Cuando comencé en el oficio del periodismo creía que su mejor o peor acabado descansaba en los agobiantes malabarismos que con destreza debía hacer el reportero para lograr una apariencia de equilibrio, de contrapeso, en el relato que se narraba. Luego me di cuenta que estos necesarios esfuerzos de acrobacia (se trata literalmente de un equilibrismo) en realidad eran los más sencillos de realizar en el oficio y que el agobio que producían provenía más bien de ese caminar sobre la cuerda creyendo que se lo hace sobre una superficie segura.

 Aquel “artista del hambre” de Kafka ya no sorprende a nadie a estas alturas de la historia, menos aún en estas alturas de la historia (3.600 metros por sobre el nivel del mar) donde las personas se privan voluntaria y cotidianamente de alimento sin que esto mueva y menos conmueva a nadie.
El periodista en tanto artista del equilibrio —y aquí hay que poner énfasis a la idea de artificio— nunca sorprendió por sus acrobacias de ecuanimidad ni por sus alardes de simetría a estas alturas de su historia, cuando la parte y la contraparte son una exigencia mínima que la rutina de su labor las ha tornado en otro trámite más, uno cualquiera al alcance de dos llamadas telefónicas.

Este equilibrismo, sin duda, no encanta, no fascina a nadie, es como el artista del hambre kafkiano invitado a hacer cabriolas para entretener a las personas en una huelga de hambre cualquiera de algún gremio de Bolivia.

Entonces, ¿dónde reside el hechizo del periodismo?, ¿dónde su mejor o peor acabado? ¿Tal vez en desbaratar las proporciones, perder el equilibrio rutinario? Sí, hay momentos en que es tan amarga la “verdad” que hay que echársela de la boca (Quevedo).

No se quiera leer en estas especulaciones autorreferenciales (metalenguaje) otra cosa que una meditación sobre el periodismo. No se quiera hacer alguna acrobacia hermenéutica con estas líneas. Se trata solo de un periodista discurriendo de aquí para allá (Dis-cursus) sobre este oficio.

Dejo La Razón después de más de cinco años de haber experimentado profundamente éstas y más preguntas sobre el periodismo. El agradecimiento mayor es, claro, para quienes leyeron algunos o muchos de mis desatinos.