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Los hospitales como objetivo de guerra

Pedir o dar asistencia sanitaria no debería ser una sentencia de muerte en ningún lugar del mundo.

/ 2 de octubre de 2016 / 17:38

Hasta la guerra tiene reglas. O eso hemos creído siempre. Sin embargo, durante el último año y medio, los ataques contra estructuras médicas se han convertido en una práctica mortífera y habitual en muchos de los países en conflicto en los que trabaja Médicos Sin Fronteras (MSF). Hospitales, personal sanitario y pacientes han sido arrastrados hasta formar parte del campo de batalla, impidiéndonos, como organización humanitaria, llevar a cabo nuestra labor principal de prestar atención médica y salvar vidas.  

Este mes de octubre se cumple un año del brutal ataque a nuestro centro de trauma en Kunduz, Afganistán. En aquel ataque 42 personas perdieron la vida entre pacientes, niños, cuidadores y personal de MSF, y cientos de miles de personas quedaron sin la atención quirúrgica que tanto se necesita en esta región. Pero desafortunadamente, no fue el único incidente. En 2015, 75 hospitales manejados o apoyados por MSF en Siria, Yemen, Afganistán, Ucrania y Sudán fueron atacados. Y en lo que va de este año, ya sufrimos otros 34 en Siria y Yemen. Estos ataques están haciendo, literalmente, la vida imposible.

Los Convenios de Ginebra, cuyo propósito es limitar los efectos de la guerra protegiendo a los civiles —incluyendo pacientes, personal médico y estructuras sanitarias—, no son para nosotros un marco jurídico abstracto. Para nuestros equipos en terreno que están en la primera línea y para nuestros pacientes marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Estos protocolos deberían haber sido suficientes para proteger a colegas como Abdul Kareem al Hakeemi, Lal Mohamed, Nasir Ahmad, Absul Salam; todos compañeros (médicos, enfermeros, limpiadores, guardias, farmacéuticos) que perdieron su vida en ataques intencionados a hospitales en países como Yemen y Afganistán. Es incuestionable que el personal de salud debe poder prestar atención médica a todos aquellos que lo requieran, tanto a la población civil como a los integrantes de los bandos en conflicto, independientemente de su pertenencia política, ideológica o religiosa.  

Si permitimos que estos ataques se normalicen y no se rindan cuentas por ello, entonces estamos dando un cheque en blanco a todas las partes beligerantes. Si bien la Resolución 2286 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobada de forma unánime en mayo se presenta como una nueva oportunidad para reforzar la protección de hospitales y civiles en zonas de guerra, a la fecha nada parece estar haciéndose para evitar que personal médico y pacientes se conviertan en objetivos. Sin una acción decidida, estos gestos públicos no tienen ningún sentido para las víctimas. Al día de hoy, los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia), bien de manera directa o indirecta a través de las coaliciones a las que apoyan, han atacado estructuras médicas apoyadas por nuestra organización. Esto es inadmisible.

Desde MSF continuaremos denunciando estas violaciones flagrantes del Derecho Internacional Humanitario con la legitimidad que nos otorga el testimonio directo de nuestros médicos en el terreno. No dejaremos de solicitar investigaciones independientes que determinen las responsabilidades en cada uno de estos ataques; porque pedir o dar asistencia sanitaria no debería ser una sentencia de muerte en ningún lugar del mundo.

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Crisis humanitaria en el Mediterráneo

/ 17 de mayo de 2015 / 04:00

Antes de asumir como director de la oficina regional de Médicos Sin Fronteras (MSF) para América del Sur de habla hispana, trabajé en un proyecto de nuestra organización en Marruecos, centrado en brindar atención sanitaria a migrantes en su periplo hacia la Europa soñada. Entre los miles de pacientes que atendimos, procedentes en su gran mayoría de países subsaharianos como la República Democrática del Congo, Somalia y la República Centroafricana (para nombrar solo algunos de los que atraviesan desde hace años crisis humanitarias de extrema gravedad), recuerdo especialmente a dos de las madres que atendimos en estado de shock, después de que perdiesen a sus bebés en el hundimiento de la precaria balsa en la que intentaban cruzar el mar Mediterráneo.

Las autoridades marroquíes las habían rescatado y devuelto a tierra, pero ellas no habían podido salvar a sus hijos durante el naufragio.

