2016
La deriva priísta es entonces el cuarto rasgo revelado en 2016 para el continente.
En el año que acaba de morir, se fueron con él David Bowie, el profesor Jirafales, Fidel Castro, la princesa Leia con su mamá, Umberto Eco, el díscolo exsecretario de Naciones Unidas Butros Gali, el bueno de Shimon Peres y el irrepetible Juan Gabriel. Fueron pérdidas suficientes como para que muchos le desearan un fin expedito y la victoria magra de Trump, el brexit y la desportillada paz de Colombia solo agregaron motivos para seguirlo sepultando sin remordimientos.
Dos mil dieciséis quedará, sin embargo, como un año memorable para América Latina, porque aparentó ser el instante en el que algunas tendencias parecieron afirmarse, dejando a otras languidecer. Ha sido, por variados motivos, el año en el que las fuerzas otrora lozanas de la transformación pasaron al terreno agreste de la oposición. Le ha ocurrido, sobre todo, al Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, cuya hinchada comparte ahora estupefacción junto a sus vecinos kirchneristas. Los primeros sumaron 13, los segundos, 12 años en el poder.
Este dato nos lleva a clarificar el segundo rasgo visto en 2016: las izquierdas latinoamericanas logran perdurar en el poder. En Nicaragua Ortega sumará al menos 26 años al mando de su país. La Concertación por la Democracia en Chile (hoy Nueva Mayoría), aunque con cuatro y no un solo liderazgo, completará 24 años en el Palacio de la Moneda. Si Nicolás Maduro no es revocado, el chavismo gobernará dos décadas completas en Venezuela. El Frente Amplio del Uruguay dejará a blancos y colorados al menos 15 años consecutivos fuera del poder. En Bolivia, Evo Morales es el presidente con más tiempo en el Palacio a lo largo de toda la historia nacional. A ello puede sumarse la década de Rafael Correa y la del Frente Farabundo Martí en Ecuador y El Salvador, respectivamente.
En otras palabras, gobiernan por periodos notablemente largos, pero su sustitución no resulta tan improbable. Sin embargo, y este es el tercer rasgo expresado el año pasado, ésta solo se ha dado en los países en los que el llamado viraje a la izquierda no consiguió destruir el sistema de partidos prevaleciente. Así es, allí donde la adhesión a las fuerzas nacidas con este siglo no fue tan devastadora, y por tanto los partidos desplazados lograron conservar algo de su vigor, las posibilidades de alternancia son afortunadamente más altas. En efecto, la conformación de partidos arrolladores como el PSUV de Venezuela, Alianza País de Ecuador, el FSLN de Nicaragua o el MAS de Bolivia han llevado a esos países a padecer un esquema de gobierno muy similar al PRI mexicano. En todos ellos la democracia persiste, pero apadrinada por una sola sigla que concentra todos los ases en la mano. La deriva priísta es entonces el cuarto rasgo revelado en 2016 para el continente.
Cerremos esta descripción con esperanza. El quinto elemento es la proliferación de actos electorales. En América Latina votar se ha vuelto un acto frecuente. Los países que han cambiado su Constitución en el periodo reciente han sido Venezuela en 1999, Costa Rica en 2002, Ecuador en 2008, Bolivia en 2009 y República Dominicana en 2010. A su vez, la celebración de referéndums se han concentrado en Uruguay (5), Ecuador (4), Venezuela (5) y Bolivia (5). Cabe entonces esperar que las derrotas de los concentradores de poder de los últimos años se darán en el silencio las urnas y no bajo el estruendo de las calles. Bienvenido 2017.