Voces

Thursday 18 Apr 2024 | Actualizado a 21:30 PM

La ministra responde

Todos los mensajes elaborados por esa cartera dicen lo mismo: Evo es el proceso de cambio.

/ 3 de noviembre de 2016 / 10:38

La ministra Marianela Paco es una militante disciplinada del proceso de cambio. Sabe guardar secretos. Por eso, al cabo de una sonada interpelación parlamentaria, fue aupada por los aplausos de la bancada oficialista. Lo mismo sucedió con la interpelación de los ministros Romero y Arce, el primero por el asunto de los cooperativistas, y el segundo, por las alfombras persas. Para vítores, la Asamblea.

El asunto es que la señora Paco no respondió en absoluto a las preguntas formuladas por los diputados opositores. Todo lo contrario, les encomendó a ellos la tarea de investigar los gastos de propaganda del ministerio a su cargo. “Aprendan a preguntar”, dijo, casi mentándoles la madre. Además, aprovechó la ocasión para pedir más equipamiento y personal para su Dirección de Redes Sociales. Y terminó invirtiendo con éxito el argumento del adversario político: la interpelación en su contra, dijo, constituye “un atentado flagrante al derecho a la comunicación y a la información del pueblo boliviano”.

En realidad, la actuación de la ministra esconde un secreto a voces. Todos sabemos que en 2007 el gobierno del MAS creó el Ministerio de Comunicación, una poderosa máquina comunicacional, con facultades para dirigir importantes medios (la televisión estatal, por ejemplo) y para definir la línea comunicacional del Estado Plurinacional. En 2011, ese despacho tenía Bs 70 millones de presupuesto, que se incrementaron a Bs 489 millones en 2011; es decir, sus recursos subieron un 700%. Al parecer, el deterioro de la imagen del Gobierno después del referéndum de 2016 ha querido ser revertido con una millonaria inversión en propaganda.

Resulta también evidente que casi todos los mensajes elaborados por esa cartera (ya sean de prensa, radio, televisión o redes sociales) emplean la imagen del presidente Evo Morales o lo mencionan de manera directa. Todos los mensajes dicen lo mismo: Evo es el proceso de cambio. En el lenguaje del marxismo se diría que estamos ante un culto a la personalidad. Evo Morales no carece de carisma, pero la propaganda intenta convertirlo en algo más que un líder, en el hombre-providencial.

Las urgencias políticas han distorsionado por completo el proyecto de un ministerio de comunicación, en sentido estricto. Ya no se trata de organizar entre varios actores el intercambio de demandas sociales, representación e información relevante de la gestión pública. No, su objetivo es fomentar el culto al líder, el principal capital simbólico del Gobierno, por una parte; y desacreditar a los ciudadanos que critican la línea oficialista, por otra. Estos son los secretos bien guardados de la ministra. ¿No deberíamos rebautizar esa repartición gubernamental? Podríamos llamarla el Ministerio de Culto o, a la manera de George Orwell, el Ministerio de la Verdad.

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Sin clases medias

/ 25 de enero de 2018 / 04:09

En su alocución del 22 de enero, el Presidente afirmó, con mucho orgullo, que durante los 12 años de su gestión más de 3 millones de bolivianos pasaron a formar parte de las clases medias. Si en 2005 esta franja social incluía al 35% de la población, en 2017 ese porcentaje subió al 58%. Es un dato impresionante, ciertamente, aunque en mi opinión ese proceso de movilidad social ascendente responde a múltiples causas y no puede ser reducido a la política económica del Gobierno.

En todo caso, y este es el punto, me parece paradójico que en semanas anteriores las altas autoridades del Gobierno, sobre todo el Vicepresidente, hayan arremetido contra las clases medias, asociando esta condición social al racismo, a la “derecha” y el conservadurismo político. Al parecer ya pasó el momento de “enamorar a las clases medias”, ahora se trata de estigmatizarlas, como si fueran un enemigo que debe ser aplastado. ¿Saturno devora a sus hijos?

En realidad hay una serie tan marcada de equívocos respecto a la clase media, que esta categoría se ha convertido en algo gelatinoso como un molusco despojado de su caparazón, o un arma política arrojadiza. Pero ellas no son un personaje social o un sujeto político homogéneo, pretendidamente “conservador” o “revolucionario”, según el caso. Esos son estereotipos. Detrás del término “clase media” se oculta una constelación de segmentos que no pueden ser definidos de manera exhaustiva por medio de indicadores económicos, el ingreso sobre todo. Una lectura sociológica más fina demanda la consideración de otros referentes como la educación, el capital social, la identificación étnica, la religión, la residencia. Cada uno de esos colectivos tiene un modo de vida diferente.

