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La política del mal vecino

La política del buen vecino fue una iniciativa del presidente Franklin D. Roosevelt. En lo referente a sus relaciones con América Latina durante los años 1933-45, pretendió dejar atrás las frecuentes intervenciones de Estados Unidos en los asuntos internos de la región. La Guerra Fría puso fin a esta inédita cara de la diplomacia estadounidense, desplazada rápida y efectivamente por la hegemonía de la pax americana. Hoy vemos el surgimiento de la práctica opuesta, la mala vecindad.

El orden mundial de la pax americana descansaba sobre relaciones de poder mantenidas ora por el liderazgo estadounidense, ora por la coerción y ocasionalmente por la fuerza. Cinco fueron sus pilares: 1) Principios políticos liberales, 2) Ideología de libre mercado, 3) Relaciones asimétricas de producción, comercio y poder político entre Norte y Sur,  4) Instituciones dominantes derivadas del sistema de Bretton Woods —FMI, Banco Mundial, predominio del dólar— y 5) Bipolaridad geopolítica. Este notable cuadro de ideas, instituciones y condiciones materiales, que caracterizaron al menos medio siglo del orden mundial, ha dejado de ser.  

Y la presidencia de Donald Trump viene a ser una respuesta contradictoria y tardía a la pérdida de hegemonía. Marca un intento de reflujo y reagrupación proteccionista ante un mundo considerado hostil y amenazante. Basta ver sus promesas electorales, la composición de su gabinete y las primeras políticas migratorias. Tanto en su discurso como en la práctica política, la visión de Donald Trump y de sus seguidores es reaccionaria en el pleno sentido de la palabra. De hecho, ya podemos hablar del inicio de una política del mal vecino.

Trump marca un giro hacia el fascismo. Otros le han precedido en el poder por medio de las urnas. Hitler y Mussolini, fueron igualmente electos y contaban con apoyo de amplios sectores de la clase media y trabajadora. Ambos tuvieron un discurso ultranacionalista, reivindicativo, victimista, revanchista y antiliberal.  Ambos implementaron paulatinamente políticas de discriminación, odio institucionalizado, y la violencia indiscriminada contra los grupos definidos como enemigos del estado.

De ahí que Trump y sus seguidores hayan identificado al islamismo y los inmigrantes, a los medios de comunicación y a los jueces liberales como amenazas. El fascismo aprovecha demagógicamente los sentimientos de miedo y frustración colectiva para exacerbarlos mediante la violencia, la represión y la propaganda, y los desplaza contra un enemigo común que actúa de chivo expiatorio. Este también es el discurso emergente de la extrema derecha europea (en Holanda, Austria, Francia), de la coalición de gobierno israelí y hay indicios de que se viene extendiendo en el hemisferio Sur a partir del resabio antidemocrático de las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX (por ejemplo, en las Filipinas).

Casi como por efecto de un reflujo natural, el país que con su poderío, voluntad e ímpetu intelectual modificó el orden mundial, de acuerdo con sus propios valores, ahora encabeza su desmantelamiento. Al parecer, la fórmula del mal vecino es la solución que Trump encuentra para forzar una ilusa simetría comercial con algunos socios como China y México e imponer su visión selectiva contra el Islam. Ya no son el libre comercio, ni el derecho internacional, mucho menos la democracia liberal los principios que evocan y sustentan su política exterior. Estos principios han sido sustituidos por la unilateralidad, la falta de diplomacia, la amenaza, el desprecio a lo diferente, y la verdad ha sido superada por los “hechos alternativos”. La idea de la libertad —siempre tergiversada según los intereses de la realpolitik— ha sido desplazada por la idea de grandeza.       
Ni faro que ilumina al mundo con sus logros, ni cruzado en pos de sus prescripciones. La nueva introversión de Estados Unidos se vuelca ahora a la empresa singular e ingenua (por no decir, utópica) de crear una nueva y próspera homogeneidad “americana”. Enfrentado a una situación de incertidumbre estratégica y desconocimiento de la dinámica socio-económica que determina los parámetros de evolución de la producción y circulación de bienes y servicios en la economía, Trump ha optado por abandonar y combatir (en lugar de profundizar) algunos valores ya muy difundidos en el mundo pese a la perenne resistencia de los poderes establecidos. Entre ellos, los principios de libertad, democracia, supremacía de la ley, solidaridad y aprecio a la diversidad.