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Defensa de Kilómetro Siete

La defensa de Kilómetro Siete salvó al país de ser derrotado al inicio de la contienda.

/ 2 de noviembre de 2016 / 03:25

Hay en esta época la costumbre de alabar a héroes de barro y olvidarse de los hombres que se han sacrificado por la patria. Precisamente, en este mes se conmemora un nuevo aniversario de la defensa de Kilómetro Siete, resistencia heroica que se llevó a cabo en noviembre de 1932 y parte de diciembre de dicho año, y que salvó al país de una derrota segura en el primer año del gran conflicto chaqueño.

Cabe recordar que después de la ocupación paraguaya de fortín Boquerón, donde también nuestros sacrificados soldados efectuaron una digna defensa, todo el frente boliviano del interior del Chaco comenzó a desmoronarse. Pronto las fuerzas paraguayas tomaron, casi sin lucha, los fortines Ramírez, Castillo, Yujra y se lanzaron en pos de alcanzar Arce, el mejor fortín de la zona. Y a pesar del esfuerzo desplegado para contener la avalancha paraguaya, Arce cayó, dando lugar a una penosa retirada de sus ya escasos defensores hasta fortín Saavedra.

Felizmente, para el país los paraguayos hicieron un alto en su ofensiva hacia el sur, para iniciar otra, rumbo al oeste, en procura de conquistar Fernández y llegar hasta Platanillos. Esta pequeña pausa permitió la reorganización del Ejército nacional en el fortín Saavedra, con la llegada de nuevos contingentes al Chaco. Las reorganizadas fuerzas quedaron bajo el mando del teniente coronel Bernardino Bilbao Rioja.

El comandante Bilbao Rioja tuvo como apoyo fundamental al militar más valiente, inteligente y heroico que Bolivia tuvo en las arenas del Chaco: el mayor Germán Jordán. Este pundonoroso oficial ya se había distinguido en los combates que se llevaron a cabo luego de la pérdida de Boquerón. A siete kilómetros delante del fortín Saavedra, Bernardino Bilbao y Germán Jordán decidieron organizar el frente de batalla y propusieron defenderlo hasta el último hombre. La consigna que toda la división tomó y que era repetida constantemente fue “no pasarán”. La misma que había sostenido el Ejército francés en su gran defensa de la fortaleza de Verdun, durante la Primera Guerra Mundial.

El primer gran choque con las fuerzas paraguayas se dio contra el regimiento Corrales, que venía muy envalentonado por los fáciles triunfos obtenidos en Yujra y Arce. Este destacamento se precipitó contras las fuerzas acantonadas en Kilómetro Siete, provocando una violentísima lucha del 7 al 9 de noviembre de 1932, hasta con arma blanca, que a la postre solo sirvió para aniquilar a tan valiente regimiento paraguayo y para levantar la moral de las fuerzas bolivianas.

El Ejército paraguayo insistió durante todo noviembre y parte de diciembre en aplastar las fuerzas de Kilómetro Siete. Pero se estrelló contra una defensa enérgica y tenaz, que terminó por confundirlo. Además, comprendiendo que una buena defensa requiere de contraataques, Bilbao y Jordán lanzaron varios de ellos, en procura de la disolución de la ofensiva guaraní. Esta defensa activa acabó por agotar a las fuerzas enemigas, las cuales no tuvieron más remedio que abocarse a cavar trincheras y mantener estático todo el frente sur.

La defensa de Kilómetro Siete salvó al país de ser derrotado al inicio de la contienda, además, dio al Ejército la confianza y entereza necesarias para afrontar una larga y penosa guerra. La consigna de “no pasarán” se cumplió cabalmente. Pero, por desgracia, el 15 de diciembre, el mayor Germán Jordán, el hombre que más había contribuido a esa gran defensa, rindió la vida por la patria. Sus apenadas tropas bautizaron “Campo Jordán” a ese territorio que tanto había defendido y donde tuvo que ser enterrado.

Han pasado 84 años de esos heroicos acontecimientos y deben ser muy pocos los bolivianos que tengan presente tan extraordinaria epopeya. Lamentablemente, en nuestro país solo se recuerda a hombres muy discutibles y que se han destacado malamente en nuestra política interna, y se olvida fácilmente a figuras que, como Bernardino Bilbao y Germán Jordán, se sacrificaron por defender la honra y el territorio de Bolivia.