Empleados del Estado, técnicos, profesores, comerciantes, pequeños empresarios, profesionales liberales, empleados del sector privado, transportistas, entre otros sectores, están marcados por distintas trayectorias de vida, tienen opiniones políticas diferentes y pertenecen a distintas redes asociativas. Estas diferencias prueban que los clivajes sociales se han multiplicado, vivimos en una sociedad más compleja. Yo diría que gran parte de esos 3 millones de personas son de origen campesino y migraron a las áreas metropolitanas en la última década, votaron probablemente por el MAS, pero ahora, y de manera legítima, quieren ser empresarios o comerciantes, y sus hijos aspiran a tener títulos universitarios.

No obstante, hay una evidencia que me parece irrefutable: su importancia económica y política es creciente y se ha vuelto decisiva, constituyen el grupo social más numeroso, su participación (siempre crítica y ambiciosa) es la clave para la construcción de las mayorías políticas. No hay hegemonía sin clases medias. Y paraíso, tampoco.

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Des-democratización

/ 14 de diciembre de 2017 / 04:23

Las democracias son creaciones frágiles e incompletas; constantemente corren el riesgo de degradarse, incluso de apagarse completamente conforme a los vaivenes de la historia y particularmente del curso que toman las luchas por el poder. El caso boliviano ilustra perfectamente esta afirmación. Durante el ciclo 2006-2009 se desplegó una dinámica democratizadora, formalizada en la nueva Constitución, cuya ambición es combinar los dispositivos democráticos representativos con mecanismos participativos, directos (aquí destaco el referéndum); y en ámbitos muy acotados, con ciertos usos de la democracia comunitaria.

En efecto, hablo de democratización porque esta tendencia propicia intercambios políticos fluidos entre Estado y ciudadanos con base en consultas vinculantes. Pero la historia también avanza por caminos oblicuos y oscuros.

El aberrante fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que habilita la reelección indefinida del presidente Morales abre un nuevo e inquietante momento en el proceso político: un momento de des-democratización. No hemos pasado abruptamente de la democracia a un régimen totalitario o dictatorial; estas categorías aluden precisamente a formas institucionales ya cristalizadas, a Estados. En cambio, el acontecimiento del TCP puede ser aprehendido con el concepto de des-democratización, que alude una dinámica en ciernes. La des-democratización (valga la inelegancia de este neologismo, elaborado por el historiador Charles Tilly) es el proceso inverso de la democratización, no es una estructura institucional reedificada, todavía.

La des-democratización del “proceso de cambio” tiene dos aspectos salientes. Uno, la negación absoluta de una consulta vinculante a los ciudadanos, el referéndum del 21F, que destruye el régimen de relaciones políticas entre el Estado y ciudadanía, basado en la democracia directa y la participación, rompiendo estrepitosamente el principio de obligación que deben observar los poderes de la decisión del soberano. Dos, en los hechos, la nueva Constitución deja de ser aplicada tanto en su letra como en su espíritu. Ahora la norma envuelve y justifica las decisiones arbitrarias de los gobernantes; el poder se emplea para excluir y castigar al enemigo político y para premiar a los incondicionales.

Los funcionarios de gobierno y sus intelectuales han abandonado los argumentos jurídicos para justificar el fallo del TCP (supongo que no quieren pasar vergüenza), y ahora se han parapetado detrás de argumentos políticos. Dicen ellos: sin un Estado y un líder fuerte, las demandas colectivas de igualdad y emancipación no se pueden objetivar en cambios concretos sin los cuales es imposible democratizar una sociedad. Ocurre justamente lo contrario: ese poder aviva el deseo de reproducirse y abre el camino a la des-democratización.

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El lector salvaje

El lector culto ha sido reemplazado por un lector salvaje, omnívoro e impaciente: el cibernauta

/ 18 de mayo de 2017 / 19:14

Tres de cada 100 bolivianos leen apenas dos libros al año, o sea el 97% no lee libros, ninguno. En cambio, los finlandeses leen un promedio de 47 libros al año. Este dato revela una catástrofe cultural cuya evaluación puede morigerarse si incluimos otras prácticas de lectura, no centradas en el libro impreso. Con la revolución digital, los formatos textuales se han diversificado e incrementado, pero también se han modificado las maneras de leer.

De hecho, cada día aumenta el número de personas que lee y escribe mensajes en sus celulares; que participa en foros, redes sociales o chats; que busca y se apodera de textos eruditos o superficiales para realizar múltiples actividades. El lector culto y experto ha sido reemplazado por un lector salvaje, omnívoro e impaciente: el cibernauta.

