Mientras los demócratas siguen contemplando sus pérdidas en la elección de noviembre; algunos creen haber encontrado una solución para revertir este  fracaso en el futuro. Ellos consideran que el partido necesita más políticas populistas económicamente. Sin embargo, tal “solución” no tiene en cuenta una realidad esencial: la mayoría de las personas no votan según las políticas.

Actualmente hay investigaciones excelentes realizadas por científicos políticos y psicólogos acerca de los motivos que explican el voto de las personas. La conclusión es clara. Tal como escribe Gabriel Lenz en su libro de referencia ¿Seguir al líder? de 2012, “los votantes no eligen entre los políticos basados en posturas políticas; sino que parecen apoyar las políticas que sus políticos favoritos prefieren”. ¿Y cómo eligen los electores a sus políticos? Es una decisión intuitiva, más emocional que racional. Mayormente depende de si se identifican a sí mismos con un político en un sentido social y psicológico. En una excelente investigación publicada recientemente con el título La democracia para los realistas, Christopher Achen y Larry Bartels muestran que las “adhesiones a grupos” e “identidades sociales” son la clave para comprender el comportamiento de los votantes. El psicólogo Jonathan Haidt refuerza esta visión con muchas investigaciones que muestran que las personas eligen sus opciones políticas con base en sus apegos tribales.

El problema para el partido demócrata no es que sus políticas no sean progresistas o suficientemente populistas. Ya son progresistas y sustancialmente más populistas que las del partido republicano en casi toda dimensión. Sin embargo, en la última década los republicanos se han extendido desde las cámaras estatales, las mansiones de los gobernadores, el Congreso estadounidense y ahora hasta por la Casa Blanca. Los demócratas necesitan comprender no solamente la victoria de Trump, sino también esa oleada más general.

El partido republicano ha sido capaz de beneficiarse electoralmente en varios niveles porque ha encontrado una manera de identificarse emocionalmente con los blancos de clase trabajadora, mientras ellos observan cómo se transforma su país. Tanto la globalización como la automatización y la inmigración han generado un cambio social enorme. Los republicanos señalan que desde un punto de vista intuitivo se encuentran en disconformidad con este cambio y les gusta el Estados Unidos de antes. Ésta es la razón por la cual los estados con votantes blancos de clase trabajadora con mayor edad, como en Ohio, Michigan y Wisconsin, poseen gobernantes y gobiernos estatales republicanos.

En parte ésta es una cuestión de política (en pistolas, digamos), pero principalmente se trata de la identidad y adhesión, que se hace efectiva mediante símbolos y señales. En un ensayo publicado en la revista Harvard Business Review,  Joan Williams explica que la gente de clase trabajadora desconfía y desprecia a los profesionales; y hoy en día, el partido demócrata es un partido compuesto por profesionales. Estos profesionales, según esta visión, son urbanidades sobreeducadas con estilos de vida decadentes (comida orgánica, dietas veganas, yoga, etc.) que poseen trabajos que consisten en manipular palabras y números.

Por otro lado, Williams señala que la clase trabajadora ama a los ricos. Un promotor inmobiliario de Queens, por ejemplo, en realidad construye cosas, alardea sobre su riqueza y retiene todos sus apetitos básicos. Cuando Donald Trump postea una foto de sí mismo en su avión comiendo pollo frito de Kentucky está diciendo a su gente: “Soy tal como ustedes, solamente que con mucho dinero”. Y de hecho, Trump de varias maneras es la fantasía que posee una persona de clase trabajadora de lo que sería su vida si fuese rico, desde el estilo triple de las Vegas hasta los accesorios de su avión bañados en oro.

Si esta adhesión emocional es la clave para hacer que la gente vote a favor de uno, ¿qué significa esto para el partido demócrata? Posee ventajas. Comienza con una fuerte base de personas que se identifican con este partido: profesionales, mujeres trabajadoras, minorías, milenarios. No obstante, necesita reclamar una parte más grande de blancos de clases trabajadoras. Para hacerlo, los demócratas necesitan comprender la política del simbolismo.

La campaña de Hillary Clinton, por ejemplo, se debería haber centrado en un tema simple: que ella creció en un pueblo fuera de Chicago y vivió en Arkansas durante dos décadas. El mensaje subliminal para los blancos de clase trabajadora simplemente hubiera sido: “Yo los conozco. Yo soy uno de ustedes”. Fue la temática del discurso de su esposo cuando la introdujo en la convención demócrata, y el éxito de Bill Clinton tiene mucho que ver con el hecho de que, tan brillante como es, siempre puede hacer acordar a esos votantes que él los conoce. Una vez que se logra esta apertura, ellos están abiertos a sus ideas políticas.

Barack Obama es un político singularmente carismático. Pero tal vez haya hecho olvidar a sus correligionarios que los tres demócratas elegidos para la Casa Blanca antes de su elección provenían del sur rural. Ellos conocían ese mundo, eran parte de él. Con estas percepciones en mente, en el período de campaña, tal vez Clinton y los demócratas se deberían haber movilizado no con Beyonce y Jay Z, sino con George Strait. Y si usted no sabe quién es Strait, ése es parte del problema.