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El problema no es Evo

El problema no es Evo, sino el modelo político, social y económico que él promueve desde el 2006.

/ 25 de enero de 2017 / 04:55

Si el Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia llevase por nombre Juan Gutiérrez, fuese de tez blanca y hubiese hecho lo mismo que Evo hizo en estos 11 años de gestión gubernamental, los sectores adversos al Gobierno igualito lo estarían criticando.

Si el presidente Morales vistiera ternos caros y usaría perfumes franceses, pero promovería la nacionalización de los hidrocarburos, los sectores adversos al Gobierno de todas maneras le estarían serruchando el piso. Y si tuviese modales más aristócratas, pero como hoy estaría promoviendo la igualdad de oportunidades y la justicia social, los conservadores lo estarían atacando desde todos los ángulos tal como lo hacen ahora.

Entonces, el problema no es Evo como tal. El problema no es el indígena que no habla en castellano perfecto; ni tampoco es el político que a veces se torna locuaz y se le va una que otra palabra cuando habla de las mujeres. El problema es lo que este indígena y rebelde líder político hace minuto a minuto con el poder que le dio el pueblo.

Dicho de otro modo, el problema no es la ropa ni los modales del Presidente, sino lo que él hace con el poder que le delegaron en varias elecciones dos tercios de bolivianos. En definitiva, el problema no es el Evo como sujeto de la historia, sino lo que este sujeto histórico encarna y viabiliza en representación del más amplio movimiento social que conoció Bolivia.

Una vez más, el problema no es Evo, sino el modelo político, social y económico que él promueve desde el 22 de enero de 2006, una mezcla audaz e inteligente de comunitarismo social con desarrollismo nacionalista, combinación que da a este proceso una dimensión de largo plazo.

El problema no es Evo, sino el modelo político. En consecuencia, quienes desde los partidos y los medios pretenden dar cátedra de política y economía atacando a Evo pierden el tiempo. Con un gramo más de honestidad deberían hablar del modelo. Dedicarse a destriparlo y descomponerlo en sus partes y demostrar —si pueden— que fue un error haber nacionalizado los hidrocarburos, que fue un error convertir en política de Estado la defensa de los intereses nacionales, que fue una metida de pata frenar la injerencia norteamericana y relacionarse en igualdad de condiciones con todos los Estados del mundo.

Si existe capacidad para demostrar que el modelo boliviano es malo y no resuelve los problemas del país, pues que lo digan. Cuando menos este ciudadano sigue esperando que algún opositor haga algo interesante al respecto. En definitiva, el problema no es el sujeto, sino el verbo, como todo lo que trasciende en la historia.

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Bolivia, ¿mejor o peor?

/ 24 de noviembre de 2018 / 04:31

Los primeros escarceos de la lucha política anuncian una pelea casi a muerte para definir a los nuevos titulares del poder en 2019. Mientras que este 2018, en tanto preámbulo de difícil proceso electoral, transcurre con varias interrogantes. Los indicadores y variables más importantes señalan que al esquema gobernante actual aún le alcanza la fuerza para retener el poder por otro periodo. Desde la vereda del frente, muchos análisis sostienen que ya se acumularon demasiados problemas para que la población siga confiando en el MAS.

Más allá de los vaticinios, lo que se necesita en esta hora es que el MAS reflexione sobre el alcance de sus afanes hegemónicos y lo que está dispuesto a jugarse con tal de alcanzar sus objetivos. La oposición también puede dispararse en el pie si sigue negando por consigna los avances de los últimos 15 años. El decir que todo está mal implica adoptar fórmulas de asesores extranjeros, que trabajan para poderes sin rostro visible.

Algo hay que cuidar entre oficialistas y opositores, masistas y antimasistas. Este 2018 estamos un poquito mejor que hace 15 años, cuando la sensación colectiva era de profundo escepticismo, y la palabra crisis asomaba sobre todas las conversaciones en torno a la situación económica, el desempleo y las sombrías perspectivas del país. En esos tiempos ni siquiera el Himno Nacional se cantaba con la motivación necesaria, porque primaba un desánimo colectivo, y el país vivía la fase terminal de una forma de vivir la política.

El boliviano era un Estado tremendamente desorganizado y centralista, que no sabía cómo ni por dónde atender las demandas de Santa Cruz, Cochabamba, Tarija y el resto de los otros departamentos, que crecían en población pero no en proyectos ni obras. Era un Estado que no atendía a las regiones no porque no quería, sino porque no sabía con qué recursos hacerlo. La minería había entrado en declive y lo poco que captaba el TGN, más el sombrero que vergonzosamente se pasaba a la cooperación internacional, apenas alcanzaban para las necesidades urgentes del aparato burocrático central.

