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Desde mi ventana

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su Art. 25, señala que toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure —a él y a su familia— acceso a la salud, bienestar y en especial a la alimentación. De la misma manera, nuestra Constitución Política del Estado de febrero de 2009 señala en su Art. 16 que toda persona tiene derecho al agua y a la alimentación, y que el Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad alimentaria, a través de una alimentación sana, adecuada y suficiente para toda la población.

En muchos sectores de la población boliviana, principalmente del área rural, la alimentación todavía es insuficiente o inadecuada. La seguridad alimentaria se define como el acceso físico y económico a alimentos sanos y nutritivos en todo momento, que permita llevar una vida activa y saludable. Los indicadores socioeconómicos de la población rural en Bolivia muestran que a pesar de los esfuerzos para disminuir la pobreza, aún prevalecen elevados índices de pobreza e indigencia, de acuerdo con el informe “Panorama Social de América Latina 2015”, elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

En Bolivia la mayoría de los alimentos producidos por los pequeños agricultores son los que abastecen la canasta familiar, tanto de la población urbana como de la rural. Sin embargo, estos alimentos se cultivan generalmente con prácticas de cultivo tradicionales desarrolladas por las comunidades locales, como por ejemplo la roza, la tumba y la quema de los suelos para acondicionarlos, conocida como “chaqueo”.

Como ciudadanos, cuestionamos este tipo de costumbres por los daños ambientales que producen en el medioambiente y que vemos desde la ventana. No obstante, sería positivo que nos pongamos en el lugar de los agricultores para entender mejor estas prácticas, las cuales son fundamentales para garantizar la producción de alimentos; siempre y cuando sean realizadas bajo principios sustentables que garanticen el cuidado de los suelos y la preservación de los recursos naturales.

Pero para ello hace falta combinar los conocimientos tradicionales junto a las tecnologías modernas, a fin de desarrollar soluciones ambientalmente adecuadas. El reto está en complementar ambos tipos de conocimientos y prácticas, sin despreciar ni sustituir ninguna de las opciones a la mano, tratando de recuperar las ventajas de cada método. Tal percepción facilita la adopción de innovaciones tecnológicas, nuevas técnicas e impulsa el fortalecimiento institucional de las comunidades locales.