Icono del sitio La Razón

Deseos

El periodista Fortunato Esquivel anunciaba el fin de año, con unos dos meses de anticipación, con este apretado resumen: “otro año que se va y sigo pobre”. Facundo Cabral le habría respondido con la anécdota de su hermano que un día dijo una queja parecida y su madre le respondió que si mal no recordaba, cuando nació estaba desnudo, de modo que esa camisa y ese pantalón ya eran ganancia. Igual don Fortu, con su titular periodístico sobre su evaluación personal del año, nos hacía sonreír en la sala de redacción y ése era el santo y seña para empezar a hilvanar deseos.

Lo mínimo que uno podría desear, para todos y para uno mismo, es que el porvenir (año nuevo se le dice en estas épocas) venga generoso y amable; que los pronósticos se equivoquen y los deseos acierten.

San Francisco de Asís, decía Cabral, tal vez encontró una de las fórmulas de la felicidad: deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco. Y con su compañero de canto, Alberto Cortez, hablaban de que había que desear solo pequeñas cosas: “un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna, una pequeña…”. Pero la canción mexicana nos advirtió que tampoco hay que creerse de buenas a primeras todos los consuelos o buenos deseos: “dicen que no se sienten las despedidas, dile al que te lo cuente, cielito lindo, que se despida”.

Si de algo no hay duda es que los bolivianos somos campeones para desear. Si no, qué es la feria de Alasita, y, en agosto, el agradecimiento a la Pachamama, y las entradas del Carnaval y la del Señor del Gran Poder, y las piedras de Urkupiña y las romerías a pie hasta Copacabana en Semana Santa. Sin contar las 12 uvas; y cargar las maletas subiendo y bajando escaleras; contar dinero; y los calzones amarillos y los calzoncillos rojos y del color que nos digan si trae suerte para el año nuevo; y comer chancho porque el animal se pasa la vida (hasta que nos lo comemos) empujando con su trompa la tierra hacia adelante y, se ha nos dicho, que eso es señal de progreso.

El deseo mejor guardado y más expresado debe ser el de buena salud. Si ese no se cumple, ningún otro tiene sentido. Se me ocurre que ése debe ser el primer mandamiento de los deseos.

Desear y soñar deben ser parientes, porque en esa familia no hay límites. Se puede dar cuerda infinita. Y no puede haber peor señal si en esto se nos para la cuerda. Sería algo parecido a los dolores y los achaques de los viejos si uno aplica la fórmula de un primo mío: “si después de los 50 despiertas y no te duele nada, empezá a sospechar. Puede ser que estés muerto”.

Uno de los mejores deseos que he escuchado tiene que ver con un divorcio en “noche de bodas”. En esa canción, con su voz ronca, Joaquín Sabina desea que el calendario no venga con prisa, que el diccionario detenga las balas, que los que esperan no cuenten las horas, que el fin del mundo te pille bailando, que el escenario te tiña las canas, que nunca sepas ni cómo ni cuándo. Pero sobre todo que el corazón no se pase de moda, que los otoños te doren la piel, que cada noche sea noche de boda y que no se ponga la luna de miel. Todo rematado con un previo: “que se divorcie de ti el desamparo”. Todos estos deseos los he sumado a las listas de fin de año. Por ahí… quién sabe.