La Bolivia de 2018 es distinta a la de 2003; así sea un poquito, pero es distinta. Afirmar que se pudo cambiar un poco a uno de los países más ingobernables y pobres de América Latina es casi un heroísmo. Es obvio que hay mucho por mejorar, pero ya sea el MAS o la organización que tome el poder en 2019 tendrá que entrar en la lógica de la acumulación; es decir, continuar lo que se hizo bien y rectificar lo que se debe mejorar. Ya no estamos para improvisaciones ni aventuras. Llegó la hora de trabajar con una mirada de largo plazo para construir el país que hace mucho nos merecemos.

* Comunicador social y abogado, director de la consultora Luces de América.

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Semilla de la revolución

Tal vez sea hora de replicar la buena experiencia del Café Semilla Juvenil en todo el país

/ 26 de noviembre de 2014 / 04:09

Todo proceso de reformas tiene ineluctablemente actores anónimos que, así sea con un dedal de gasolina, ponen su cuota para que arda la llama de trascendentes procesos de cambio en el mundo. Esos actores anónimos operan de modo inverso a  los actores visibles, quienes todos los días ocupan las tapas de los periódicos y se ponen como referencia directa de los grandes movimientos políticos.

Sea cual sea su motivación, lo cierto es que son reales los albañiles que anónimamente contribuyen a lo que edifica el bien común. De ese modo se convierten en tributarios de la causa que abrazan, tal vez porque la vida y las derrotas políticas del pasado forjaron en ellos una conciencia que los lleva a hacer algo concreto y tangible, trascendiendo el limitado marco de la crítica y el discurso.

Esta presentación es para un pequeño centro cultural que desde 1986 funciona en la calle Almirante Grau como centro de debates y reflexión sobre diversos temas de Bolivia y el mundo. Desde su fundación el Café Semilla Juvenil contabiliza 1.450 charlas-debate y llama la atención la perseverancia de esta iniciativa que no ha parado ni un solo sábado, algo inédito sobre todo si tomamos en cuenta que se trata de un esfuerzo íntegramente privado.

Todos los sábados un letrero es colocado en el frontis de una parroquia católica anunciando la charla de un investigador, una autoridad o un dirigente político que tiene ganas de agitar la polémica. La artífice de este proyecto, que promociona los valores democráticos, es Isabel Viscarra, quien ya dedicó la mitad de su vida a esta iniciativa fundada en 1986 por el sacerdote canadiense Daniel Stretch.

“El café se funda para crear un espacio de amistad, estudio, reflexión, debate y diálogo para tratar la realidad boliviana con sus diversas culturas y matices, para que esta realidad nos cuestione, interpele y hasta nos duela para cambiarla”, sostiene Viscarra y agrega que si no se reflexiona suficientemente sobre los temas de hoy, entra en riesgo la democracia y consiguientemente el proceso que está permitiendo avances para el  pueblo.

Resta saber cuántos conceptos o reflexiones surgieron de las 1.450 charlas del Café Semilla Juvenil. Un balance más minucioso permitiría precisar sus aportes a la vigorización de la democracia boliviana, toda vez que por esas cuatro paredes pasaron Álvaro García Linera, Ignacio López Vigil, el Gral. Edwin La Fuente, Xavier Albó, Juan Ramón Quintana y muchos otros académicos y connotados polemistas.

En el marco de una revolución democrática y cultural tal vez sea hora de replicar la buena experiencia del Café Semilla Juvenil en todo el país, justamente para esparcir, desde el necesario debate y reflexión, una semilla que puede ayudar a robustecer los pilares del proceso actual, y así evitar su desgaste o debilitamiento.

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El fútbol como bálsamo

El Mundial es el gran bálsamo que hace olvidar los problemas que las personas enfrentan día a día

/ 28 de junio de 2014 / 08:34

El Mundial de Fútbol que se disputa en el Brasil es una plausible pausa para bajar las tensiones y fricciones que se viven en el planeta, fruto de las contradicciones económicas y sociales que se agitan en los países, empezando por el anfitrión, Brasil.

Una pelota se pone a rodar intensamente por las canchas al ritmo de habilosas piernas, hasta hacer elevar a las personas de todas las clases y todos los colores al cénit de las emociones con el estruendoso grito de goooooool. Cada bando se pone histriónico cuando la redonda traspone los tres palos. En ese caso no solo son Messi, Neymar o Muller los autores del gol, sino el mismísimo niño/niña que observa el partido en el snack del barrio, el peluquero de la esquina o la empleada que prepara la comida en una residencia. Cuando resulta la maniobra de los cracks, cada niño/niña, hombre/mujer siente haber hecho algo en el hábil zapatazo, o en el cabezazo bien colocado.

El Mundial, en tanto gran arena de los mejores gladiadores/futbolistas del mundo, es el gran bálsamo que hace olvidar o distraer de los problemas que millones de humanos enfrentan en el día a día (escasas oportunidades laborales, desempleo y exiguos ingresos para las mayorías).

Los 22 jugadores que ingresan a la cancha representan en las analogías del tiempo a los mejores gladiadores que en el pasado disponían los emperadores en su afán de dar circo al pueblo, sobre todo cuando el pan resultaba escaso. Hoy los jugadores ingresan a la cancha con balones de fútbol, pero desde la imaginación los vemos ingresar al espacio verde portando lanzas o espadas y con trajes de combate. El partido (o la pelea) será duro, porque algunos combatientes se romperán las piernas, las costillas o la cabeza.

El torneo con 50.000 o 60.000 aficionados dentro es un megaespectáculo, y la televisión lo ritualiza aún más con transmisiones que muestran hasta detalles de los desbordes de emoción. También las cámaras reflejan que a la sede de la cita mundialista solo pueden asistir como espectadores la crema y la nata de todos los países. En los hechos solo pueden poner la nalga en los asientos del estadio quienes absorben el grueso de los ingresos de las diferentes naciones. Los demás, solo por la pantalla chica, y otros ni siquiera eso, porque la televisión por cable es otro negocio, que la FIFA está administrando con excesivo afán de lucro.

La misma FIFA reconoce que el fútbol es un fenómeno de los pueblos, pero en los hechos se esfuerza muy poco para devolver el espectáculo a la gente, y prioriza el interés de las transnacionales, las que no saben con qué manos más contar las ganancias que obtienen de estos eventos internacionales.

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Celac: unirse o morir

Parece quedar fuera de toda duda que el objetivo de este tiempo es la unidad de Latinoamérica

/ 14 de febrero de 2014 / 04:23

Entre todas las miserias generadas por los gobiernos de los últimos 50 años, la que más daño nos hizo fue la incapacidad para unirnos y ayudarnos entre los países de la región, que individualmente representan una pulga para lo que hoy es la economía mundial.

Exceptuando a Brasil, México, Chile y Argentina, el resto de los países de América Latina se quedó en el siglo XIX en materia de desarrollo científico, tecnológico e industrial. Hoy, después de un oscuro periodo y de fuertes resistencias, la región está alzando la cabeza para mostrar su dignidad frente al mundo, a través de esfuerzos de unidad e integración que lanzan un gran mensaje: ¡Latinoamérica se pone de pie!

Lo observado en la II Cumbre de la CELAC permite este optimismo, y si bien el proceso todavía está en curso, parece quedar fuera de toda duda que el objetivo estratégico de este tiempo es la unidad de Latinoamérica, como lo fue para los norteamericanos en el siglo XIX, con la Unión Americana, o para los europeos entre 1970 y 1990, con la creación de la Unión Europea.

En los últimos 12 años, la lucha y reacción de la base poblacional permitió generar procesos políticos de nuevo tipo, que a su vez hicieron germinar liderazgos con mayor legitimidad y representatividad. Fruto de ese despertar son Chávez, Lula, Evo, Kirchner, Ortega y Correa; y con ellos recién se entendió que Latinoamérica es de los latinoamericanos, como Europa es de los europeos. Algo así de elemental.

El proceso de acercamiento fue posible porque se entiende lo que reza la sabiduría popular: “Un colihue (caña) es muy delgado y muy fácil de quebrar, pero si juntamos varios es difícil de doblar”. Durante años fuimos colihues sueltos y maleables, y los colihues sueltos y maleables, representados por gobiernos con escasa legitimidad social, permitían que recursos sean regalados al mundo por míseros centavos; que nuestras industrias —privadas y estatales— naufraguen frente a las transnacionales; que el analfabetismo no se tome como algo escandaloso; y dejaban que la base poblacional marginal del área urbana y rural sea presa de una muerte lenta y silenciosa por falta de alimentación y salud.

Hoy el mundo ha generado poderes muy fuertes que  buscan  perpetuar el control del planeta. Esos bloques son fuertes precisamente porque —como en el caso de Estados Unidos o la Unión Europea— expresan la unión de varios estados dentro de sí, lo que crea para ellos una descomunal sinergia política frente al mundo. Ante eso, la respuesta lúcida son los procesos generados por la Unasur, la CELAC y el Alba, que van tras la integración y la unidad.  En todo caso esa unidad debe avanzar con más celeridad, porque la consigna es “unirse o morir”, ya que vivir por mucho tiempo pobres es una forma encubierta de morir.

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