Médico y reportera, ambos agredidos
No es el mejor ejemplo para defender y resguardar a la periodista de las agresiones.
Una periodista de una red de televisión intenta hablar con un médico acerca de la situación de una paciente. Pregunta respetuosa, pero recibe un soberbio “¡Qué le pasa a usted, por qué anda filmando sin autorización!” de parte del galeno. Éste se ve desencajado de ira, retira con la mano la irrupción de la periodista y ella reclama por qué le levanta la mano…
La escena se torna violenta, verbalmente al inicio y físicamente, después. Micrófono en mano, la reportera persiste con la pregunta, y el médico trata de zafarse de ella incluso con carajazo, hasta que cierra bruscamente la puerta. Grita la periodista, se abalanza sobre su interlocutor esquivo, le toma la corbata y al pretender ingresar en una oficina a empujones exige al médico que no le toque. No la está tocando y, al contrario, reclama que la mujer no lo haga.
La cámara que había seguido todo el altercado pierde equilibrio, no toma la última escena, pero la reportera sale llorando, inconsolable… Mientras, el público se queda absorto por las imágenes y la reacción de ambos; indignado… quizás condicionado por la presentación del hecho en el noticiero de Bolivisión como “algo terrible”, una historia de “cuando ella realizaba su trabajo”.
Desde las mismas cuentas en redes sociales, el canal difunde el video. Y poco a poco las imágenes se vuelven virales; la primera reacción de los internautas (webactores, prefiere llamarlos Ignacio Ramonet) es apabullante: un galeno agrede a una periodista.
Claro, el médico agrede a la periodista. Interceptado, eso sí, lo primero que hace es protestar por la presencia intempestiva de la reportera ante sus ojos; no le costaba nada pedir sus excusas de manera amable. Si bien es comprensible que muchos reporteros suelen abordar a sus interlocutores sin previo aviso, esto por la emergencia del caso, la periodista no buscó concertar una entrevista, a juzgar por las tomas.
El profesional tiene el derecho a no hablar, pero su torpeza con la mujer lo descalifica, al punto de ser culpado de agresión. Sin embargo, la reportera no se libra de los cuestionamientos, si bien al principio de las reacciones del hecho resultó víctima plena. Su abusiva persistencia con las preguntas, incluso intentando irrumpir en un espacio privado y a toda costa, al menos avergüenza. Lo peor de su intervención fue el exagerar la dimensión de la agresión. Aparenta que hace un show por la escena previa. Tira de la corbata del médico, empuja y luego dice que no la toque. Sale llorando, indignada.
No es el mejor ejemplo para defenderla y resguardarla de las agresiones. El ejercicio del periodismo debe ser sensato, precisamente por su responsabilidad con la sociedad y su exposición ante ella.
Hizo bien la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) —alguna vez— de denunciar la agresión y al mismo tiempo llamar la atención sobre la forma cómo la reportera aborda la entrevista. Es decir, los periodistas tienen que hacer uso de “normas de protocolo y cortesía para solicitar entrevistas a los funcionarios públicos, sin que ello signifique renunciar a la búsqueda de la verdad”.
Hace falta un poco de humildad en algunos periodistas que usan las credenciales y los micrófonos al libre albedrío, incluso como arma para amedrentar. El ejercicio del periodismo tiene límites en el uso lícito de herramientas y los códigos deontológicos. Los periodistas no estamos exentos de las agresiones; pero que la gente no esté exenta de nosotros, eso es grave.