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Una ciudad, una escritura

Desde siempre la ciudad ha inspirado a poetas, literatos y arquitectos a pensarla y escribirla, intentando entenderla. Sin embargo, nunca han faltado quienes repudian la vida urbana. Tanto es así que esa mirada conservadora ha colaborado de alguna manera en desvalorizarla. A pesar de ello, todos los pensadores han tenido que sumergirse en la cultura de los pueblos rastreando rincones célebres y, por qué no decirlo, secretos de sus cualidades. Así, esos lugares se han convertido en el escenario de inspiración para la creación de obras de la literatura universal.

Existen escritos sobre la antigua Grecia que relatan poéticamente (X. Palaú) cómo ciertos caminos llevaban a “bajar al individuo al submundo, pero los mismos podían abrir espacios que desemboquen en sueños”. De esta forma, el laberinto de casas que conformaron la red de ciudades griegas equivalían “a la conciencia diurna, pero al llegar la noche se transformaban en lugares donde surgía la espesa oscuridad”.

Imposible olvidar también a escritores como Jorge Luis Borges (1933), quien rimaba sobre la ciudad de Buenos Aires y quizá en particular sobre Palermo, el barrio donde vivía: “(…) las memorias de los álamos harán temblar bajo rigideces de asfalto la detenida tierra viva que oprime el peso de las casas (…) en vano furtiva noche felina inquieta los balcones cerrados (…) yo soy el único espectador de la calle que si dejara de verla, moriría”.

Otros, en cambio, no solo destacaron a las ciudades en su valor poético, sino que además las proyectaron al futuro mostrando las cualidades de la vida urbana. En la época moderna, gracias a los cuerpos que transitaban en las calles de París, logró trascendencia el concepto del ciudadano en movimiento, quien hoy no solo recorre las ciudades de forma acelerada, sino que también es capaz de captar de paso las sensaciones que éstas expresan.

Asimismo no faltan las reflexiones que afirman que toda metrópolis es el canal para el flujo de imágenes, las cuales demuestran la rápida y arrolladora mutación de la existencia humana. Esto porque la vida citadina es capaz de confluir los horizontes de los individuos con una vida inhóspita, instigadora de discordias y agresividad. Realidad evidente de un individualismo desmedido e inobjetable que está cambiando la vida en las megaciudades.

Es notorio cómo últimamente los escritos han olvidado todo contenido poético y se han convertido solo en definiciones técnicas que deben seguir las urbes si quieren incorporarse a los tiempos actuales. Algo innegable debido a que el uso de la tecnología se ha tornado en una especie de extensión del individuo y la ciudad. Empero, modifica la sensibilidad humana, porque convierte esas extensiones comunicacionales en determinantes para el devenir de la vida del ciudadano. También se afirma que toda aglutinación (espacio público) será cuarteada y la vivienda futura propiciará nuevas habilidades.

A pesar de todo ello, la ciudad debe inspirar no solo el descifrarla, sino también el crear formas de seguir construyéndola, redescubriendo sus valores, reinventándola en sus potencialidades casi olvidadas o no escritas, las cuales, por su elevado sentido de seguro, requerirán de propuestas concebidas con gran talento e imaginación.

Una ciudad, cuando inspira a ser escrita, es porque cuenta con cualidades y esencialidades singulares y profundas, que producen sentimientos de valor simbólico y poético, pues eso es lo que transmite la sociedad que la cimienta.