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El negocio del sexo

Esta semana la agenda mediática estuvo plagada de una cuasi “cacería de brujas” contra los clubes nocturnos que habitan nuestra ciudad. Con asombro, vimos caer la efigie del faraón, el símbolo del club nocturno Katanas, tras 15 años de haber sido el símbolo del proxenetismo y la prostitución. Ahora escuchamos que las autoridades, diligentes ellas, clausuraron el Cesar Palace, La Diosa, El Caballito y seguramente a los cientos de locales similares que funcionan en La Paz.

Producto de esto, el jueves de la semana pasada presenciamos la protesta de un grupo de trabajadoras sexuales que exigen al Alcalde regular de alguna manera el trabajo sexual. Se plantea que cerca de 50.000 mujeres en Bolivia son trabajadoras sexuales, viven en condiciones precarias y sufren riesgos de abuso, explotación y muerte. Los hechos recientes han provocado retomar la discusión sobre la prostitución y sus complejas articulaciones. En Bolivia, por nuestra doble moral, nos negamos a admitir que Marco Cámara, propietario de Katanas, es solo la punta del iceberg de una gran industria del sexo que incluye casas de citas, clubes, bares, discotecas, líneas telefónicas eróticas, sexo virtual por internet, sex shops con cabinas privadas, casas de masaje, servicios de acompañantes, moteles, anuncios comerciales y prostitución callejera: una proliferación inmensa de posibles maneras de pagar una experiencia sexual. Está claro entonces que lo que existe no es un único concepto de la prostitución, sino distintas actividades dentro de esta industria y comercio sexual.  

Frente a esto, el Estado tiene una liberal actitud de laissez faire… “Dejar hacer, dejar pasar” e invisibilizar el problema parece ser la mejor opción frente a un inconveniente social de magnitudes astronómicas. El negocio de la prostitución es el segundo negocio mundial más lucrativo, tras el tráfico de armas y antes que el tráfico de drogas. Reporta anualmente ganancias de entre 5 y 7 billones de dólares y moviliza a unas 4 millones de personas. Las mafias y redes de comercio sexual que mueven mucho dinero y están exentas de toda responsabilidad se benefician de la invisibilidad de esta actividad.

El fenómeno de la prostitución plasma en nuestra sociedad la doble moral con que se juzga la sexualidad. En este “negocio” los clientes no sufren ninguna estigmatización, todo lo contrario, se vanaglorian de su consumo. Por ello, al analizar el problema debemos visibilizar las dos realidades: a las mujeres que ejercen la prostitución y a los hombres que son sus clientes. En las noticias sobre Katanas podemos constatar que las mujeres son visibles solo para ser estigmatizadas; sin embargo, los hombres/clientes son los ausentes en el análisis de la industria del sexo.

Debemos reflexionar sobre las nuevas tendencias mundiales para la regulación de la prostitución que se centran en castigar al cliente. En el último tiempo se ha difundido el llamado “modelo sueco” en países tan diferentes como Islandia, Canadá, Singapur, Sudáfrica, Corea del Sur, Irlanda del Norte, Francia y Noruega. La propuesta se basa en que quien vende su cuerpo nunca lo hace libremente, sino que se ve obligada a ello; bien por las redes de trata o explotación sexual o bien empujada por la pobreza u otro tipo de desigualdad. Si no hay demanda, seguro desaparecerá la oferta.

Creo que la realidad que recientemente ha revelado el caso Katanas debe convencernos de que el negocio de la prostitución, más allá de un hecho moral, es una arquitectura criminal que produce un grave daño, tanto a los individuos como a la sociedad.