En la desesperada campaña de desprestigio disparada a raíz del lanzamiento del documental El cártel de la mentira, una de las columnas más malintencionadas fue la publicada por Rafael Archondo en este mismo espacio.

El citado pretende negar la existencia misma del documental al denominarlo como “consultoría”, se indigna por su costo, intenta inhabilitar a mis fuentes y se escandaliza por mis relaciones con gobiernos y hasta por mis vínculos personales. Tampoco puede ocultar su resentimiento porque me encuentre organizando la difusión internacional del documental. ¿Por qué se preocupa? ¿Quién estaría interesado en ver una “consultoría”? Y para colmo, miente al afirmar que en el documental se incluye al periódico La Razón.

Archondo y muchos de sus cómplices podrán repartirse muchos premios y cátedras, pero no están en condiciones de ofrecer a la ciudadanía un debate honesto sobre la labor del periodismo. El próximo documental podría hacerlo sobre ellos y se me ocurre un título más rimbombante: “Los reyes de la hipocresía”.

Fíjese lector, que en esta esperable campaña podrán incluir distintos elementos para tratar de desacreditar el documental y a su director, pero en ningún momento se animarán a poner en entredicho las contundentes evidencias sobre la manipulación y la tergiversación operada por el cártel, pues resulta que son reales y están documentadas.

Los entrevistados del documental fueron elegidos por su conocimiento acerca de la materia tratada. Propongo, Rafael, que refutes los escandalosos casos de manipulación reflejados en el audiovisual, sin valoraciones demagógicas. Para eso es la academia, no para columnas de chismes.

Mis entrevistados no fueron elegidos para elaborar un documental neutral, este es justamente el nudo de todo este asunto, fueron elegidos para describir un fenómeno comunicacional. Los miembros del cártel fueron invitados a testimoniar para refutar esta tesis. Salazar aceptó y dio su versión, quedó reflejada en pantalla. Peñaranda no argumentó nada y prefirió desprestigiar el documental —tal la columna de Archondo—. Amalia Pando y Andrés Gómez —en todo su derecho— no quisieron dar su testimonio, al igual que los responsables de El Deber. Ahora, Archondo no tiene derecho ni legitimidad a protestar por su inasistencia.

Yo no soy neutral ni nunca lo fui, y lo acepto. Archondo tampoco es neutral, pero pretende confundirnos. Cuando defiende en su columna que CNN haya ocultado la inexistencia del supuesto hijo del Presidente a la opinión pública nacional y regional, asume una posición ideológica.
Archondo pretende acusarme o desautorizarme por trabajar en medios estatales. Entonces él no podría ejercer ninguna clase de periodismo, ya que fue un alto funcionario del gobierno al que ahora desprecia.

Finalmente, Archondo sugiere que los Bs 40.000 que costó el documental debieran regresar al lugar del que nunca debieron haber salido. Le tomo la palabra y ofrezco devolverlos, pero solo si él me acompaña y devuelve todos los ingresos que tuvo como alto funcionario del Gobierno y que ni siquiera nos dejaron algo palpable que la sociedad pueda debatir. Y les aseguro que la cuenta supera muy ampliamente los Bs 40.000.
Lo patéticamente endogámico no es que en el documental aparezcan cuatro cónyuges, como afirma Archondo.