Réquiem político comunicacional
Que el Gobierno recupere las riendas de una comunicación política estratégica.
Son varios los hitos en materia comunicacional que en los últimos 11 años han marcado y determinado la huella que deja el denominado proceso de cambio en la historia de la comunicación de nuestro país. A no negarlo, este Gobierno ha reconstruido la relación del Estado con el periodismo y la comunicación. Tal verdad de perogrullo no es propiedad exclusiva de esta gestión; desde la comunicación política se sabe que la relación entre actores políticos y mediáticos es uno de los principales ejes sobre los cuales se cimentan las dinámicas del poder. Pero dadas las circunstancias, no está demás recordarlo; a tiempo de poner en contexto los últimos sucesos televisivos.
Bastante se ha dicho ya en referencia al cuestionado género periodístico (¿propagandístico o comunicacional?) de una de las “entrevistas” más sonadas de los últimos tiempos, reproducida hace dos domingos, en ATB. Al respecto, huelga decir que la respuesta de que existen varios formatos posibles de entrevista, no convence. También se ha hecho bastante referencia al anonimato de la persona que realiza la entrevista; ante lo que es preciso señalar que el argumento del amparo de la Ley de Imprenta en este caso responde a una incorrecta lectura sobre lo que constituye una fuente. También se ha hablado bastante sobre la inusual práctica de pagar por una entrevista ya realizada para su difusión; sobre la que corresponde señalar que es, cuando menos, inaudita. Finalmente, se ha cuestionado ampliamente la edición del contenido por propia mano de un alto cargo jerárquico del canal, situación que también, mínimamente, maximiza la atención sobre la afamada pieza.
No obstante, no es de estos cuatro aspectos de sobra conocidos en torno a la pieza difundida sobre los que se busca ahondar sino, más bien, llamar la atención hacia la evaluación de impacto que hicieron diversos actores que trabajan en la comunicación estratégica política del Presidente y del Gobierno nacional, luego de difundida la pieza. Así, pensar —a esta altura del partido— que ese acto comunicacional pueda haber tenido algún tipo de impacto favorable a la imagen del Presidente o del Gobierno es simplemente un despropósito o una ceguera. Por el contrario, me animo a creer que quienes aún no estaban decididos a formar parte de la marcha que reivindicaba el No del 21F terminaron de animarse la noche del domingo 19 de febrero.
Las características mencionadas anteriormente, sumadas a un ánimo sectorial previo a la conmemoración de una victoria en urnas, demandaban por parte de cualquier operador político mediático medidas de menor (mal) impacto y de mayor capitalización de lo que irremediablemente goza de buena prensa en este Gobierno. El momento en que “se toca fondo” difundiendo una pieza de las burdas características que tuvo dicha “entrevista” es tiempo de hacer un réquiem por dos parcelas vecinas pero en continua oposición: uno para que el Gobierno recupere las riendas de una comunicación política estratégica (un golpe de timón en el ministerio del área no solo es urgente, sino que hasta posible tras el cambio de gabinete) y otro para que desde el periodismo encontremos la manera de salvarnos de la anomia comunicacional en la que, por acciones/omisiones propias y del Gobierno, estamos anclados.