El brexit en Gran Bretaña y la elección de Donald Trump en Estados Unidos serán interpretados como los episodios que dieron comienzo a un cambio de época en el ámbito global, no obstante que sus factores explicativos tengan que rastrearse necesariamente al menos en los 15 años anteriores.

Es necesario recordar, en efecto, que la primera década del siglo XXI estuvo caracterizada por grandes cambios geopolíticos originados en un inédito desplazamiento del poder desde la zona del Atlántico norte (Estados Unidos y Europa occidental) hacia el Asia-Pacífico, debido a la emergencia económica de la China, la India y otros países asiáticos, como resultado de la combinación de grandes masas demográficas con una excepcional capacidad de crecimiento a lo largo de varias décadas; lo que dio lugar a una formidable expansión de la demanda de energía, alimentos y productos básicos, que benefició con precios altos a los países exportadores de dichos recursos.

En esa época también se instaló en América Latina una corriente política contraria al neoliberalismo vigente desde los años 90 en casi toda la región, y particularmente opuesta a la iniciativa del tratado de libre comercio de las Américas propuesto por Estados Unidos. En ese contexto, Brasil y Venezuela desplegaron en esos años diversas iniciativas diplomáticas conducentes a forjar alianzas con otros países exportadores de petróleo dentro y fuera de la OPEP, o a establecer mecanismos de cooperación política y económica entre países con dimensiones continentales, cual es el caso de los BRICS.

Es preciso recordar, además, que en esos años se aceleró la dinámica de la globalización financiera, con sus excesos especulativos y la consiguiente crisis de 2008-2009, cuyas consecuencias de todo tipo no han sido superadas hasta ahora. Fueron los años asimismo en que se exacerbaron las desigualdades económicas y sociales en el ámbito global, mediante inéditos procesos de concentración de la riqueza en una reducida élite transnacionalizada, lo que trajo aparejada la desconexión entre la sociedad y las élites políticas, acompañada en paralelo por la aparición de movimientos políticos radicales, nacionalismos populistas y liderazgos autoritarios que predican la intolerancia y la xenofobia.

El conjunto de tales procesos puso de manifiesto la obsolescencia del orden internacional creado al finalizar la Segunda Guerra Mundial, que funcionó hasta el derrumbe del socialismo en la Unión Soviética en el marco de la Guerra Fría, y después bajo la conducción hegemónica de Estados Unidos en términos militares, geopolíticos y tecnológicos. Entonces el cambio se hizo inevitable.

El futuro del orden internacional es incierto, excepto que ninguno de los conflictos militares existentes tiene perspectivas de resolverse en el corto plazo.

Podría ocurrir incluso que en el futuro se sumen nuevas zonas de confrontación, que requerirán la intervención de fuerzas externas para buscar entendimientos de paz o simplemente para evitar catástrofes humanitarias. La constelación de alianzas de la intervención externa probablemente ocurrirá a geometría variable, según las condiciones geopolíticas de cada caso.

Se puede afirmar, por último, que ha concluido una larga época de crecimiento económico fácil; en las próximas décadas el crecimiento de la economía mundial se reducirá prácticamente a la mitad de lo que ha sido en décadas anteriores.

Poco o nada pueden hacer los países pequeños para cambiar las adversas condiciones que se anuncian para los próximos años. Tendrán, en cambio, que aprender a navegar la incertidumbre mediante políticas inteligentes que fortalezcan la cohesión social a partir de grandes pactos por la gobernabilidad democrática y la igualdad.

Les deseo salud y bienestar personal en este Año Nuevo 2017.

Es  economista.