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El mundo está cambiando

Parecía que la hiperglobalización económica, cultural y tecnológica vino para eternizar su diseño multipolar del mundo, abriendo sus compuertas con la fórmula de tratados de libre comercio que le permiten a un país relacionarse bilateralmente con otros muchos, o multilateralmente con distintos esquemas en un sistema de regionalismo abierto. Un arrasador y desigualador sistema-mundo que, con toda su energía, no pudo sin embargo librarse de resistencias ciudadanas y estatales con constitucionalismos garantistas de los derechos humanos y de la naturaleza.

No ha transcurrido ni medio siglo y ya estas coordenadas están mutando. El mundo está cambiando por el reacomodo de los poderes que digitan sus destinos. Este mundo se caracteriza por transiciones situacionales, como las que destaco: i) vivimos una situación de desorden mundial; ii) los epicentros tienden a ser bireferenciales; y iii) América Latina está siendo empujada a una situación de inestabilidad destituyente.

El desorden mundial se plantea a partir de diversas líneas de interrogantes, una de las cuales radica en la política ultraproteccionista del modelo Trump, que le pone límites nada menos que al libre comercio, eje organizativo del mercado internacional. Tras su renuncia al Trans Pacific Partnership (TPP) y los cuestionamientos al acuerdo comercial con México y Canadá (NAFTA), ¿qué viene ahora?, ¿cómo debemos interpretar la construcción de muros de contención a los desplazamientos comerciales y humanos, a los que con desprecio racista se califica de ilegales sin importar los consensos mundiales en temas de migración? El mundo de las interconexiones está pasando de la extroversión a la introversión, junto con el retorno a las republiquetas neoliberales aggiornadas en prácticas exclusivistas, como la pretensión de un Mercosur acotado.

Las aguas no corren mansas sino frenéticas y perturbadoras, puesto que la inseguridad, la violencia y las luchas religiosas y étnicas solo se reacomodan a la par del armamentismo mundial que parece no querer ponerse límites. El mundo, además por los efectos devastadores del cambio climático producto del voraz apetito del capitalismo, es, con todo, un lugar peligroso.

No existe un solo epicentro mundial referencial. Washington sigue siendo y ya no tanto. Bruselas se tiene que replegar en la solución de las vulnerabilidades europeas expresadas en el Brexit y en la tentación de receso a la visa Schengen para controlar el paso de los desplazados con fronteras reforzadas. Moscú renace navegando entre dos aguas. Y Pekín gana fuerza referencial económica y política expansivamente en distintos escenarios, condicionando un mundo bipolar, con todas las características relacionales y esquizofrénicas que supone el concepto, porque la reubicación de los poderes en el mundo no significa abdicación de liderazgos, sino su reconstitución.

En este contexto de inestabilidad prolongada, sistemática, persistente y profunda, ¿para dónde giran los ejes de América Latina? Si nos dejáramos guiar por los giros del desorden del mundo bipolar, tendríamos que admitir como naturales la reprimarización de nuestras economías, la erosión de los liderazgos nacionales y regionales, los procesos destituyentes de nuestras democracias, la hostilidad xenofóbica hacia nuestros ciudadanos, y la clasificación de nuestros países como preferenciales o descartables. Eso, o caminar acompasados por nuestros propios latidos, activando la geopolítica integracionista solidaria sur-sur, recogiendo los sentidos de las movilizaciones contra la regresión empobrecedora, y fortaleciendo nuestros sistemas políticos y económicos plurales, nuestros.