No me cabe la menor duda de que 2016 será un año que difícilmente olvidaré. El anterior ha sido un año de grandes avances científicos en muchos campos y de importantes descubrimientos, pero, entre todos ellos, uno ha sido muy especial para mí y mis colaboradores: las primeras observaciones de ondas gravitacionales con LIGO.

Desde que el pasado 11 de febrero, después de minuciosos análisis, las colaboraciones científicas con el Observatorio de Ondas Gravitacionales con Interferómetro Láser (LIGO, por sus siglas en inglés) y Virgo anunciaran la primera detección directa de ondas gravitacionales y la primera observación de la fusión de un sistema binario de agujeros negros, las desconocidas ondas gravitacionales han acaparado la atención de los medios y de la mayoría de los más prestigiosos premios internacionales.

Esto no es de extrañar, ya que estas primeras detecciones directas de ondas gravitacionales han sido, sin duda, uno de los logros científicos más importantes del siglo, no solo porque han servido para validar uno de los pilares de la física moderna, la Teoría de la Relatividad General, precisamente en su centenario, sino también porque se abre una nueva ventana desde la que observar al universo, con el potencial de descubrir sistemas astronómicos ahora inimaginables.

Personalmente, después de haber dedicado 20 años de mi carrera a la caracterización de los instrumentos, al desarrollo de algoritmos específicos para poder extraer minúsculas señales del ruido y al estudio del potencial científico de distintos detectores, este descubrimiento me ha llenado de una gran satisfacción.

La historia de los detectores de ondas gravitacionales se remonta a los años 60. Aun así su búsqueda no ha hecho más que empezar.

En los próximos años, a medida que los detectores avanzados LIGO y Virgo se acerquen a su sensibilidad de diseño, observaremos de forma regular algunos de los fenómenos más energéticos y violentos del universo.

Lo que será decisivo en el avance de la física fundamental, astrofísica y cosmología, permitiéndonos explorar importantes cuestiones; por ejemplo, cómo se forman los agujeros negros, si la relatividad general es la descripción correcta de la gravedad, o cómo se comporta la materia bajo condiciones extremas.

En un futuro, nuevas generaciones de detectores permitirán hacer astronomía de alta precisión con nuevos instrumentos como el detector europeo Einstein Telescope o el observatorio de la Agencia Espacial Europea LISA, que podrían empezar a funcionar en la década de 2030.

Gracias a los desarrollos tecnológicos, los interferómetros LIGO son capaces de operar al borde de los límites fundamentales de la física, siendo los instrumentos ópticos más sensibles jamás construidos.

Utilizando luz láser, son capaces de comparar la longitud de sus brazos con una precisión superior a 1/10.000 partes del diámetro de un protón.

Nuestro grupo de Relatividad y Gravitación de la Universitat de Les Illes Balears está totalmente volcado en el análisis de los datos de estos detectores.

También estamos involucrados en el de-sarrollo y optimización de algoritmos específicos de búsquedas junto con la construcción de catálogos de patrones de ondas gravitacionales, que son imprescindibles para estudiar las fusiones de sistemas binarios, como los descubiertos este año.

En estos momentos, los detectores LIGO vuelven a estar operando en modo de observación, aunque su funcionamiento se interrumpirá durante las vacaciones. Todos nosotros estamos ansiosos y preparados para que la naturaleza nos sorprenda de nuevo y poderlo contar.

* es investigadora principal del grupo de la colaboración científica LIGO en la Universitat de Les Illes Balears.