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Corea del Norte: alerta nuclear

Quizá el 10 de febrero pasado ocurrió el signo que será el  mayor riesgo para la paz mundial en la era de Trump, con el lanzamiento del misil Pukguksong 2 cuya capacidad de impactar a 500 kilómetros de distancia se evidenció al caer en el Mar de Japón. Un mensaje tenebroso al presidente de Estados Unidos reunido en Florida, precisamente en esa fecha, con el premier japonés Shinzo Abe. Así continúa la terca carrera que emprende la República Popular de Corea (RPDC) para ingresar al exclusivo club del poder nuclear, como también demuestra su quinto ensayo llevado a cabo el 9 de septiembre de 2016, cuya detonación fue 15 veces mayor a la bomba arrojada en Hiro-shima. Añádase a ello las 22 pruebas de lanzamisiles submarinos, no obstante la terminante advertencia decidida al respecto, por el Consejo de Seguridad. Proeza singular protagonizada por uno de los países más pobres del mundo, que encabeza la lista de los parias del planeta. Aislado diplomáticamente, ha hecho de su poderío militar la prioridad principal en ese régimen de la dinastía comunista más durable. En efecto Kim Jong-un, a sus 32 años, es el tercer Kim que asumió el mando absoluto desde 2011.

Gordiflón, con sus cabellos rebeldes en permanente erección, fue educado en Suiza, donde absorbió su impecable francés. Se le atribuye una crueldad sin remilgos, que incluye la ejecución de Jang Song-thaek, su tío carnal, apenas sospechó un tris de deslealtad. Parecida suerte corrió su medio hermano Kim Jong-nam quien hace pocos días (14 de febrero) fue asesinado en el aeropuerto malasio de Kuala Lumpur, por dos mujeres que supuestamente lo neutralizaron usando gases venenosos o inyecciones letales, con la rapidez y destreza de los mejores matadores en novelas policiales. La estructura del control estatal de ese pueblo de 23 millones de habitantes descansa en el culto del secreto de Estado en todas las instancias de la vida ciudadana, en la elevación a la categoría de mito la independencia nacional, ensartada en una chanfaina ideo-lógica denominada el “juche” cuyo credo primordial es la autarquía endógena.

Una excusa para desdeñar su aislamiento del mundo, comenzando por la infranqueable frontera que lo separa de la parte sur de la península, que encierra la próspera Corea del Sur. Entretanto, el discurrir cotidiano continúa imperturbable en esa nación misteriosa sin servicio popular de internet, ni de llamadas internacionales, donde los exiguos visitantes extranjeros son escoltados permanentemente en sus desplazamientos. Aislada del mundo, la RPDC, se apoya en China como su único aliado, que, entre otros auxilios, le procura puentes bancarios para su comercio exterior y el fluido petrolero para su economía. Aunque para Beijing su pequeño hermano rojo es un socio difícil de controlar, no obstante las sanciones impuestas a la RPDC por el Consejo de Seguridad de la ONU, a las que no se ha opuesto China, han resultado ineficaces. El atrevido comportamiento actual de Kim Jong-un coincide con el deterioro político que atraviesa Corea del Sur, debido a los escándalos de corrupción protagonizados por su presidenta Park Geun-hye. Las próximas elecciones se espera sean ganadas por algún candidato más benigno con Pyongyang, cuando todo indica que su tenebroso líder máximo ha consolidado el control político y militar de su enigmático país. Como corolario de éstas reflexiones solo queda aguardar que cualquiera sea la actitud que adopte Trump frente a esta fresca contingencia, sea serenamente razonada frente a un adversario que, acorralado, tendría como única respuesta una reacción desesperada de inauditas consecuencias para la paz mundial.