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Ley de Identidad

Hace poco escuché un comentario de una mujer sobre lo que a veces escribo en esta columna. A esta mujer no le parece bien que use este espacio para comentar sentimientos ideas y opiniones que hacen a la cotidianeidad. Nada más antifeminista que quitarle a la cotidianeidad, con sus flores y basuras, la reflexión política que nos toca realizar. ¿Desde dónde vamos a pensar, desde dónde vamos a expresar nuestra opinión si no es desde el cuerpo y la vida?, y con mayor razón cuando se defiende el hecho de no ocultar la basura bajo la alfombra de manera que se construya y no se destruya.

La Ley de Identidad de Género, promulgada el 21 de mayo, me parece una norma que en su enunciado no expresa la profundidad de política que tenemos en Bolivia, y más bien afirma concepciones neoliberales que desde la despatriarcalización en nuestro país hemos dado por superadas. El género es una cárcel que aprisiona los cuerpos para disciplinarlos y para afirmar la jerarquía de lo masculino sobre lo femenino; dando por hecho que el cuerpo privilegiado con la superioridad de lo masculino sobre lo femenino es el cuerpo de los hombres. Eso es el género, una cárcel sobre los cuerpos de hombres y mujeres, y una inferiorización de los cuerpos de las mujeres.

Los colectivos LGBT (Lesbianas, Gais, Bisexuales y personas Transgénero) de la región, así como las organizaciones no gubernamentales que son abiertamente queers, es decir, despolitizadores de la sexualidad y las luchas feministas, en Bolivia y en Latinoamérica han celebrado esta norma. Y ahora van por la Ley de Matrimonio Igualitario, como en Argentina, dicen. Qué manera más colonialista burguesa y neoliberal de incluirse en un sistema que siempre ha despreciado y ha atacado a indígenas, a mujeres (especialmente empobrecidas), a maricones, lesbianas y a travestis, entre otros.

Quiero dejar claramente establecido: estoy de acuerdo y defiendo la autonomía de que cada quien decida llamarse como quiera, llamarse y vestir su cuerpo como quiera vestirlo; sin embargo, lo terrible es buscar incluirse en un sistema opresor aceptando y afirmando las cárceles del género, a título de revolucionario. La norma debió ser una “Ley de libertad de identidad”, y así generar una rica reflexión sobre la identidad y los cuerpos. Y más aun tomando en cuenta que las organizaciones feministas vienen siendo atacadas desde afuera y desde dentro de los movimientos, por el colonialismo internacional LGBT, que manipulan los cuerpos, los sentimientos y las luchas, cooptando a sus líderes.

Como lesbiana feminista que puso el cuerpo históricamente en Bolivia cuando ningún gay ni ningún trans estaba dispuesto a hacerlo; como lesbiana que nunca pidió permiso para amar, besar en público o vivir con mi pareja; y como lesbiana que expresó su lesbianismo luchando contra el neoliberalismo, el racismo colonial y, por supuesto, contra el machismo y el patriarcado, llamo a la reflexión, argumentando que para redactar las leyes en la Bolivia del proceso de cambio no basta la buena intención, se tiene que hacer una discusión política y no hacer lo que las presiones internacionales mandan. Se debe profundizar Ley de Identidad de Género para hacerla más contundente, antimachista y despatriarcalizadora.