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Adiós a La Razón

/ 8 de febrero de 2017 / 05:11

Por motivos de trabajo, ya que estoy escribiendo dos libros que espero poder presentarlos en el primer semestre del año en curso, debo dejar temporalmente mi columna en La Razón. El primero de ellos es histórico y se refiere al problema marítimo nacional. El segundo es una novela histórica con un tema universal. Se puede decir que estoy tomando “un año sabático” para concluir los dos libros en cuestión.

Deseo aprovechar la oportunidad para agradecer primeramente a La Razón, que me acogió desde los albores de su publicación, en la década de los 90. Seguramente soy uno de los más antiguos colaboradores de tan prestigioso periódico. Fue precisamente su fundador, don Jorge Canelas, renombrado periodista, quien me invitó para ser uno de los primeros columnistas de La Razón, diario que desde un principio tuvo gran acogida en nuestro país.

Dejé de escribir por un período de unos cuatro años, cuando cumplía funciones diplomáticas en el exterior, pero luego retorné a La Razón en 2004, y desde ese año y hasta hoy, continué ininterrumpidamente mis artículos con el título de Contrapunto.

También quiero manifestar mi gratitud y complacencia hacia mis lectores quienes siempre me han estimulado y hasta me han dado consejos sobre temas que podría elegir para mis escritos.

Me cabe destacar que mis artículos no se han referido a nuestra política interna, menuda y mezquina de cada día; siempre he considerado que ésta solo sirve para dividir a los bolivianos. Mi interés primordial era tratar temas fundamentales del país y también históricos, culturales y de política exterior.

Posiblemente, mi labor principal se refirió al tema marítimo nacional, el cual angustia a todos nosotros, los bolivianos, y posiblemente por ello, no hemos sabido tratarlo con serenidad y ecuanimidad. Como dijo don Roberto Prudencio: “A ningún país le es tan preciada la costa como al nuestro; para unos es riqueza y es poder, para el nuestro es un ideal; para otros es un jirón de tierra, para el nuestro es un jirón del alma. Pero como el mar ha dejado de estar delante de nosotros, ahora está dentro de nosotros”.

Pues bien, todos los bolivianos que escribimos en la prensa siempre deberíamos tener en cuenta el problema del mar, porque tenemos el deber de influir en nuestros lectores para que el tema nunca quede archivado. Pero no deberíamos usar la pluma para buscar provocaciones y actitudes agresivas que a nada conducen. Es menester tener presente lo manifestado por el Papa, quien nos recomendó que deberíamos construir puentes y no muros. Además, se debe considerar que las cuestiones de política exterior no deben ser tratadas con espíritu derechista o izquierdista, sino con un espíritu único, el interés de la patria.

Apenas haya terminado los dos citados libros, me será muy grato volver a tener una columna en este diario, ya que me considero, aparte de diplomático e historiador, un verdadero periodista. Y como tal, me siento con el deber de escribir para influir en nuestra opinión pública a favor de los valores que unen a los bolivianos. Al respecto, es de lamentar que se haya determinado que Bolivia sea un Estado plurinacional, es decir que no habría una nación boliviana sino muchas naciones unidas en un Estado.  Si esto fuera cierto, el Gobierno nacional debería estar consciente del peligro que ello conlleva, ya que la ONU ampara a las naciones de un Estado plurinacional que se sientan sometidas y explotadas por las otras.

Pero nosotros los bolivianos sabemos que conformamos una sola nación y estamos orgullosos de ello.  Esa nación está sustentada desde un principio por el cristianismo, el castellano, y nuestra cultura virreinal mestiza, con las imágenes de la Virgen de Copacabana, de Cotoca, y de Urcupiña, y con el Cerro Rico de Potosí, la Universidad de Charcas, y las misiones de Moxos y Chiquitos, que son el origen y base fundamental del ser boliviano.

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El nacimiento de Jesús

Lo esencial de ese nacimiento es que probaría que Jesús fue el Mesías esperado por los profetas.

