La batalla por Mosul pronto demostrará que la llave para el éxito no es que Washington debería haber sorprendido al Estado Islámico “bombardeándolo hasta el infierno”. Cerca de 100.000 fuerzas de coalición están involucradas para ayudar a liberar a la ciudad y están apoyadas por un poder aéreo estadounidense formidable. Enfrentan a cerca de 5.000 luchadores del Estado Islámico. La lucha tal vez sea sangrienta, pero la coalición ganará. El problema radica en que una victoria en el campo de batalla podría probar ser irrelevante.

Cuando Donald Trump critica a la administración Obama por haber indicado su intento de recuperar Mosul, él está, como siempre, mal informado. Tal vez Trump tenga en su mente unos pocos ejemplos vívidos de ataques sorpresivos como la invasión a Normandía el Día D en 1944. Sin embargo, esos son casos inusuales. La Alemania nazi sabía que los aliados iban a invadir en algún punto. No obstante, dado que ocupaban casi toda Europa, no pudieron saber dónde iba a tener lugar la invasión. Inglaterra y Estados Unidos trabajaron duro para hacer que los nazis pensaran que llegarían a Calais o incluso que entrarían desde los Balcanes.

En cambio, el Estado Islámico controla solo un puñado de pueblos y una gran ciudad en Irak. Desde el día en que tomó Mosul, el Estado Islámico sabía que el Ejército iraquí intentaría recuperarlo. Dada la topografía desierta, solamente hay unos pocos caminos abiertos mediante los cuales se puede acceder a la ciudad. Esta falta de sorpresa es la norma en la guerra (pensemos en la Operación Tormenta del Desierto, cuando Estados Unidos lentamente agrupó medio millón de tropas durante meses para pelear contra Irak). La mayoría de los ejemplos verdaderamente exitosos de un ataque sorpresa incluyen la invasión posterior de un país, como la nazi blitzkrieg en Polonia en 1939.

El desafío real para la coalición es asegurarse que al recuperar Mosul no desencadene las mismas dinámicas sectarias que llevaron a la caída de la ciudad en primer lugar. Se debe tener en cuenta que la mayoría de la población es suní. La razón por la cual cayó tan fácilmente en 2014 fue que sus residentes habían sido mal gobernados y abusados por el gobierno chiita de Irak bajo el primer ministro Nouri al-Maliki. Como resultado, al confrontar la opción entre las milicias chiitas y el Estado Islámico, o se unieron a los yihadistas o permanecieron pasivos.

En los últimos dos años, las fuerzas iraquíes, casi siempre milicias chiitas, han “liberado” a algunos pueblos sunitas como Fallujah y luego se embarcaron en una nueva ronda de derramamiento de sangre. Desde la perspectiva de los chiitas, están participando en una “indagación extrema” para asegurarse que los simpatizantes del Estado Islámico desaparezcan. Pero los residentes sunitas sienten que están siendo acorralados, que se presume que son culpables y que se les está negando que vuelvan a sus casas y vecindarios.

La causa fundamental del levantamiento del Estado Islámico en Irak y Siria es política, el descontento de los sunitas en la región, que se ven a sí mismos siendo gobernados por dos regímenes antisunitas en Bagdad y Damasco. Las insurrecciones se explican, por un lado, por el resentimiento de una población que cree que debería estar en el poder, y por otro, a una respuesta a una persecución genuina. En todo caso, si no se resuelve el descontento de la población sunita, el Estado Islámico no podrá ser derrotado.

Cuando Mosul cayó en manos de los yihadistas, varios expertos, incluso dentro de la administración Obama, querían que Washington acudiera rápidamente a la ayuda del Gobierno iraquí. Sin embargo, el presidente Obama se resistió a esas peticiones, dado que entendía que el problema subyacente era sectario. Él insistió en que el Gobierno iraquí debía cambiar su actitud hacia los sunitas; de hecho, demandó la renuncia de Maliki. Solamente cuando eso sucedió y emergió un nuevo líder más conciliatorio, Estados Unidos accedió a apoyar militarmente al gobierno de Bagdad.

Todo país desea un viaje gratuito. La mayoría de los gobiernos estarían contentos si Estados Unidos luchase sus batallas por ellos sin ninguna restricción. En el mundo árabe en particular esta enfermedad está extendida. Se han presentado las coaliciones para luchar en Siria, pero, con algunas excepciones, quedaron inactivas muy rápidamente, dejando todo el trabajo pesado para Estados Unidos. Algunos argumentan que la respuesta es avergonzar públicamente y arengar a los aliados. Eso no ha funcionado en el pasado y no es probable que funcione en el futuro. La única estrategia que parece efectiva es que Washington determine que no recogerá la “holgazanería”, y hacerlo con sinceridad. Solo cuando resultó claro que la administración Obama no iba a ayudar a Irak a menos que su gobierno cambie de rumbo fue que Maliki dimitió.

Esta estrategia de forzar a otros a tomar medidas fue descrita alguna vez por un funcionario de Obama como “conduciendo desde atrás”; y mientras que la frase es lamentable, la idea es exactamente verdadera. En este caso, únicamente los árabes pueden abordar la dinámica sectaria al participar en una reconciliación genuina y en una distribución del poder equitativa. Estados Unidos puede ayudar en este proceso, pero solo si estos países y sus líderes realmente desean ayudarse a ellos mismos.