Aquello nos sobrecogió sobremanera a todos en el equipo. Para los integrantes de MSF, las noticias de los hundimientos y de los fallecidos siempre suponían un golpe muy duro, ya que, en muchos casos, podíamos ponerles nombre y cara a las víctimas, que habían sido nuestros pacientes durante sus largas estancias en el reino alauita, mientras esperaban la forma de cruzar a tierras europeas. Es lo que nos pasó en este caso: conocíamos a esos bebés y las conocíamos a ellas, sus madres, que sobrevivieron para contárselo a nuestros médicos y psicólogos, cuando intentaban curar sus heridas físicas y al mismo tiempo aliviar mínimamente las otras heridas, las que no se ven. Muchas veces el problema es que la “crisis del Mediterráneo” se queda solo en números abstractos, y no somos capaces de ponerles rostro a esas cifras. Hay personas detrás de esas cifras: madres, hijos, nietos; seres humanos que han muerto de ese modo terrible que debe ser ahogarse, petrificados por la hipotermia, por el pánico, o simplemente extenuados por no saber nadar y no lograr permanecer a flote antes de que alguien llegue a salvarlos. A veces nos olvidamos que incluso el nadar puede ser un lujo propio de los países ricos.

Hace pocas semanas, el 18 de abril, más de 800 personas —madres, hijos y nietos (se calcula que cerca de 100 niños perecieron)— perdieron la vida en un solo naufragio en el Mediterráneo. Se trata, en la experiencia de Médicos Sin Fronteras, de cifras propias de una zona de guerra. Estamos ante una verdadera crisis humanitaria. En 2014, más de 3.400 personas fallecieron en el Mediterráneo intentando alcanzar Europa, convirtiéndolo en el año más mortífero para los migrantes en esa parte del mundo. Este año la cifra de víctimas mortales se prevé aún mayor. El 2015 ya registra cerca de 2.000 fallecidos, cuando el verano del hemisferio norte, y por ende las buenas temperaturas que empujan a más personas desesperadas hacia el mar, recién está comenzando.

Las causas se relacionan en parte con la reducción de la asistencia disponible para socorrer a las embarcaciones en peligro. La operación de salvamento de la Marina italiana (Mare Nostrum) fue interrumpida en noviembre del año pasado debido a la falta de fondos que eran proporcionados por la Unión Europea (UE), y desde entonces no ha sido suplida por otra intervención similar. Una vez más, desde MSF denunciamos las fatídicas consecuencias que podía acarrear esta decisión por parte de la UE y sus Estados miembros, que priorizaron la vigilancia y el control de las fronteras frente al auxilio de quienes intentan llegar hacia ellas. Y digo una vez más, dado que en 2013 ya habíamos elaborado un informe basado en nuestras actividades en Marruecos, en el que denunciábamos las consecuencias de las restrictivas políticas migratorias de la UE, su priorización del control de fronteras y la externalización del mismo hacia los países de tránsito.

Hoy somos testigos de los terribles resultados de esa decisión. Como organización médico-humanitaria, debíamos hacer algo para evitar más muertes innecesarias, y esto ha llevado a Médicos Sin Fronteras a emprender por primera vez una acción directa de rescate y atención médica en el mar: desde hace algunas semanas, dos barcos con personal sanitario de MSF —el MY Phoenix junto al Migrant Offshore Aid Station (MOAS) y el MS Bourbon Argos— recorren el Mediterráneo para facilitar la asistencia a personas en peligro.

Independientemente de lo alto que Europa construya sus muros y cuántos obstáculos se coloquen en el camino, los devastadores conflictos y crisis que aquejan hoy en día a países como Siria, Libia e Irak seguirán obligando a la gente a huir de sus tierras de origen, con el fin de salvar sus vidas, llevándolas a tomar cada vez rutas más peligrosas y a asumir riesgos cada vez más grandes. Hasta ahora, el 80% de los refugiados del mundo están siendo recibidos por países con muchísimos menos medios que la UE. Los países europeos pueden y deben hacer mucho más: tienen los recursos, el poder y la responsabilidad de evitar que estas muertes ocurran.

Como nos decía Makone Mare, uno de los hombres rescatados por el MY Phoenix, sobre su decisión de embarcarse y la experiencia en el trayecto: “No hay opciones, no hay alternativas. Soy un ser humano, tenía miedo porque tengo solo una vida para vivir”. Detrás de las cifras, hay rostros y nombres como los de Makone, como los de las dos madres que hace algunos años compartieron su sufrimiento con nuestros equipos. Europa debe crear rutas legales y seguras para aquellos que buscan asilo y refugio, quienes, como sencillamente dice Makone, son seres humanos.

Es director de la oficina regional de Médicos Sin Fronteras (MSF) para América del Sur de habla hispana.

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