Alivio de Carnaval
El Carnaval tiene la virtud de modificar actitudes y comportamientos
Si hay una fiesta cuya centralidad en la cultura boliviana es indiscutible, esa es el Carnaval, temporada de jolgorio que ordena el calendario al extremo de que no faltan actividades que solo comienzan pasada esta festividad. En el lado malo, eso es un perjuicio para la productividad en el país; en el bueno, es el tiempo en que tensiones y conflictos disminuyen.
En efecto, es probable que la última vez que se recuerde graves tensiones sociales durante el fin de semana de vísperas de Carnaval sea febrero de 2003, cuando ni siquiera la tradicional válvula de escape que la fiesta de origen romano otorga cada año sirvió para disipar el enojo colectivo que llevó a las trágicas jornadas que se vivieron entonces y que, meses después, se convirtieron en la movilización popular que terminó forzando, en octubre del mismo año, la renuncia y huida del entonces Presidente, Gonzalo Sánchez de Lozada.
Más acá en el calendario, han sido numerosos los conflictos sociales que, literalmente, se han puesto en pausa durante los cuatro días de fiesta (en rigor, el Carnaval se celebra los días lunes y martes, pero el fin de semana previo siempre es propicio para iniciar los festejos), y este año no ha sido diferente, ya que como si fuese pura casualidad, el jueves el Gobierno ha logrado un acuerdo con los cocaleros de Yungas para posibilitar el incremento de los cultivos de la “hoja sagrada”.
El Carnaval tiene la virtud de modificar actitudes y comportamientos siquiera durante unos pocos días, recordándonos lo importante que es para cualquier cultura la fiesta y el jolgorio, ámbito donde se transgrede la normalidad —a menudo con la mediación del alcohol— haciendo luego tolerables las cargas de la cotidianidad.
Sin embargo, al margen de todos los aspectos positivos de la fiesta, ampliamente estudiados por las ciencias sociales en todo el orbe, y refrendados en hechos como otorgar el carácter de “patrimonio oral e intangible de la humanidad” a algunas de sus manifestaciones, como la entrada folklórica de Oruro, por ejemplo, las carnestolendas también pueden ser motivo de dolor y pena.
Considérese, en primer lugar, el hecho de que algunas actividades productivas pueden estar sometidas al calendario y la posición del Carnaval en este, como ya se ha dicho más arriba. En segundo lugar, el hecho que la tradición dicta incrementar el consumo de bebidas alcohólicas —y a veces otras sustancias, por más ilícitas que sean—, lo cual inevitablemente conduce a toda clase de excesos, la mayor parte de ellos dañinos para los individuos y la sociedad, incluyendo toda clase de violencias públicas y privadas, crímenes y accidentes variados.
Tiene, pues, el Carnaval ventajas y desventajas, que deben ser bien evaluadas desde la gestión de políticas públicas, pensando, fundamentalmente, en la necesidad de evitar que los excesos que habilita puedan dañar el desarrollo social.