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Sunday 12 May 2024 | Actualizado a 15:20 PM

Tiempo confuso

En medio de tantos aparatos no pensantes se amontona la dejadez personal, la pobreza de valores.

/ 8 de diciembre de 2016 / 04:20

Nuestras ciudades tienen centros comerciales donde se transita en medio de refrigeradores programables, televisores cóncavos de 52 pulgadas, cientos de celulares inteligentes, todo tipo de licuadoras, sartenes y ollas que no necesitan aceite ni agua. Recorrer estas calles es como navegar en un mar de inmensas olas que nos tragan, nos revuelcan y nos devuelven a una playa donde impera la confusión. Lo que no nos permite reconocer que estos objetos, por mucha tecnología que tengan, no nos hacen mejores personas, ni más inteligentes, ni siquiera nos acercan a la modernidad, solo nos convierten en compradores, en objetos acumuladores de objetos.

Por esa confusión es que en medio de tantos aparatos no pensantes se amontona la basura, la dejadez personal, la pobreza de valores junto al dinero acumulado en los bolsillos, la infancia condenada a vivir en las puertas de sus negocios de lunes a viernes y en medio de cervezas los fines de semana, cuando sus padres repiten lo que hicieron sus progenitores.

Los viejos negocios de pequeñas tiendas oscuras, con piso de cemento, se han convertido en galerías revestidas de cerámica donde la deshumanización circula por los pasillos. Está en el aire, es altamente contaminante, un virus que destruye la convivencia, la franqueza, el sentido de cumplimiento de reglas, de disposiciones impositivas. Sus propietarios han sido hábilmente adiestrados para esquivar cualquiera de los 19 valores enunciados en la Constitución o en cualquier otra norma que no sea de su exclusiva conveniencia.

Apelando a los rastrojos de valores que aún nos quedan podemos reconstruir —como competentes costureras— el sentido de raciocinio que nos hacía comprar solo lo necesario y desechar lo inútil. Los sociólogos podrán decirnos con certeza en qué momento perdimos la cordura y pensamos que dejar niños abandonados en bolsas negras junto a la basura o colgando de la rama de un árbol es algo que siempre pasa. Que comer chatarra es muestra de que la sociedad avanza, cuando lo que avanza es la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Que romper cualquier regla es señal de viveza o, peor aún, de inteligencia.

Con un ápice de optimismo podemos creer que quizás todavía hay tiempo para no tomar el tren equivocado y andar como errantes sin rumbo con nuestros celulares en la mano, creyendo que la mejor información es la que nos llega por el WhatsApp y que Bolivia ya salió del pozo del subdesarrollo, porque la palabra está pasada de moda, aunque en este tiempo sirva para describirnos de cuerpo entero. La educación es lo único que podrá salvarnos para que el futuro no nos cobre una factura imposible de pagar a las nuevas generaciones, ese es el vagón que no podemos perder.  

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¡Qué triste espectáculo!

Lucía Sauma, periodista

/ 2 de mayo de 2024 / 06:55

Hace unos días, la BBC publicó la lista de las 100 mejores universidades del mundo, entre las que figuran tres de Latinoamérica: la Universidad de Sao Paulo (Brasil), la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Buenos Aires, de Argentina. Además de ocupar un lugar entre ese prestigioso centenar, en la de México se graduaron tres premios Nobel y en la de Argentina, cinco de sus egresados fueron galardonados con ese premio. ¡Qué privilegio! ¡Qué honor! Las tres son universidades públicas y gratuitas. En las tres, la exigencia es muy alta y el esfuerzo que hacen los estudiantes para aprobar las materias y concluir la carrera es también muy alto porque saben que cuanto mejor sea su rendimiento y cuanto antes finalicen, mayores serán sus oportunidades de trabajo. 

