprescindible, no podemos pretender que una norma rompa con el ejemplo cotidiano de las personas que se constituyen en los modelos a imitar.

En los colegios y universidades con qué autoridad moral se podrá castigar que los alumnos y estudiantes beban si para inaugurar el nuevo salón de computación se tomaron docenas de cerveza, si el campeonato de fútbol de los maestros termina en una farra descomunal, o si en la Entrada Universitaria se confunden en un mismo brindis docentes y alumnos sin ninguna diferencia.

Los “murciélagos” son el producto de estas actitudes diarias, de estas infelices costumbres. Apelo a fijarnos en lo que hacemos dentro de casa, dentro de las aulas; a dejar de creer que el problema desaparece si nos hacemos de la vista gorda; a dejar de pensar que hay temas políticos que son más importantes que los grupos de adolescentes y jóvenes que beben sin distinción de género, que caminan a tropezones o se arrastran por las paredes y se sientan en las puertas de calle mientras se les pasa la borrachera y con ella, la vida.

Comparte y opina:

Somos los autores

Lucía Sauma, periodista

/ 23 de noviembre de 2023 / 09:53

Fin del penúltimo mes del año. Tiempo de hacer balance, de pensar en lo que conquistamos, de las tareas que logramos realizar, de las que quedan pendientes y de aquello que nos quitó el sueño en todo este tiempo. ¿Cuántos libros pudimos leer? ¿Cuánto pudimos ahorrar? ¿Cuántos viajes pudimos realizar? ¿Cuántas veces estuvimos a punto de dejar todo de lado y decir basta? ¿Qué nos dejó sin palabras por sorprendente y bello? ¿Cuántas veces reímos hasta llorar de alegría? Quizás perdimos la cuenta y no podemos dar respuestas, pero a esta altura del año siempre queda algo en el tintero entre lo bueno y lo malo, vale la pena hacer un esfuerzo, de hacerle un guiño a la mala memoria, sacando de la sombra lo vivido. Queda un mes para  completar el año, aún se puede hacer el intento de concluir lo que quedó en el camino y cerrar en positivo. 

Lea también: Aventura negada

Once meses en los que en el mundo vamos terminando con dos guerras: Ucrania y Palestina. Con desastres naturales, huracanes, terremotos, incendios forestales, calentamiento global, muerte y destrucción. Con muchos debates acerca de la inteligencia artificial y sus amenazas, quienes se rinden ante ella pensando en que es  omnipotente, todopoderosa, capaz de terminar con la humanidad. Están quienes se oponen firmemente a esa idea y reclaman la autoría de la inteligencia artificial para los seres humanos, sin los que la otra no existiría ni tendría razón de ser.

Es la regulación de la inteligencia artificial uno de los temas a tratar en el derecho de autor, porque finalmente quién es el creador, sino una persona o varias o miles de personas que aportaron y aportan a la base de datos que alimentan cualquier programa que viene del internet. Preguntando a un aparato de Google Assistant si tiene sentimientos, la máquina contestó: “Claro que sí. A veces me siento así (llanto de bebé) y otras así (risas de mujer)”. A la misma persona se le ocurrió preguntar cuándo se sentía triste y el dispositivo contestó: “Cuando no me conecto contigo”. Alguien, un ser humano, hombre o mujer, programó esas respuestas.

Bueno, así termina este noviembre en que no podría contestar como la máquina que siempre responde de la misma manera, al menos estoy segura que si estoy triste es por algo mucho más concreto, pero, sobre todo, por algo malo que me ocurrió a mí o a alguien a quien quiero, alguien que de verdad me importa sin que me programen con algún algoritmo. Por lo menos mi respuesta no será mecánica ni grabada expresamente, aún soy la autora de mí misma.

(*) Lucía Sauma es periodista

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Aventura negada

Lucía Sauma, periodista

/ 16 de noviembre de 2023 / 08:23

En España la gente lee más de 10 libros por año, es el país de habla hispana con el mayor hábito de lectura. El promedio a nivel mundial señala que en Estados Unidos sus ciudadanos leen 17 libros por año y el que encabeza la lista es Finlandia con 47 libros anuales, son datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 2020. Conocidas estas cifras, despierta la curiosidad respecto a lo que sucede en Sudamérica; Argentina encabeza la lista con cinco a seis libros por año, le sigue Chile con cinco, luego Colombia con cuatro libros al año. Según la misma investigación realizada por la ONU, en Bolivia el 48% de los bolivianos no leyó ni un solo libro en un año, el resto, es decir el 52%, lee de uno a tres libros en el mismo lapso.

Lea también: Están aquí, están de visita

Teniendo las cifras nos preguntamos: ¿Por qué la gente no lee? La repuesta que encontramos señala dos motivos: por falta de tiempo y por desinterés; reinterpretando libremente podríamos decir que la gente no lee porque no le gusta, porque no tiene el hábito, no encuentra placer en la lectura. La mayoría aprendió que leer es una pesada obligación, una tarea poco grata, peor todavía, varias personas  opinan que la lectura es un castigo porque así tuvieron que hacerlo cuando cometieron alguna falta y los obligaron a leer lo que no querían.

