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El otro Fidel

La historia regional y mundial debe al mesianismo y al culto irracional a los caudillos consecuencias terribles. La ignorancia, la ambición, el fanatismo, la tiranía crecen a la sombra del personalismo para humillar la libertad y la soberanía de los pueblos. Ningún hombre, líder o dirigente, en la recta comprensión de sí mismo y del valor humano de los otros, puede admitir la elevación sin méritos, prematura e indigna de su nombre y más cuando sus actos deben ser sometidos al juicio severo de los siglos y a la serena e imparcial revisión de las generaciones.

De manera imprevista, a principios de 1999, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, una noche en la que había terminado de dictar mis clases de Derecho conocí a Fidel Castro, controversial figura de la historia cubana. Político avezado y orador locuaz, fácil en la improvisación, en la cita anecdótica de los sucesos, en la memorística aportación de cifras, en el pasar de un tema a otro, era el fallecido personaje quien desde 1959 asumió de manera absoluta y prolongada el poder en su país.

Entonces rodeaban a Castro buena parte de los representantes del nuevo gobierno venezolano, los cuales seguían atentos el discurso, las observaciones y recomendaciones del Comandante, quien consideraba, desde la postura marxista, los hechos de América Latina.

Habló Fidel sobre Venezuela con tal amplitud y libertad que en otra circunstancia no se hubiera aceptado hacerlo a un político extranjero. Analizó con especial detalle los peligros que confronta una revolución y advirtió de manera específica, premonitoriamente, que se prepararan los entonces elegidos ante la eventual situación del desencanto popular y la pérdida de apoyo de las masas.

Dos actos inamistosos principales cometió Fidel Castro contra Venezuela: la intervención en su vida política, armada inclusive en los años 60, y su formal oposición a nuestros derechos territoriales sobre el Esequibo. De la misma manera, bajo un similar concepto de independencia nacional, soberanía política y autodeterminación de los pueblos, puede cuestionarse la guerrilla apoyada por Cuba y establecida en Bolivia bajo la conducción del Che Guevara, así como cualquier acto o injerencia exterior en el destino de un país.

La historia no ha dictado aún su definitivo veredicto. Juzgará como a muchos y debe hacerlo con imparcialidad la vida del comandante Fidel Castro y su impacto en la política latinoamericana.