/ 14 de diciembre de 2016 / 05:17

En este mes se recuerda la navidad de Jesucristo, como se lo hace desde unos 1.500 años. En efecto, el monje Dionisio El Exiguo, quien creó el calendario cristiano en el siglo VI de nuestra era, señaló que Jesús había nacido el 25 de diciembre del año 1 d.C., correspondiendo al año 753 de la fundación de Roma. Eligió esta fecha basándose en el Evangelio de Lucas, que menciona que Cristo comenzó su vida pública a los 30 años, “en el año quince del principado de Tiberio César”.

Ahora bien, el reinado de Tiberio cumplió 15 años en el 783 de Roma. A esta fecha le restó los 30 años mencionados por Lucas, lo que daba 753. Además, Dionisio eligió el 25 de diciembre simplemente porque en su nuevo calendario el solsticio de invierno se cumplía en la noche del 24 al 25 de aquel mes, acontecimiento que dos siglos antes el emperador Constantino había decretado que coincidiera con el nacimiento del Salvador del mundo.

Antes de Constantino, el solsticio se constituía en una gran festividad pagana que celebraba el nacimiento del sol. Pero el emperador romano consideró más apropiado festejar ese día el nacimiento del Mesías, ya que éste era el verdadero sol de la humanidad.

Sin embargo, Dionisio se equivocó en su calendario. No solo en lo relativo al solsticio, que corresponde a la noche del 21 al 22 diciembre, sino también en algo más importante aún: en el año del nacimiento de Jesús. Ahora se sabe que éste no sucedió en el año uno de nuestra era, sino siete años antes. Es interesante conocer cómo se llegó a esta conclusión tan precisa. Primeramente se tiene el dato de que Cristo nació en tiempos de Herodes el Grande, y este rey murió cuatro años antes de la era cristiana. Pero además existe el enigma de la estrella de Belén. Esta estrella que, según el Evangelio de Mateo, fue vista por unos magos de Oriente llegados a Israel para adorar a un niño que sería el rey de los judíos.

Al respecto, el gran astrónomo Kepler observó hace cuatro siglos, desde Praga, la maravillosa conjunción de Júpiter con Saturno en la constelación de Piscis. Basándose en sus cálculos, determinó que ese mismo fenómeno debió verificarse en el año 7 a.C. Confirmando esos cálculos, en el siglo veinte, se ha comprobado que efectivamente en el año 7 a.C. se realizó esta conjunción, la cual se vio con máxima claridad en la parte oriental del mar Mediterráneo.

Solo resta señalar el lugar del nacimiento de Jesús. Según los evangelios de Mateo y Lucas, nació en Belén de Judá. ¿Es ello posible? Hay historiadores del pasado que han rechazado que éste fuese originario de Belén. Consideraban que un empadronamiento como el que refiere Lucas no era motivo valedero para que José y María hubiesen salido de Nazaret y se dirigiesen hasta la ciudad cuna del rey David. Los censos romanos no obligaban a las personas a viajar a su país de origen, sino que establecían el número de habitantes de una localidad para cobrar el respectivo impuesto.

Felizmente, con los manuscritos del Mar Muerto ahora se tiene conocimiento de que existía en los años anteriores al nacimiento de Jesús una profunda convicción de que la venida del Mesías estaba muy cerca, y que éste debía ser descendiente de David y nacer en Belén. Por lo tanto, es posible que muchos de los judíos que creían descender de ese gran rey y que serían varios miles, ya que los reyes de Israel fueron polígamos, se trasladarían hacia la ciudad de Belén cuando iban a tener a su primogénito. Y así debió hacer José, ya que, como indica el Evangelio de Mateo, se consideraba del linaje de David, además, el hijo esperado era su primogénito.

Se puede concluir entonces que Jesús nació en Belén en el año 7 a.C. Y lo fundamental del nacimiento ocurrido en esa aldea es que probaría que Jesús fue el Mesías esperado por los profetas, lo cual, como sabemos, se confirmó luego con la gran difusión de su pasión y su doctrina; vida y obra tan espectacular y maravillosa que no solo lo consagró como el Cristo (el ungido de Dios), sino que lo elevó hasta ser considerado y reverenciado como el mismo Dios.

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Creación del Ejército nacional

Sería muy conveniente que nuestras FFAA comenzaran a ensalzar la figura del general Ballivián.

