Los ahora abuelos recuerdan que, a inicios de los años 70, los fines de semana se organizaban festivales en el coliseo cerrado de La Paz, que aún no llevaba la denominación de Julio Borelli Viteritto ni tenía el techo amarillo que lo caracteriza. Para ir a esos espectáculos, las familias se preparaban desde muy temprano con su ropa de domingo, pues las filas eran largas y costaba conseguir un buen lugar en los shows, que incluían canto, baile y lucha libre. Juan Apaza, conocido luchador que personificaba a la Sombra Vengadora, recuerda que un día se atrasó a su presentación y cuando quiso ingresar no le creían que era el deportista de la máscara negra.  

Artistas de moda como Luis Carrión se presentaban ante un público que ocupaba los asientos de la infraestructura de la calle México. Entre esas estrellas, una voz dulce acompañada por guitarras, maracas y un acordeón deleitaba a los asistentes con canciones que en la actualidad aún son escuchadas. Se trataba de Sonia Arancibia, vocalista de Los Huaycheños, grupo que nació en 1965 como conjunto 5 de Noviembre en el municipio de Puerto Acosta, a orillas del lago Titicaca y en la frontera con Perú.

Desde aquella época pasaron cientos de canciones e incontables shows, tanto en el país como en el exterior, que les valió a Los Huaycheños un reconocimiento de parte de la Prefectura de La Paz. A su vez, Sonia recibió la medalla al Mérito Cultural del Viceministerio de Desarrollo de Culturas. Y después de 50 años de trayectoria, de idas y venidas, los sobrevivientes se volvieron a juntar para recordar el ritmo propio del pueblo que se llamó Santiago de Huaycho. Pero Sonia tuvo la mala fortuna de fallecer el 25 de septiembre de 2015, justo el día en que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) se declaraba competente en la demanda de Bolivia contra Chile por una salida soberana al océano Pacífico. El olvido ha continuado por más de un año, pues no hubo ni programas ni notas que hicieran referencia a la pérdida de la artista.

Tal vez por colonialismo o tal vez por vergüenza a lo propio, los bolivianos solemos menospreciar y olvidar a nuestros héroes y artistas. Ya pasó con Juana Azurduy de Padilla el día de su entierro, cuando los sucrenses estaban más ocupados en celebrar el aniversario de su gesta libertaria; con el revolucionario Juan Huallparrimachi o con el periodista Vicente Pazos Kanki. Ocurre lo mismo con la cultura, un ámbito en el que se suelen publicar fotos en primera plana de artistas internacionales, pero que suele ignorar a una mujer que alegró las tardes populares de domingo con la voz del río huaycheño.