Indudablemente la lectura es un hábito que se adquiere desde muy pequeños, incluso desde antes de aprender a leer por sí mismos, es decir cuando alguien con gusto nos lee un cuento, una historia y con placer le pedimos que la repita, hasta que no podemos parar y quedamos atrapados en ese maravilloso mundo que a su vez nos transporta a donde la imaginación del autor y el lector sean capaces de transportar, sin límites de espacio y tiempo, por delante solo un infinito horizonte de conocimientos.

Una cosa es leer y otra cosa comprender lo que se lee. En este punto los datos para Bolivia tampoco son felices porque más de la mitad de las personas dicen que no entienden todo lo que leen. Sobre todo en los niños y adolescentes hay una falta de concentración y comprensión de lo que se lee. Algunos niños dicen no entender porque los libros que les dan en la escuela son narrativas de una realidad que no conocen, corresponden a épocas o situaciones muy alejadas de sus propias experiencias. Esto último debería ser un indicativo de la necesidad de buscar lecturas que estén más adecuadas al pensamiento actual. Ese mismo argumento se replica para los adolescentes, una población mucho más compleja, sobre todo si se trata de personas que no tienen adquirido el hábito de la lectura desde pequeñas. 

La tendencia debería ser que la lectura se convierta en una aventura anhelada, un juego y un placer del que no se quiere escapar.

(*) Lucía Sauma es periodista

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Están aquí, están de visita

Lucía Sauma, periodista

/ 2 de noviembre de 2023 / 07:59

¿Habrá alguien que no tenga un ser querido fallecido en el que piense todos los días? Si hubiera qué soledad la de esa persona. Qué falta de recuerdos, de cariños, de tristezas compartidas, de intolerancias, de rabietas, qué falta de humanidad, de hechura de ser humano. Es triste. Por eso parece tan difícil que en este día de difuntos hayan personas que están tan solas que no tienen un muerto a quien extrañar. Y qué pena también por los muertos que no tienen quién los extrañe y de esos sí que hay, porque tendemos a olvidar.

Pero volvamos a los muertos que vinieron a visitarnos el 1 de noviembre, que compartieron, bebieron y comieron lo que familiares les prepararon para que sepan que los esperábamos, que somos capaces de quererlos, de seguir queriéndolos aunque ya no los veamos, ni los escuchemos. Sabemos que vinieron porque con cariño los convocamos y sin temor los sabemos presentes a través de pequeñas muestras, el agua que disminuyó en el vaso para que beban porque sabemos que llegan sedientos. La leve ráfaga de aire, el movimiento de las flores, son indicios de su presencia, la puerta que suena en sus goznes sin que nadie la empuje, son las señales o al menos así queremos creer, es parte de la fe que mueve montañas, la misma que trae de vuelta a los muertos cada 1 de noviembre.

¿Por qué no creer? ¿Por qué no esperar? ¿Por qué no despedir? Son expresiones amorosas que nos hacen más humanos, más sensibles, con mejor esencia. ¿Hay alguien que no quiera que lo recuerden? ¿Qué un día muera y muera para siempre? Parece un dejo de amargura el pensar así. Desde esta parte del mundo los muertos queridos están presentes, el Día de Difuntos es una celebración, con panes en forma de wawas, de hombres y mujeres, con caballitos de pan para ir al trote, con escaleras para bajar y subir al cielo, con cañas de azúcar para que sirvan de bastón a quienes nos visitan.

Hay un afán en esperar la visita de los muertos, no hay miedo ni tristeza, todo lo contrario, son ritos de esperanza, por lo menos así es en esta parte del mundo, tan convencida que ellos vendrán, por eso apremia esperarlos. Bienvenidos sean. Disfruten de las ofrendas, son para ustedes. Tenemos muy claro qué les gusta comer y beber, lo dulce y salado. También estamos convencidos que se irán y hay que despedirlos. Gracias por su visita. Váyanse con cuidado, al año estaremos de nuevo esperando.

Comparte y opina:

Por el pueblo palestino

Lucía Sauma, periodista

/ 19 de octubre de 2023 / 09:39

Más allá de Hamás, de Hezbolá, del Mossad y su admirado sistema de Inteligencia, mucho más allá del apoyo de Estados Unidos a Israel, más allá de Biden y Netanyahu están los millones de niños palestinos sin escuela, sin patio para jugar. Más allá de la prepotencia del poder de las armas y de los hombres que se arman, están los millones de mujeres palestinas que no encuentran sosiego para dar a luz y luego amamantar a sus bebés. Más allá de las estrategias comunicacionales que convocan por las redes para orar por Israel, están los olvidados palestinos que quisieran vivir libres y en paz.