/ 16 de noviembre de 2016 / 04:39

El Ejército nacional conmemoró esta semana el 206 aniversario de su creación. Ha tomado como su origen el combate de Aroma, efectuado el 14 de noviembre de 1810. Pero esta elección es absurda, ya que en ese año no existía ni Bolivia ni Fuerzas Armadas nacionales. Los que combatieron en esa batalla no fueron soldados, sino montoneros cochabambinos y orureños, encabezados por don Esteban Arze. La verdadera creación de nuestro Ejército se dio después de la batalla de Ingavi, brillante triunfo alcanzado el 18 de noviembre de 1841, por el general José Ballivián, ante las huestes del presidente peruano Agustín Gamarra.

Lamentablemente en nuestro país se ha tratado, en general, de no efectuar grandes homenajes a la fecha de Ingavi, por considerar que ello crearía susceptibilidades con el hermano pueblo peruano. No obstante, esto es absurdo, porque las luchas devengadas en los primeros años de la República no tenían carácter nacional y menos entre el Bajo y el Alto Perú.

Cabe señalar que Gamarra había venido a Bolivia llamado precisamente por Ballivián, quien se sintió incapaz de imponerse en el país porque el partido crucista (partidario del mariscal Santa Cruz) dominaba en Cochabamba, y el general Velasco, en el sur. Ahora bien, el grave error del general peruano fue tratar de mantenerse en el departamento de La Paz y de cercenarlo de Bolivia. Esto creó una situación nueva que trastocaba la costumbre imperante de prestarse apoyo entre los caudillos de ambos Perú. Por este motivo, los militares bolivianos comenzaron a agruparse y unirse frente a Gamarra, a quien comenzaron a tildar de “invasor”. Así, el general Velasco, quien marchaba al norte para combatir a Ballivián, determinó retirarse y cederle sus tropas para la defensa de la integridad de Bolivia. Mientras tanto, Gamarra ingresó a La Paz el 15 de octubre, y una escuadra peruana ocupó el litoral boliviano con el fin de impedir toda importación de armas.

Al comprender que la inferioridad numérica de sus tropas no le deparaba posibilidad de triunfo, ya que las Fuerzas Armadas peruanas doblaban a las bolivianas, el general Ballivián trató de llegar a un entendimiento con Gamarra. Pero mientras se arreglaba un armisticio, se produjo un combate en Mecapaca, en cuyas alturas un destacamento boliviano trató de sorprender con mala fortuna a un sector del Ejército enemigo, lo que determinó la conclusión de las negociaciones de paz.

Se tuvo que llegar a un enfrentamiento definitivo entre los ejércitos de ambos caudillos apostados muy cerca uno del otro. A las ocho de la mañana del 18 de noviembre se rompieron los fuegos en Viacha, en una estancia llamada Ingavi, que dio su nombre a la batalla. Esta tuvo una duración de solo 50 minutos, pues con la muerte de Gamarra y con la irrupción por su retaguardia de la famosa caballería chicheña, cedida por el general Velasco a Ballivián, sobrevino la derrota completa de sus tropas. Casi todo el Ejército enemigo quedó prisionero.

Sería muy conveniente que nuestras Fuerzas Armadas comenzaran a ensalzar la figura del general Ballivián, quien consolidó nuestra independencia en la batalla de Ingavi, y quien fuera el más grande militar nacido en suelo boliviano. Un justo homenaje sería que nuestro Colegio Militar llevara su nombre, ya que ha sido su verdadero creador. Así, el 22 de abril de 1842 se estableció el Colegio Militar de caballeros cadetes. El decreto de fundación disponía que “deberían concurrir a su formación en calidad de internos cuatro jóvenes por cada departamento y dos por Tarija y Cobija”, lo que demostraba su espíritu integrador nacional.

Actualmente el Colegio Militar tiene el nombre de un discutido político militar en cuyo gobierno hubo odios, persecuciones y gran separación de la familia boliviana. Pero en la época de cambio en que vivimos no pueden continuar siendo elogiadas las personas que se han dedicado a dividir a los bolivianos, sino a las que, como Ballivián, los han unido para la defensa y grandeza de la patria.

