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Fidel: el paladín del bienestar colectivo

Mi padre y mi madre son personas de libros, y como tales dejaron sembrada la casa de innumerables ejemplares que descansan en la superficie de los muebles más diversos. A falta de espacio, algunos de ellos yacen escondidos dentro de los cajones de mesillas y otros están amontonados en grandes aparadores, esperando a que alguien se detenga alguna vez a retomar la lectura de sus páginas y a conversar, como dijera Carlos Ruiz Zafón, con el alma del autor, plasmada en un medio que seguramente vivirá más que sus cuerpos de carne y huesos.

Cuando empecé a estudiar Relaciones Internacionales en la universidad, comencé también a forjar una relación más estrecha con esos ejemplares a los que más de una vez acudí a quitarles el polvo para dejarlos hablar. Una de las personas con las que esos libros me comunicaron, algunas de las cuales lograron hacer pervivir su alma por más de 2.400 años (por ejemplo Sócrates), fue el líder revolucionario Fidel Castro, quien me apareció de frente, con una mano levantada y el dedo índice bien extendido, como quien está a punto de aclarar alguna cosa muy importante. Su imagen había sido capturada e impresa sobre la portada de un pequeño librillo titulado La deuda impagable de América Latina y sus consecuencias imprevisibles. Tomé aquel librillo y lo trasladé a mi mesa de noche. A partir de ese momento empecé a tener contacto con las ideas revolucionarias del gran líder cubano.

De más está decir que su enérgica personalidad y su carácter tenaz son rasgos llamativos de lo que fuera su persona en vida, que captan la atención de quienes leen y escuchan sus palabras (aún hoy, por el milagro de los medios audiovisuales), pero lo que más ha llamado mi atención acerca de Fidel en todos estos años fue su espíritu imbatible, caprichoso (como muchos se atreven a señalar, equivocándose al creer que ese calificativo pueda resultar peyorativo a la hora de aplicársele al líder cubano) a la hora de defender la utopía activa del comunismo, así como su proyecto de sociedad socialista.

El régimen de Fidel Castro en Cuba tuvo y tiene muchas imperfecciones y problemas, es cierto, pero también es cierto que sin la imperturbabilidad del espíritu revolucionario del gran líder cubano ninguna revolución socialista hubiera sobrevivido en el continente bajo el influjo, la presión y el intervencionismo de Estados Unidos, país que orquestó, financió, e incluso protagonizó una segunda edición de la cacería de brujas, pero esta vez a nivel continental y dirigida en contra de todos los comunistas, incluso en regímenes democráticos (Weiner, 2010; Boron, 2012; Zambrana M., 2015).

Ante la muerte de esta distinguida personalidad, no puedo sino recordar que el 16 de octubre de 1956 Castro se defendía ante los tribunales cubanos con un alegato que titulaba “La historia me absolverá”, en el que dio voz a millones de trabajadores oprimidos que sufrían las injusticias de un régimen dictatorial y de extremada desigualdad. Cincuenta y nueve años de revolución cubana nos han enseñado que todas las necesidades humanas básicas pueden ser garantizadas para cualquier población por el poder de los esfuerzos y el compromiso colectivos; que la excelencia científica, la buena salud y la total escolaridad son derechos universales perfectamente realizables; aunque también nos enseñó que Estados Unidos es capaz de desconocer durante décadas el voto de los países del mundo (ahora solo con dos abstenciones: de Estados Unidos e Israel) en favor de la suspensión del embargo económico a la isla caribeña, como parte esencial de su lucha en contra de la izquierda en la región.