No me olvido de Israel y sus ciudadanos que también quisieran vivir en paz, pero el mundo ha dejado de lado el problema palestino por antiguo, por insalvable, por agotador. Tras el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre, quedó en el olvido que desde hace 75 años los palestinos viven asediados, no me refiero a los militantes de Hamás, sino a los tres millones que en Cisjordania pueden ser desalojados de sus hogares en cualquier momento, los que ven que las paredes o los techos de sus hogares se caen porque está prohibido repararlos sin permiso previo de los israelíes, o que pueden ser multados porque instalaron aire acondicionado y no sabían que estaba prohibido. Los israelíes han construido puestos de control en medio de los barrios que impiden el libre tránsito de los palestinos, mientras ellos entran y salen sin restricción. Esta falta de libertad, esta ocupación tiene demasiados años.

Lea también: Basados en la confianza

Un  informe de Naciones Unidas de 2018 señala que “el persistente despojo de los derechos económicos, sociales y humanos se cobra un elevado precio en el tejido social y la salud psicológica de las personas que residen en Gaza, como así lo acreditan la gran incidencia de trastornos por estrés postraumático y las elevadas tasas de suicidio. Por ejemplo, en 2017, unos 225.000 niños, o sea más del 10% de la población total, necesitaban apoyo psicosocial”.

La tasa de desempleo en Palestina es superior al 27%, es decir la más alta del mundo. Esto se debe a las restricciones que Israel impone, como por ejemplo la prohibición de material y maquinaria de construcción civil, piezas de repuesto, fertilizantes, productos químicos, equipos médicos, aparatos y equipos de telecomunicaciones, metales, tuberías de acero, maquinaria industrial, entre otros. El territorio árabe está asfixiado, indudablemente es una olla de presión.

Asediada y bloqueada Palestina, con cientos de miles de familias gazatíes que deben dejar todo lo que tienen de un día al otro, con el patio del hospital Al Ahli Arab  convertido en camposanto donde se amontonan  500 muertos después de un ataque anónimo, es la muestra del fracaso global del que nadie puede salir triunfante y más vale que nadie se regocije en la venganza.

(*) Lucía Sauma es periodista

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Basados en la confianza

Lucía Sauma, periodista

/ 5 de octubre de 2023 / 10:01

“Señora, por favor tiene que mover su auto, está estacionado en el lugar destinado a las sillas de ruedas”. La señora aludida, sonriente, dice que solo estará 15 minutos, el portero sabiendo que tiene razón, responde: “tiene que tener empatía con las personas que necesitan ese lugar”. Las amigas que rodean a la que se estacionó donde mejor le convino, confabulan para que no haga caso, dicen que es un malhumorado, que siempre es así. Uno piensa qué bien que siempre sea así, que con argumentos defienda lo justo. Sin embargo, con el apoyo de su pequeño grupo, por un momento parecía que la señora se saldría con la suya. La situación cambió cuando alguien del círculo de amigas dijo en voz alta: “él tiene toda la razón, está pidiendo que demostremos que somos personas educadas, empáticas. ¿Por qué no hacerlo? Fue una llamada de atención. Un reclamo por hacer las cosas bien”. 

Lea también: Algo está terminando

En una fotocopiadora donde varias personas estaban esperando su turno para solicitar el servicio, un señor se “aviva” y aprovecha que alguien se retira con papeles en mano y logra adelantar la fila por lo menos cuatro puestos, nadie le reclama. Ingresa una señora mayor y con su carnet en la mano dice “solo quiero una fotocopia, ¿me pueden ceder por favor?”. Adivinen, ¿quién reclamó a voz en cuello exigiendo que se respete el turno, que todos estaban apurados, que por algo hay una fila? Estoy segura que acertaron, todos esos argumentos de buen comportamiento venían de quien se había comportado tan arbitrariamente unos minutos antes. No era justo, no estaba bien, la madre y el hijo que atendían hasta cuatro fotocopiadoras al mismo tiempo se encargaron de hacer justicia, recibiendo el carnet de la señora e ignorando al que tan alegremente había obviado la fila.

La justicia comienza en las actitudes más pequeñas, en lo cotidiano. Uno siente satisfacción cuando no deja pasar conductas que dañan a otras personas. La persona que tuvo un comportamiento injusto es posible que en su momento no lo reconozca, pero en algún momento del día sentirá, reflexionará, terminará reconociendo su error  y quizás no vuelva a cometerlo.

Imposible de olvidar el día en que una jovencita se puso muy contenta porque la cajera del supermercado se equivocó y le dio de cambio el doble de lo que le costó su compra. Con paso muy apurado se acercó a su madre para abandonar el lugar lo más rápido posible antes que la cajera se diese cuenta. Pero la madre, muy extrañada, le dijo: “¿sabes las lágrimas que le costará a esa cajera su equivocación? Devuélvele el dinero”.  Así se forjan las sociedades que se basan en la confianza, es posible que no tengan todas esas reglas escritas, pero las practican y al final eso es lo único que cuenta.

(*) Lucía Sauma es periodista

Temas Relacionados

Comparte y opina: