Icono del sitio La Razón

El origen tiwanacota del Ekeko

Cuando el famoso historiador inglés Arnold Toynbee dijo en 1951, en su libro A Study of History refiriéndose a Tiwanaku que “la ciudad desierta cuya estupenda albañilería es la más notable de todos monumentos tempranos de la civilización andina en el altiplano”, no exageró en absoluto.

La investigación arqueológica llevada adelante posteriormente por Carlos Ponce Sanginés, y coadyuvada por el descubrimiento de la datación radiocarbónica, reveló que Tiwanaku fue la civilización preinkaica más avanzada de Sudamérica y que conformó un Estado que cubrió un territorio de 600.000 kilómetros cuadrados. También fue la cultura con mayor duración en la región, ya que apareció como una aldea hacia el año 1580 antes de Cristo, se convirtió en un Estado a principios de nuestra era y finalizó el año 1187.

Tiwanaku tuvo importantes logros tecnológicos, artísticos, sociales y políticos, muchos de los cuales fueron empleados posteriormente por el Estado Inka, que duró solo un siglo, entre los años 1438 y 1532, terminando a causa de la conquista española. En ese sentido, una analogía con civilizaciones antiguas del viejo mundo podría ser así: Grecia fue a Roma, lo que Tiwanaku fue a Inka.

Uno de los elementos comunes a las civilizaciones Tiwanaku e Inka fue el Ekeko o Ekako, originalmente perteneciente a la mitología tiwanacota, y que modificado formó también parte de la mitología inkaica.

El Ekeko corresponde a las épocas IV y V de Tiwanaku, vale decir entre los años 724 y 1187 de nuestra era. Se descubrieron ekekos en Tiwanaku, y seis estatuas fueron encontradas en la isla Titikaka, hoy Isla del Sol, por lo que se presume que en ese lugar estuvo su santuario.

El Ekeko tiwanacota es por lo general, una escultura en piedra que mide entre 43 y 47 centímetros de altura y representa a un hombre jorobado de cuclillas, que lleva una banda cefálica y en la mano derecha sujeta un caracol que sirve de trompeta. Estaba vinculado al trueno, al rayo, a la lluvia y por lo tanto a las buenas cosechas y la prosperidad.

El sacerdote Ludovico Bertonio, cuyo Vocabulario data de 1612, señaló que Ekeko y Tunupa son un mismo personaje: “Dios fue tenido de estos indios uno a quien llamaban Tunupa, de quien cuentan infinitas cosas. En otras tierras o provincias de Perú le llaman Ekako… uno de quien los indios antiguos cuentan muchas fábulas y muchos, aún en este tiempo, las tienen por verdaderas”.

Durante el inkario el Ekeko experimentó un cambio tanto en el material usado, como en lo estilístico. Los inkas elaboraron figurillas de ekekos de cuatro centímetros, de oro, plata y cobre, representando a hombres jorobados desnudos, de pie, con el pene erecto y un tocado en forma de cono.

Cabe recordar aquí la historia del Ekeko de 15 centímetros, tallado en piedra negra, que fue devuelto a Bolivia por el Gobierno de Suiza hace un par de años, la que fue relatada por Carlos Ponce Sanginés en su libro Tunupa y Ekako. Ese Ekeko fue llevado a Europa por Johann Jakob von Tschudi en 1858, quien tras emborrachar con cognac a los indígenas de Tiwanaku que lo resguardaban, compró la pieza. Al respecto, el estadounidense John Rowe opinó que se trataba de una pieza correspondiente a la cultura Pukara, dato erróneo y que se puede descartar fácilmente porque en la cultura Pukara no se encontraron efigies de jorobados, las que sí son frecuentes dentro de la cultura Tiwanaku.

Resulta interesante que en el siglo XIX el Ekeko haya vuelto a aparecer en la ciudad de La Paz, pero con nuevos cambios, esta vez representando a un varón vaciado en yeso y apropiadamente vestido, seguramente para no atentar contra la moral católica impuesta. Esta figura fue cargada posteriormente con alimentos y enseres en miniatura y en la actualidad, cada 24 de enero, es la figura central de la festividad paceña de Alasita. El Ekeko ha ganado popularidad con el tiempo y hoy en día tiene acólitos no solo en Bolivia, sino también en el extranjero.