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Por esas casualidades que a veces uno no termina de entender, en el preciso instante que estaba pensando en ese ranking de universidades, el taxi en el que me transportaba pasaba por un costado de la UMSA, cuando finalizaba uno de los actos de fin de campaña por la elección de rector, la máxima autoridad de la principal universidad de Bolivia. Mientras el taxi redujo al máximo la marcha por la JJ Pérez, pensé tristemente que la San Andrés está a años luz de figurar entre las 1.000 (mil) mejores de Latinoamérica. El espectáculo que ofrecían los estudiantes era degradante. Hombres y mujeres estaban en un patético estado de ebriedad, caminaban por mitad de la calle sin poder mantenerse parados, este era el motivo de la congestión vehicular que ocasionaban a las 10 de la noche. Las aceras o cualquier lugar, y a vista de todos, se convirtieron en baños públicos. La música que se reproducía desde un escenario armado en el atrio universitario invitaba a beber y continuar con la decadencia de los miles de estudiantes que tienen fecha de ingreso pero nunca de salida, de jóvenes que no están dispuestos a leer un libro entero y recurren a los resúmenes que ofrece el internet o “encargan” la lectura, sus tareas e incluso sus tesis a los negocios que frente al Monoblock ofrecen realizar estos trabajos por un monto, generalmente negociable, con los que se obtienen los títulos universitarios.

Por supuesto que no todos los alumnos, ni todos los docentes de la UMSA, están de acuerdo con ese comportamiento, pero qué impotencia la que deben sentir ante tan bochornoso espectáculo. Ese mismo sentimiento de vergüenza e impotencia deben experimentar quienes saben de los casos de acoso, violencia, extorsión que se presentan a diario en las diferentes facultades de esa casa de estudios. Es cierto que en varias oportunidades se hicieron algunos intentos de poner en claro lo que sucede dentro de la universidad pública, pero el sistema que rige tiene un tejido demasiado siniestro y profundamente entramado. Apenas se vislumbra un resquicio de cambio que pretende corregir la desfiguración que sufre la UMSA, salen todos los “defensores” de inconscientes y profanos detractores del saber y el conocimiento que han invadido la universidad. ¡Qué lástima! ¡Qué difícil ser optimista frente a este panorama!

(*) Lucía Sauma es periodista

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Dejarlos ser

Lucía Sauma, periodista

/ 18 de abril de 2024 / 10:02

Niños, niños, niños. Todos fuimos parte de ese mundo que en la adultez, misteriosamente y para nuestra desventura, se convierte en una pócima de olvido, en un laberinto imposible de seguir, se reduce a la búsqueda de un tesoro, sin mapa, sin isla, sin brújula.  Sabemos que vivimos esa etapa en la que unos fueron muy felices, otros no tanto, tenemos flashes de lo que sentíamos, pero ya no está el panorama completo, es un vuelo muy rápido, crecemos demasiado pronto y solemos deshacernos raudamente de la niñez, seguramente por temor a seguir siendo inocentes, francos, despojados del miedo a amar sin medida.   

Cuando la niñez queda en el pasado, buscamos que los niños respondan y actúen como adultos en miniatura, es decir que si nuestro hijo pequeño o nuestro nieto interviene en  una conversación como si sería una persona mayor, inmediatamente lo catalogamos como un ser inteligente, una verdadera lumbrera, un superdotado, es cuando se pone en evidencia que nuestro mayor deseo es tener un hijo o un nieto que no actué como un niño, sino como un ser pequeño, alguien que copia muy bien a sus mayores.

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Este 12 de abril, “Día del Niño Boliviano”, se volvió a repetir la historia: sentamos a niños (cuanto más pequeños mejor) para que lean o repitan de memoria lo que sus profesores, o padres, o pastores de iglesias evangélicas, o cualquier otro adulto escribió para poner en la boca de los niños que hicieron de parlamentarios, concejales, repetidores de citas bíblicas u otras autoridades, para que, precisamente el Día del Niño, dejen de hablar, de actuar como niños. ¿Tan mala nos parece la infancia que pedimos a los niños que parezcan grandes para calificarlos de inteligentes?

Los niños debieran actuar, sentir y sobre todo hablar como lo que son: niños. Es un enorme trabajo aprender la vida, verla con ojos de niño, construirla con corazón de niño. Ser niños, esa es su labor. Y a lo que debiéramos dedicarnos los padres, abuelos, tíos… es a facilitarles lo que pueden o deben hacer para crecer sanos y felices. Los adultos tampoco podemos cambiar nuestro verdadero papel pensando en que lo hacemos muy bien cuando muy ufanos decimos: “más que su padre soy su amigo”, olvidando que tu hijo o hija tendrá los amigos que quiera, lo que necesita son padres, que lo quieran y acompañen como padres.

En resumidas cuentas, este mundo, nuestra sociedad, necesita niños que actúen como niños, padres que actúen como padres. Que cada quien cumpla con su papel en el momento que corresponde. Los niños son maravillosos actuando como niños, no tienen por qué cambiar de papel.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Mal vestidas

Lucía Sauma, periodista

/ 4 de abril de 2024 / 07:01

¡Qué ridículas! Fue lo primero que escuché mientras veíamos el informativo de un canal nacional. Sonaba a coincidencia de pensamiento, realmente las presentadoras estaban vestidas de vampiresas, con trajes de fiesta, sin fiesta. Hombros desnudos, falda corta muy ceñida, o falda larga con corte en la pierna, paradas, equilibrando sobre tacones un pie delante del otro, modelando, sin pasarela. Con esa indumentaria fiestera caminaban por el set anunciando las catástrofes que ocasionaron las lluvias y saludaban a los reporteros que en traje de batalla, desde el lugar de los hechos reflejaban la tragedia. Así también anunciaron la noticia de uno de los 14 infanticidios este 2024, en manos de su progenitor. Ante la ofensa surgió la frase cargada de indignación: ¡Qué ridículas! ¿Tenían que vestirse de gala para dar a conocer la orgía de sangre? Alguien no se contuvo y dijo a modo de sarcasmo: “Por supuesto que tenían que vestirse así, en el canal están en su auge satisfaciendo el morbo de las personas con el dolor ajeno, cumpliendo con la infalible trica del éxito informativo: sexo, sangre y violencia”.

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¿Por qué las minifaldas en los informativos de televisión? ¿Por qué los innecesarios escotes? Por supuesto que no todos los canales de televisión bolivianos usan el cuerpo femenino como recurso machista y mercantilista para subir en el rating. Pero los que lo hacen quieren atraer audiencia, es su as bajo la manga para ofrecer sus anuncios comerciales entre los que se cuenta la noticia y sus presentadoras que sin mayor aviso pasan a ser una mercancía más. Es posible que el tener este tipo de comentarios incentive a los directivos y empresarios de esos medios a continuar, o incluso a empecinarse en el mayor uso de su regla de éxito. Sin embargo, también tendrán que enterarse que hay muchos dispuestos a indignarse y hacer conocer esa indignación. Sabrán que hay mujeres y hombres que nos sentimos ofendidos ante el uso y el abuso del cuerpo femenino.

Algunos dirán que las propias mujeres tienen la culpa porque permiten que las usen y que seguramente hasta se sienten complacidas de mostrarse porque “tienen con qué”, mientras que las que no somos atractivas opinamos mal de ellas por pura envidia. Lo que puedo decir es que no opinaban así varias colegas, que se sentían muy mal porque eran obligadas a usar minifalda, escotes pronunciados, etc. Muchas no tenían elección,  si no les gustaba presentarse así, tenían las puertas abiertas para irse y perder el trabajo. Las que pudieron solventarse económicamente ejercieron su derecho y se fueron de esos medios, otras se quedaron, porque no tienen elección.

De todos modos, si los ejecutivos de esos medios televisivos aún obligan a las presentadoras a mostrar algo más que la imágenes de la noticia, tengan presente que están muy mal vestidas porque están fuera de contexto, se ven ridículas. Estamos en una sociedad donde se idolatra la superficialidad, frívolos ante la grandeza de la vida. ¿Podemos rebelarnos y dejar de ser tan mediocres?

(*) Lucía Sauma es periodista

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Mediocre política

Lucía Sauma, periodista

/ 21 de marzo de 2024 / 07:02

Tan ocupados en destrozar al oponente, los políticos lo contaminan todo: la salud, los desastres naturales, la educación, la alimentación, la lucha contra la violencia, la macro y la microeconomía, la sobreexplotación minera, los efectos del cambio climático, el Censo y un interminable etcétera, porque cualquier tema que se nombre será motivo de escarnio para un grupo político y de beneficio para su oponente.

Mientras los políticos se sacan los ojos y ciegos dan manotazos a diestra y siniestra en la toma de decisiones de la vida pública, la ciudadanía se ha convertido en mera observadora de una comedia burlesca, aburrida, mediocre, a la que solo queda chiflarla y dejarla abandonada. Por la decencia y un sentido de responsabilidad que aún conservan las personas, la indiferencia tampoco es posible, porque sería como un acto de autodestrucción o un suicidio que felizmente tampoco está en los planes ciudadanos.

