Pequeños felinos
Los gatos no perciben a los humanos como seres superiores, sino como iguales.
Entre los variados, a veces extraños e insólitos, temas que se comentan mientras se espera para iniciar una reunión de trabajo, un amigo me decía que se había enamorado o, para ser más preciso, dijo que estaba experimentando un amor de viejo. Debo aclarar que este colega no es un viejo verde, de aquellos que consideran que sus canas o su billetera lo hacen más sexy, sino que se había dejado seducir por la mirada y el comportamiento de un amigo de cuatro patas: un gato.
La verdad es que el siempre travieso Cupido me envió una flecha con similares efectos y a mis tiernos años (sic) también me enamoré de un pequeño felino. Su nombre es Bilbo, incluso tiene un apellido: Bolsón, pero como nunca hace caso cuando se lo llama por su nombre, ahora lo llamamos de todo, aunque el nombre que me parece que le hace justicia es Don Gato.
Don Gato es un cachorro que no se considera mi mascota, que no me ve como su amo o su dueño, sino como un amigo. Uno de esos que comparten nuestra vida mientras seamos compañeros de viaje, pero que seguirán con la suya cuando se bajen en la siguiente estación o nosotros tomemos otra dirección. Según el profesor John Bradshaw, aunque nosotros consideramos que estas traviesas criaturas son dependientes de nosotros, los gatos no perciben a los humanos como seres superiores, sino como iguales. El destacado biólogo inglés, después de estudiar por dos décadas el comportamiento de estos pequeños felinos, señala que en la mente de un gato su dueño es solamente una especie de gato más grande. De manera coloquial, Winston Churchill decía: “Los perros nos miran como a sus dioses; los caballos, como a sus iguales; pero los gatos nos miran como a sus súbditos”.
Ha sido tarea de los hombres el domesticar a los perros para convertirlos en su mejor amigo; los gatos, por su parte, se dieron a la tarea de domesticar a los hombres y ahora podemos decir que son el mejor amigo de la mujer. Sin embargo, debe quedar claro que ni el hombre ni la mujer nunca podrán ser dueños de esta peluda criatura, pero con dedicación y cariño es posible ganar su amistad.
Cuando Bilbo Bolsón llegó a casa, me imaginé que sería una tarea titánica el enseñarle ciertos comportamientos y que para ello yo debía hacer el esfuerzo de que este nuevo miembro de la familia me vea como el líder de la manada (perdón por llamar manada a mi familia). Lo cierto es que todos mis intentos fueron vanos, porque los gatos son independientes, solitarios e individualistas; no son criaturas programadas para seguir a alguien que los dirija. Esto seguramente fue lo que me cautivó.