Industria
En cuanto a Podemos, si bien como organización ha dejado ya de sernos útil, sus individualidades nos proporcionan un relato novelesco situado al nivel de las mejores series de televisión, a las que sus líderes se confiesan adictos.
Los partidos políticos de izquierdas no logran ponerse a la altura dramática de sus líderes. Fíjense en Pedro Sánchez, que después de traicionar a su electorado y de venderse a sí mismo pactando con la derecha, fue a su vez apuñalado por los más próximos: los Hernando, los Luena, los López… En 24 horas pasó de ser un secretario general a convertirse en un paria, en un outsider, en un detritus procedente de la implacable combustión de la gestora.
Pero ahí lo tienen, renacido de sus cenizas, luchando contra un aparato que carece de límites morales o sintácticos, confiando exclusivamente en las bases, tan volátiles como los mercados, pues se juega a las primarias con el modelo de la Bolsa, que a su vez se inspira en la ruleta. Pero Sánchez dice que ha visto agua en la piscina, que es como el que ve un oasis quizá irreal en el desierto, y se ha lanzado al vacío.
Comienza a interesarnos por eso, por el carácter alucinatorio de su empresa. Es un héroe sombrío en el que tanto si gana como si pierde se cumplirá un destino fatal.
En cuanto a Podemos, si bien como organización ha dejado ya de sernos útil, sus individualidades nos proporcionan un relato novelesco situado al nivel de las mejores series de televisión, a las que sus líderes se confiesan adictos.
No nos quitan el frío provocado por el precio del vatio, que ha superado al del caviar, pero proporcionan un espectáculo al alcance de todos, basado en los esquemas tradicionales de aquella narrativa de taller en cuyo núcleo aparece siempre un protagonista y un antagonista, sin que ello impida el desarrollo de tramas secundarias protagonizadas por personajes trágicos, tipo Urbán o Bescansa. La izquierda, una vez más, en el centro de la industria del entretenimiento.
Es columnista de El País.