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Fractura moral

La madrastra agarró un palo y le propinó dos certeros golpes en la cabeza, la niña de siete años se derrumbó. Unos vecinos la llevaron a primeros auxilios; en tanto, el padre y la madrastra escaparon. A los tres días Abigail murió. Dejaron a otros dos niños que presentaban huellas indelebles de maltrato y signos de tortura. Sus pequeños cuerpos fracturados representan de cierta manera la fractura moral de nuestra sociedad, ruptura que nos involucra y que debería ponernos en alerta. Algo está pasando en el interior de nuestros valores. Algo huele mal y se está pudriendo, mientras nos condolemos por el maltrato animal y no queremos ver la humillante condición de los más vulnerables y desfavorecidos de la sociedad.

Ética viene del griego ethos y moral viene del latín mores, ambos significan costumbres. Muchas teorías han sido elaboradas sobre el tema y se reconocen hasta siete conceptos. Partamos de que es un fenómeno histórico que aparece en las primeras etapas de la formación de la sociedad y se desarrolla en el curso del cambio de las relaciones sociales, incluidas las económicas y del progreso de la cultura material y espiritual de la humanidad. Es una forma de conciencia social que desempeña la función de regulación de la conducta de hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida en sociedad.

En la moral desempeña un rol importante la conciencia individual; por lo tanto, las personas, aparte de ser objeto de control social, son también sus sujetos conscientes. La conciencia moral, a través de las relaciones dentro la sociedad, se refleja en las representaciones correspondientes al asumir el concepto del bien y el mal y los ideales de justicia e injusticia con los que nos enfrentamos todos los días en el medio laboral, profesional, familiar y político.

La fractura moral tiene como detonante, entre otros ingredientes, a la codicia y los sentimientos enrarecidos por la frustración, más la irradiación que emiten las conductas de los gobernantes y opositores desde el Estado. Las señales de corrupción y la impunidad subsecuente generan un espacio donde la ley y las normas solo devienen en versos que pueden ser cantados en diferentes entonaciones, obviando el bien común y fecundando una interminable chijinización o judilización de los problemas.

Es así que escuchamos el solo de tiple de la Ministra de Transparencia, que paradójicamente oscureció el problema del contrato de la Alcaldía paceña con la empresa La Paz Limpia y la amenaza de una autoridad del Ministerio de Trabajo de suspender a esta compañía. Con la misma alacridad nos hubiera gustado saber qué ocurrió finalmente con los manejos de Enatex, de Papelbol, con la empresa constructora de las Fuerzas Armadas, con EPSAS, entre otras formas misteriosas del manejo del Estado. Lo paradójico es que muchos de los responsables fueron premiados con cargos; y eso nos hace repetir la muletilla del presidente Evo: “¡No lo puedo entender!”.

La oposición, desde la Asamblea, no tiene la estatura moral para erguirse como un interlocutor creíble con estos dos ejemplos: un diputado leguleyo fue sorprendido corrompiendo a un policía en una misa de preste y otro fue sancionado por arrebatar fraudulentamente un porcentaje del sueldo de sus correligionarios. A este último lo suspendieron por seis meses, y culminado este lapso otra vez volvió a montar su oscuro utensilio, como si nada hubiese pasado.

La podredumbre también aterrizó en la universidad pública, la Iglesia tiene un entredicho con un conocido politiquero que pretende adueñarse de la fundación del extinto sacerdote Obermaier, y el ominoso entramado policial y judicial no tiene límites. La sociedad boliviana no puede ocultarse mirando cuatro horas televisión, o enrojeciendo sus ojos en el Facebook, emitiendo y leyendo chismes y condoliéndose por loritos y gatitos abandonados, cuando la enfermedad de la amoralidad ha desquiciado el rumbo de muchos sectores.

Todas estas señales han desbordado hacia la sociedad. Si arriba pasa eso y no hay sanción, entonces todo vale, y aquí abajo nuestra frustración la deben pagar los más débiles y vulnerables. Siempre lo dijimos, una revolución sin ética y estética no tiene futuro, ¿habrá voluntad para cambiar de rumbo?