Tiempo confuso
En medio de tantos aparatos no pensantes se amontona la dejadez personal, la pobreza de valores.
Nuestras ciudades tienen centros comerciales donde se transita en medio de refrigeradores programables, televisores cóncavos de 52 pulgadas, cientos de celulares inteligentes, todo tipo de licuadoras, sartenes y ollas que no necesitan aceite ni agua. Recorrer estas calles es como navegar en un mar de inmensas olas que nos tragan, nos revuelcan y nos devuelven a una playa donde impera la confusión. Lo que no nos permite reconocer que estos objetos, por mucha tecnología que tengan, no nos hacen mejores personas, ni más inteligentes, ni siquiera nos acercan a la modernidad, solo nos convierten en compradores, en objetos acumuladores de objetos.
Por esa confusión es que en medio de tantos aparatos no pensantes se amontona la basura, la dejadez personal, la pobreza de valores junto al dinero acumulado en los bolsillos, la infancia condenada a vivir en las puertas de sus negocios de lunes a viernes y en medio de cervezas los fines de semana, cuando sus padres repiten lo que hicieron sus progenitores.
Los viejos negocios de pequeñas tiendas oscuras, con piso de cemento, se han convertido en galerías revestidas de cerámica donde la deshumanización circula por los pasillos. Está en el aire, es altamente contaminante, un virus que destruye la convivencia, la franqueza, el sentido de cumplimiento de reglas, de disposiciones impositivas. Sus propietarios han sido hábilmente adiestrados para esquivar cualquiera de los 19 valores enunciados en la Constitución o en cualquier otra norma que no sea de su exclusiva conveniencia.
Apelando a los rastrojos de valores que aún nos quedan podemos reconstruir —como competentes costureras— el sentido de raciocinio que nos hacía comprar solo lo necesario y desechar lo inútil. Los sociólogos podrán decirnos con certeza en qué momento perdimos la cordura y pensamos que dejar niños abandonados en bolsas negras junto a la basura o colgando de la rama de un árbol es algo que siempre pasa. Que comer chatarra es muestra de que la sociedad avanza, cuando lo que avanza es la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Que romper cualquier regla es señal de viveza o, peor aún, de inteligencia.
Con un ápice de optimismo podemos creer que quizás todavía hay tiempo para no tomar el tren equivocado y andar como errantes sin rumbo con nuestros celulares en la mano, creyendo que la mejor información es la que nos llega por el WhatsApp y que Bolivia ya salió del pozo del subdesarrollo, porque la palabra está pasada de moda, aunque en este tiempo sirva para describirnos de cuerpo entero. La educación es lo único que podrá salvarnos para que el futuro no nos cobre una factura imposible de pagar a las nuevas generaciones, ese es el vagón que no podemos perder.