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El Tratado de Melgarejo con Chile

Melgarejo cumplió con el país al delimitar su frontera oeste con una costa cercana a los 300 km.

/ 19 de octubre de 2016 / 04:20

Cuando Carlos Mesa presentó su última obra relativa a la cuestión marítima nacional, comentó que el Tratado de Límites de 1866, suscrito en tiempos del gobierno del general Melgarejo, y el Tratado de Paz de 1904 habían sido los dos mayores errores de la historia de Bolivia. Para hacer dicha calificación es evidente que Mesa no había efectuado una rigurosa investigación de la situación en que se encontraba el país en esas épocas. Él se ha basado solamente en los escritos de nuestros tradicionales historiadores, los cuales siempre han condenado dichos convenios, en particular el de Melgarejo, a quien tenían una profunda aversión por su tiránico gobierno.

En esta ocasión solo me referiré al Tratado de Límites de la época de Melgarejo. Y en verdad no se puede afirmar que haya sido oneroso para Bolivia. Se sabe que el país consideraba poseer derechos en la costa de Atacama hasta el paralelo 25,5º de latitud sur; pero ya nuestro representante en Chile, don José María Santiváñez, había propuesto como transacción en 1860 el paralelo 24,5º. Pero lo más grave era que Chile estimaba que su territorio abarcaba hasta la bahía de Mejillones y, consecuentemente, ocupó militarmente toda la costa litoral desde el paralelo 23º al sur.

Desde 1843, y a lo largo de 20 años, nuestro país envió varios diplomáticos a Santiago para protestar por la determinación chilena de adueñarse del territorio de Atacama hasta el paralelo 23º, y exigiendo la convocatoria de un arbitraje. Pero Chile rechazó de plano cualquier intento de que una tercera potencia pudiese mediar en el asunto. Naturalmente lo que atrajo a los chilenos al norte fue el descubrimiento de los guanos de Mejillones, que estaban situados al sur de dicho paralelo, y prontamente inició la explotación de los mismos.

Ante la imposibilidad de llegar a un entendimiento con Chile, el gran diplomático don Rafael Bustillo solo atinó, en 1863, a amenazar a ese país con la guerra. Una guerra imposible de realizar, ya que Bolivia no tenía recursos económicos y muy difícilmente se comunicaba con su territorio costero. Luego se asustó de su atrevida posición y trató de arreglar con Chile mediante la venta de la costa de Mejillones.

Lo que no pudieron lograr Olañeta, Bustillo, Santiváñez, ni ninguno de nuestros grandes estadistas y diplomáticos, lo consiguió el gobierno de Melgarejo. Un tratado amistoso con Chile, que alejaba la guerra y recuperaba Mejillones. El Tratado de 1866 determinaba como límite de las dos naciones el paralelo 24º, quedando en poder de Bolivia los cuestionados puertos de Mejillones y Antofagasta.

Sin embargo el mencionado convenio dejó un grave problema, difícil de resolver, el beneficio paritario entre los dos Estados de los guanos y minerales dentro del perímetro comprendido entre los grados 23º y 25º; es decir, la mancomunidad comprendía un grado del territorio nacional y otro grado del chileno. Es evidente que esta disposición iba a dar lugar a serios conflictos posteriores, pero en su momento se consideró que era la mejor solución, pues los dos países se habían disputado por varios lustros el rendimiento de Mejillones. Y como se dijo anteriormente, era Chile el que se beneficiaba del guano desde hacía más de 20 años, y no estaba dispuesto a ceder toda esa riqueza a Bolivia.

Cabe señalar que el negociador chileno, Vergara Albano, en un principio había propuesto que Chile se mantuviese en posesión de Mejillones, es decir, hasta el grado 23º, pero cedería generosamente a Bolivia la mitad de las riquezas de guano y minerales dentro de la zona comprendida entre los grados 23º y 24º. Pero la oposición de Melgarejo a esa solución fue terminante. En consecuencia, exigió al chileno que la frontera quedase en el paralelo 24º, manteniéndose la comunidad de bienes. En verdad, más de lo obtenido por él hubiese sido imposible de lograr. En consecuencia, el temible Melgarejo cumplió con el país al haberle delimitado su frontera oeste otorgándole una costa cercana a los 300 kilómetros reconocidos por Chile.

