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Lula, presidenciable en 2018

En los últimos meses las condiciones de vida en Brasil, con el gobierno de Michel Temer, se han vuelto cada vez más difíciles, lo contrario a lo anunciado por las facciones de la derecha brasileña.

Y si bien los movimientos sociales no han dejado de resistir al llamado gobierno golpista, ahora lo hacen a una escala menor. A través de una propuesta de enmienda constitucional (PEC) se ha congelado para los siguientes 20 años el presupuesto general para gastos públicos, entre ellos, los destinados a la salud y educación; asimismo, el uso ilimitado de internet en el país será eliminado y la nueva edad para optar a la jubilación será a partir de los 65 años, o en su defecto, después de haber aportado durante 49 años.

Antes se podía solicitar la jubilación con un mínimo de 15 años de aportes, con la nueva norma, el mínimo son 25 años de aportes.

Brasil tiene un sistema de alta protección de derechos laborales, herencia de la era gubernamental de Getulio Vargas, que tuvo lugar a mediados del siglo pasado. La única modalidad de contrato laboral actual es por horas/trabajo. El Gobierno se ha propuesto modificar esta modalidad, ampliando, por ejemplo, la jornada laboral de 8 a 12 horas diarias e incluyendo en los contratos laborales dos cambios: por horas de trabajo y por productividad.

La consolidación de esta propuesta representaría un duro golpe a los beneficios laborales ganados en décadas.

Cada propuesta gubernamental, con la mayoría parlamentaria, es materializada sin mayores obstáculos, a pesar de la resistencia popular. Ante este panorama, aún existe dificultad para articular una oposición nacional contra estas medidas “traumáticas”, porque son cambios profundos.

Lo traumático lo perciben los más críticos, los que no son presa del discurso mediático y oficial. En una lógica de dejar pasar los días y meses, la mayoría de la población aún cree que puede mejorar la economía.

Sin embargo, Luis Inácio Lula da Silva está convencido de que puede demoler, de ser elegido nuevamente presidente, estos cambios impulsados por el gobierno que derrocó a su correligionaria Dilma Rousseff. Todo indica que el 20 de enero será proclamado candidato presidencial por el Partido de los Trabajadores (PT).

El liderazgo de Lula articula sectores de izquierda, movimientos sociales y políticos contrarios al actual gobierno. A Lula parece que no le preocupan sus 70 años, realiza prácticas deportivas diarias y visita movimientos sociales y cooperativas productivas cotidianamente; e incluso ha iniciado un proceso en contra de un fiscal por una orden de aprensión en su contra presentada, según la denuncia, sin pruebas fundamentadas. Además, Lula es dueño de consignas propias que sus contendores no pueden arrebatárselas, entre otras el liderazgo internacional que Brasil alcanzó en sus anteriores gobiernos y que hoy se encuentra replegado.

El brasileño, me atrevo a afirmar, tiene una elevada autoestima. Esa característica no ha sido reforzada por el actual gobierno. Al contrario de Lula, quien además de recordarle al país los buenos momentos macroeconómicos que atravesó la economía durante su gestión, enfatiza en sus discursos la pérdida del protagonismo brasileño internacional, recordando que él fue el único presidente brasileño que intervino en conflictos internacionales, muchos de los cuales aún persisten; y que bajo su batuta Brasil fue un excelente jugador en la diplomacia mundial.

* cursa un doctorado en la universidad La Sorbona de París.