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Cártel de chicle

El Ministerio de la Presidencia ha querido precintar el escándalo Zapata-Morales con un audiovisual valuado en Bs 40.000. En el relato, titulado El cártel de la mentira, Andrés Salari, contratista argentino de Quintana y pareja de la Ministra de Salud, deja traslucir un tupido nudo, donde los nexos íntimos son moneda al uso en el seno de la actual clase gobernante.

Hace tres meses, Salari firmó un contrato con la unidad administrativa de dicho ministerio para obtener una remuneración del Gobierno boliviano, mientras seguía siendo corresponsal de Hispan Tv, la televisión pública iraní, y conductor del programa Ojo con los medios. No es la primera vez que lo hace. El simultáneo Salari es, sin desdoblarse ni sonrojarse, periodista, consultor de dos gobiernos y allegado al gabinete. El día de la premier del documental no recorría ovacionado el auditorio del Banco Central, sino que estaba en Buenos Aires, organizando exhibiciones de su obra en su país natal, con lo que ya compite como un producto de exportación ideológica.

A nadie parece sorprenderle el revoltijo de tantos intereses. Por eso luce natural que en las secuencias de El cártel de la mentira aparezcan cuatro cónyuges defendiéndose mutuamente cual si de diputada y periodista neutral se tratara. Las fuentes acreditadas de Salari son invariablemente oficialistas, patéticamente endogámicas hasta llegar al extremo de incluir al exministro y gerente del canal en el que trabaja. Espectacular manera de refutar un tráfico de influencias.

A pesar de tantas calamidades éticas, Salari nos ha recordado algo nodal: el primero en concederle plena credibilidad a Gabriela Zapata fue Evo Morales. Después de ello, todos los medios, y no solo los ahora agredidos, se subieron al barco de la falsa abogada. Ahora, misión imposible… Salari intenta hundirlos con ella, pero al mismo tiempo procura rescatar al Presidente. Este naufragio selectivo le ha resultado harto complicado. Es imposible condenar a los reporteros sin repudiar al Jefe de Estado. Fue él quien pidió que le entreguen al niño; y los diarios, radios y canales no hicieron otra cosa que creer en su menuda existencia. ¿Qué se esperaba de ellos?, ¿que dijeran que Morales reclamaba a un muchacho que nunca nació?, ¿que Morales no controla su fertilidad?

Pero la nota más agraviante de la semana la dio Reymi Ferreira, el ministro encargado de peregrinar por las pantallas para anunciar el estreno del documental. En al menos dos entrevistas televisivas, y como si se tratasen de un chicle, la autoridad expandió y restringió a discreción la cantidad de miembros del llamado “Cártel de la mentira”. Ferreira sostuvo que El Deber no debería estar en la lista, pero sin embargo sí estaba radio Fides. Los ejemplos aportados por Salari en su consultoría son igualmente caprichosos, porque incluyen a El Diario, Oxígeno y La Razón. Del mismo modo se involucra a CNN, a pesar de que ésta se abstuvo de publicar la entrevista que consiguió con un hijo simulado del Presidente. ¿Qué clase de investigación estatal es esta que achica y alarga la lista de los acusados de acuerdo al humor del ponente de turno?

Salari se equivoca. No hay tal cártel. Los periodistas bolivianos informaron sobre un hijo reconocido por el Presidente y dieron micrófonos a la mujer que compartió su vida por al menos dos años. Así, en el documental, el número de sábanas resultó inversamente proporcional a la suma de las evidencias. Que los Bs 40.000 regresen nomás al lugar del que nunca debieron haber salido.