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El poder del mestizaje en Bolivia

Es necesario que los bolivianos comencemos a concebir otra vez al país como una verdadera nación.

/ 21 de septiembre de 2016 / 04:24

Luego del referéndum de febrero pasado, y de la declaración del presidente Morales en la que señala que no va a candidatear nuevamente, ha retornado el debate sobre quiénes debieran optar a la presidencia de la República en la elección de 2019. Y se está reiterando que lo conveniente sería que fuese un indígena quien sucediera a Evo Morales, por la gran preponderancia que tendrían los indígenas en la población nacional.

Sin embargo, habría que recordar  la encuesta efectuada en el país por el proyecto Auditoría de la Democracia, en el marco del programa LAPOP de la Universidad Vanderbilt de EEUU, donde se ha establecido que el 65% de los entrevistados se considera mestizo o cholo, el 11% blanco, y solo un 19% indígena u originario. Esto demuestra que Bolivia, al contrario de lo que se piensa comúnmente, no tiene mayoría indígena, sino mestiza, fruto de la mezcla de los españoles con los indios.

Hay que tomar en cuenta que todas las repúblicas latinoamericanas nacieron a la vida independiente con poblaciones indígenas que hablaban sus propias lenguas. Pero la mayoría de éstas se esforzó por unificar culturalmente a su país con base en la enseñanza masiva del castellano. El resultado ha sido su conformación en verdaderas naciones, conjuntadas por el idioma, la religión cristiana y la tradición histórica.

En Bolivia se trató de hacer otro tanto, sobre todo después del conflicto del Chaco. Precisamente la generación que marchó a esa guerra, comprendiendo que una de las causas fundamentales del fracaso de tal contienda fue el hecho de que un importante sector de sus habitantes no se había integrado a la vida nacional, consideró perentorio intensificar el nacionalismo y encaminar la política hacia el levantamiento del indígena, con el fin de hacer de él un verdadero ciudadano.

Ahora bien, el cimiento de dicha integración era la llamada cultura mestiza, nacida del entronque de lo español con lo indígena, y que tuvo como primera expresión a la llamada cultura virreinal, cuya manifestación superior fue precisamente el barroco mestizo. En consecuencia, Bolivia nace con la Real Audiencia de Charcas y con la explotación minera de Potosí. Anterior a ellas solo existían unos pocos conglomerados indígenas totalmente separados entre sí.

Por otra parte, hay la creencia de que los indígenas son gente originaria de estas tierras. La verdad es que la mayoría de ellos vino después de la conquista española. Fue la gran riqueza de Potosí la que obligó a los virreyes a impulsar migraciones de grandes poblaciones quechuas al Alto Perú; poblaciones que luego de trabajar en las minas fueron asentadas en estas tierras altas.

Es necesario que los bolivianos comencemos nuevamente a concebir al país como una verdadera nación, realzando los valores que nos unen y que determinan que Bolivia conforma una entidad cultural. Pero, lamentablemente, en el país se ha consagrado que no seríamos una unidad cultural, sino pluricultural y, por tanto, no habría una nación boliviana, sino muchas naciones unidas en un Estado. Si esto fuera cierto, no tiene sentido que tratemos de enseñar a nuestra juventud a amar a Bolivia, ya que ella no existiría como nación, sino solo como una unidad política al estilo de las antiguas repúblicas de Yugoslavia y la Unión Soviética, y como ellas, muy susceptible de balcanizarse.

No obstante, como lo confirmó la encuesta arriba mencionada, el pueblo boliviano, racialmente, en su gran mayoría es cholo o camba. Y su expresión más característica es el rico folklore que hace vibrar a todos los estamentos sociales. Cabe señalar que hasta las familias más distinguidas del país tienen antepasados indígenas. En cuanto a los indígenas, basta que aprendan castellano o se avecinen a una ciudad para que sean culturalmente mestizos. Por lo tanto, el cristianismo, el castellano y nuestra cultura virreinal mestiza, con las vírgenes de Copacabana, Cotoca y Urcupiña, y con el Cerro Rico de Potosí, la Universidad de Charcas y las misiones de Moxos y Chiquitos son el origen y base fundamental del ser boliviano.

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