Un nuevo año
Aspiremos que el bien común sea el norte que guíe las decisiones y acciones de las autoridades
Cada año, con la llegada del 1 de enero, las personas suelen hacer un balance de los últimos 12 meses y proyectan las metas que desean alcanzar en los siguientes 365 días. Algunas son fácilmente alcanzables, otras, imposibles y se repiten año tras año; y algunas más, pese a no ser imposibles, son relegadas por falta de ánimo o voluntad, y el incumplirlas provoca pesar.
En este diario, el balance del año que acaba de terminar ya se hizo en los anuarios que presentamos en las últimas semanas, y los propósitos, en el brindis de Año Nuevo, donde todo el personal, de la administración, de la redacción y de talleres, se reunió para hacer votos de más y un mejor desempeño periodístico y empresarial, pues todo lo que se hace en La Razón está pensado en sus lectores y lectoras, titulares indiscutibles del derecho a la información.
Asimismo, llegado el momento del festejo, es también habitual hacer votos y expresar deseos para los demás; en nuestro caso, para el país entero. Así, deseamos que el año que hoy comienza sea más auspicioso que el que ayer acabó, tanto para las personas como para las instituciones. Deseemos, entonces, que esperanza, esfuerzo, valentía y humildad vuelvan a ser palabras que nombren actitudes y valores generalizados en la sociedad y, mucho más, entre sus líderes; que haya menos quejas y más propuestas entre quienes representan a la población en el debate público y en los ámbitos de la política.
Aspiremos que el bien común sea el norte que guíe las decisiones y las acciones de quienes tienen en sus manos la enorme responsabilidad de conducir las instituciones en todos los niveles gubernativos, y no solo ellos y ellas, sino también todos y cada uno de quienes ocupan puestos de decisión u operativos; que siempre recuerden que el puesto que ostentan es, en esencia, de servidor público, y que en esa medida se deben, primero, a la sociedad toda y que solo a través de ella pueden verdaderamente realizar los intereses y objetivos del grupo al que representan.
Soñemos que desaparezcan las pequeñas (y grandes) miserias morales que solo sirven para causar daño a los eventuales adversarios y nunca para hacer el bien, ni a los propios ni al resto de la sociedad; que quienes actúan motivados por el odio o el desprecio al que es o piensa diferente recapaciten y recuerden que incluso en medio de las mayores diferencias es posible encontrar también semejanzas y coincidencias.
Deseemos, pues, que todo lo que salió mal o simplemente no se pudo lograr en 2016 sea hecho de nuevo, pero bien y a conciencia, en las vidas de los individuos, de los grupos y de las instituciones. Que el 2017 sea un año distinto en el que los debates públicos vuelvan a ser sustantivos y, sobre todo, que sean capaces de involucrar y comprometer a la mayor parte de la sociedad. Que sea, en fin, el mejor año que hemos vivido hasta ahora.