El 2016 ha sido un año conservador; 2017 lo será aún más. Los grandes países europeos van cayendo en manos de los viejos partidos conservadores. Tories en el Reino Unido; el PP en España; una Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) que, salvo sorpresa, ganará su cuarto mandato consecutivo en otoño.

Antes, la primavera traerá un presidente francés que, en el mejor de los casos, será conservador de palabra y obra (Fillon) o solo de obra (Valls, Macron). Italia, tras el descalabro de la mayor esperanza de la izquierda en lustros (Renzi), también girará a la derecha, en su versión seria o payasa. Este mayo, debajo de todas las playas europeas, habrá adoquines.

¿Cómo es posible que, en un momento de elevada inseguridad económica y creciente desigualdad, los europeos votemos a los partidos conservadores? Una explicación habitual es que los partidos de derechas se han fortalecido porque son un muro de contención frente a los nuevos populismos antieuropeos y xenófobos.

Sin embargo, la relación es la inversa. Los partidos conservadores son el dique más creíble contra la oleada nacionalista porque, para empezar, son los partidos más fuertes. Pero, ¿de dónde sale su fuerza?

Desde luego, no emana del carisma de sus líderes. Rajoy, Merkel, May o Fillon no encabezarían un ranking de políticos carismáticos. No reúnen las condiciones definitorias de un líder carismático de acuerdo con Max Weber: una persona con dotes extraordinarias que propone i-deas innovadoras en situaciones de crisis o desesperación.

De hecho, su éxito reside en que son la antítesis del carisma. Rajoy, Merkel, May o Fillon se apoyan en lo que Max Weber llamó la autoridad legal-racional. Es decir, el poder que emana del cargo que se ejerce y no de la persona.

Hablan como las representaciones corpóreas de sus cargos gubernamentales, evitando referencias personales y originalidades; ocurrencias, como las descalifica Rajoy. Al contrario, ellos ofrecen predictibilidad. Una ley grisácea, pero que no mancha.

Los conservadores derrotan a sus rivales porque, en tiempos de desolación, no ofrecen mudanza alguna. Y es que, a menudo, los votantes preferimos los adoquines a la playa.

* es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), columnista de El País.