Uno de los efectos de esta revolución (término nunca mejor empleado) es la fragmentación incesante de los escritos. La lectura digital es discontinua y azarosa. Se inicia a partir de una palabra clave y rápidamente se dispersa en una infinidad de fragmentos textuales que carecen de “totalidad”. Es una lectura sin bordes. Leer un libro impreso de manera continua es una actividad cada vez más extravagante. El lector contemporáneo conecta los fragmentos horizontalmente, pone un texto al lado del otro: el significado se construye por contigüidad. El salvaje se apropia de los textos, los despanzurra, los mezcla y finalmente los devora.

Es posible que estemos perdiendo el hábito de la lectura profunda y secuencial y, por tanto, la comprensión compleja y crítica del texto y el contexto. Esta práctica demanda tiempo y soledad, una cierta separación del mundo. Sí, también estamos confundiendo la calidad y la identidad de los formatos textuales. Nuestro lenguaje se empobrece. Pero nuestros mundos narrativos se han ampliado de manera infinita: la lectura se ha potenciado con la fotografía, el video, la música, el runrún de las calles. Todo el conocimiento del mundo parece estar delante de nosotros.

Leo la novela Brújula de Mathias Enard. La descripción de Estambul es concisa, bella, a veces divertida. El personaje tiene melancolía y fiebre. Para calmarse escucha Bendición de Dios en la soledad, compuesta por Liszt, y luego pasea por el viejo barrio de Sisli. No resisto. Abro YouTube y escucho La bendición dirigida por Abreu; abro Google Maps: la Go Camera me lleva a Miralay Kazim, una calle de Sisli. Siento el placer de caminar; de hecho, camino. No me puedo detener: leo la biografía de Liszt, miro pedazos de un film de Ken Russel (Wagner le roba partituras a Liszt), leo partes de Women in Love, miro fotos de Glenda Jackson. Me disperso y gozo.

* es sociólogo.

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Metáforas líquidas

Zygmunt Bauman nos enseñó que las metáforas y las analogías son imprescindibles para pensar.

/ 12 de enero de 2017 / 03:41

La sociología debe ser una ciencia eternamente joven. A raíz de la muerte de Zygmunt Bauman (1925-2017), ocurrida hace pocos días, he rumiado largamente esa imperativa frase de Weber, que cito de memoria, por cierto.

Antes de compartir las ideas que me ha provocado, quiero decir que siempre me ha sorprendido la gran recepción entre los jóvenes de la obra tardía de Bauman, un sociólogo que escribió su primer libro en 1957, pero además un crítico incisivo e irreductible de la zona de confort de las nuevas generaciones: las redes sociales.

En realidad, la fascinación por Bauman radica en las bondades de la metáfora que emplea para estudiar el proceso de envejecimiento de la sociedad capitalista: la modernidad líquida.

Las analogías son instrumentos de las ciencias sociales para producir hipótesis. No se podría pensar sin ellas. Las instituciones económicas, sociales y políticas de la sociedad industrial, sus modos de hacer, es decir, sus prácticas, han sido “licuadas” y echadas en nuevos contenedores. Esta es la principal hipótesis de Bauman. Los “líquidos sociales” se han adaptado a la forma de los novedosos recipientes que los contienen. Es el tiempo de Proteo.

Así, en la era de la sociedad industrial, el Estado-nación funcionaba como el —incuestionable— “contenedor” del poder, el territorio, la economía y la cultura; hoy esta entidad convive con la región, la ciudad, el mercado global y/o el espacio virtual.

Las instituciones sólidas de la modernidad (la democracia), lo tangible (la economía), el dominio del tiempo y del espacio, las certezas, la moral, el amor y la amistad han sido sustituidas por instituciones gelatinosas, frágiles y en permanente transformación.

También han envejecido las ideas que las ciencias sociales empleaban para analizar esos fenómenos; entre ellas, la idea de “sociedad” que remitía a un sistema firmemente acoplado. Hoy los sociólogos prefieren el concepto de caos. Aunque no han desaparecido del todo, esas nociones se han convertido en zombis, muertos insepultos.

En todo caso, Bauman nos enseñó que las metáforas y las analogías son imprescindibles para pensar: las ciencias sociales trabajan comparando situaciones históricas, analogizando, valga el neologismo. La metáfora tiene un gran valor heurístico pero, claro está, corre siempre el peligro de osificarse, rutinizarse y fetichizarse.

Así, las metáforas provenientes de la física (masa, poder, fuerza, revolución), formalizadas por Marx, permitieron pensar el nacimiento del capitalismo, pero luego perdieron sus bondades cognoscitivas; sencillamente envejecieron.

Bauman enseñó que el sentido de la sociología consiste en pensar lo contemporáneo, el acontecimiento, la fugacidad del presente. Su máquina para pensar fue la metáfora de la distopía.

* es sociólogo.

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