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Nosotros, bastardos

Aveces dan ganas de subirse a un coche (ni minibús, ni trufi, obviamente, un coche sin paradas conocidas ni nada por el estilo) y dejarse llevar allí donde nada de lo que nos rodea sea cierto. Olvidar. Es la flaca, desdentada y fea señora impotencia que me aprieta los dedos y me obliga a escribir así. Es que nosotros, los del sexo fuerte (los alfas), estamos muy mal.

O quizás sea otra cosa. Parece que en estos primeros días de 2017 Dios, o llámeselo como quiera, sigue festejando la aparición de la estrella de Belén o quizás el ser supremo se ha farreado hasta las patas por el nacimiento de su primogénito (si esto fuera así, entonces todo nos llevaría a pensar en que Dios había sido bien boliviano). Seré concreto como una bala: dos feminicidios han derramado el tintero de sangre sobre las primeras páginas del año.

Parece que una caricatura de Stephen King plurinacional se ha dispuesto a hacer una película en Bolivia. En Oruro un hombre quema la habitación de su pareja con la intención de achicharrarla dentro. Otro, en Santa Cruz, le prende fuego a la mujer que alguna vez dijo amar. La piromanía boliviana de estos dos hombres es tan deprimente y triste como las disputas mezquinas de los políticos.

Sin embargo, dos similitudes en estos casos piromaniacos agarran por los pelos a cualquier persona. En ambos, el hecho es “justificado” por los celos. Y las dos mujeres han perdonado a sus parejas: películas viejas y de final conocido. “Los celos son hijos del amor, mas son bastardos, te confieso”, escribió Lope de Vega siglos atrás. Los bastardos, siempre los malos.

Dan ganas de cerrar los ojos y quedar ahí, en el limbo. Porque desde el segundo párrafo de esta nota mencioné a Dios y es que creo que Él no debió de enterarse de esto que fue bautizado como feminicidio (muerte de una mujer por cuestiones de género), porque si se enteró y lo permitió, estaría entrando en esa figura legal llamada complicidad. O será que a eso se refieren los religiosos cuando hablan del Juicio Final (¿enjuiciar a Dios?).

Pero prefiero las preguntas teológicas, aunque sean básicas y sinsentido, a ir por otro camino. Es que no creo en la justicia humana, en la terrestre. Lo humano es imperfecto y lo imperfecto es, pues, injusto por definición.

Quizás sea hora de abrir los ojos y mirar: observar y pasar a la acción (como dizque revolucionarios). Pero empezar desde lo íntimo, desde la casa. ¿Qué más hacer? No sé, solo soy un simple hombre con ansias de periodista. No creo en ese feminismo demagógico que se alimenta del odio, y tampoco creo —lo dije antes— en la Justicia. Solo creo que a ratos me dan ganas de subirme a un coche sin rumbo fijo.