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Ante esta situación que raya el surrealismo, a los ciudadanos de a pie solo les queda sacudirse todo el polvo que dejan las imposturas de la politiquería y permitir que se imponga la cordura. Es necesario desempañar los espejos en los que se ven reflejados  y sin mentirse, reconocerse tal y como son. Este es el país en el que nacimos, pero para todos sería mejor si Bolivia fuese un país menos pobre, con un sistema de educación que enseñe a pensar, a crear, a desarrollar conocimiento, un lugar del que estemos orgullosos, que eleve nuestra autoestima cada vez que lo nombren.

Nada de lo dicho anteriormente será posible si continuamos poniéndonos zancadillas unos a otros por el simple hecho de burlarse del oponente, que siempre es visto como enemigo porque no hay argumento suficientemente preparado de manera inteligente  para ganarle en el debate. En su sinrazón no existe ni la remota posibilidad de pensar en el bien común, el bien mayor, la gente.

Es tedioso escuchar diariamente las mismas acusaciones, los mismos insultos, pero sobre todo las mismas mentiras con las que ofenden la inteligencia de la gente común y corriente que vive la angustia del desempleo aunque, como en un acto de prestidigitación, figuran en las estadísticas como trabajador porque vende tres dulces en Bs 1. Agravian a quienes perdieron todo por los desastres naturales sin que nunca reconozcan su parte de responsabilidad.

¿Habrá posibilidad de que se llegue a hacer política dejando de lado la politiquería? ¿Será posible trabajar por la gente y sus verdaderas necesidades? ¿Será posible que ya no nos mientan? 

(*) Lucía Sauma es periodista

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¡Qué linda clase, profesor!

Lucía Sauma, periodista

/ 7 de marzo de 2024 / 06:51

A un mes de la gestión escolar 2024 podemos preguntarnos: ¿Qué tal las clases? ¿Qué tal los estudiantes? Indudablemente el primer mes es fundamental para diseñar el resto del año. Si un profesor logra captar la atención, el interés de sus alumnos en estas primeras semanas, quiere decir que tiene ganado el camino o al menos un gran trecho del mismo. Si sus estudiantes son nuevos, si no los conocía antes, este tiempo ha sido suficiente para llamarlos por su nombre, para tener una evaluación de sus reacciones y aptitudes, no estamos hablando de prejuicios, sino de haber observado e interactuado con cada uno, al menos una vez en forma directa.

En este tiempo el maestro sabe quiénes tienen el liderazgo de la clase, tomando en cuenta que existen diferentes formas de liderar un grupo. Está el líder natural que es seguido por la mayoría de sus compañeros, es la persona que suele concentrar las reacciones de la clase, la aceptación de determinados valores a seguir, es quien marca el derrotero del curso.

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Está quien encabeza un grupo por sus conocimientos, que pueden ser tímidos o aislados pero que se llevarán la representación del curso por lo que saben, por su cumplimiento, su aplicación. El reconocimiento de estas personas suele depender de los valores que se alienten desde los liderazgos naturales. Es decir que los demás lo valoren y no lo llamen despectivamente nerd. Ahí es donde los maestros pueden incidir si actúan con criterio y permiten que ambos liderazgos convivan y sean reconocidos por toda la clase.

Por supuesto que están los liderazgos por habilidades, sean artísticas o deportivas, estas personas también deben demostrar sus talentos, sus aptitudes. El profesor o los profesores tienen que incentivar estas prácticas. Estos líderes son muy importantes en el momento de equilibrar lo tradicional con lo menos conservador, son fundamentales para abrir debate, formar argumentos y tener un curso con gente pensante.

El conocimiento de estos liderazgos es una pieza clave si el profesor tiene interés en la educación integral de sus alumnos y no solo contar con cajas para almacenar datos. A esta altura del inicio de clases ya se puede captar mayor atención e interés en aprender, en generar sed de conocimientos. Es tiempo de retar al debate argumentando las posiciones contrarias.

Por supuesto que para lograr todo ese despliegue de búsqueda de conocimiento, previamente es necesario nutrirse de argumentos para defender una posición, es necesario que el profesor se prepare absolutamente más allá del texto oficial de la materia, que no se informe únicamente por las redes sociales, que tenga pasión por el conocimiento y le dedique tiempo a la creatividad cuando está preparando su clase, sabiendo que hacerlo es imprescindible, que no puede improvisar o, peor aún, leer la lección del día como un dictado sin siquiera levantar la vista del papel. Hay profesores que saben lo importantes que son en la vida de sus alumnos y se preparan para ser una buena y querida influencia, esos son los que uno recuerda a lo largo de la vida.

(*) Lucía Sauma es periodista

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