Voces

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La discapacidad: un asunto privado

El Estado lo toma como una problemática marginal a sus políticas y servicios.

/ 4 de marzo de 2017 / 08:17

Un alta en la sala de maternidad por lo general es el inicio de muchas noches sin dormir entre miedos injustificados y llantos nocturnos que tarde o temprano se tranquilizan con las recomendaciones y consejos de suegros, familiares, amigos y especialistas. El que fue padre o madre lo sabe… y hasta nos produce ilusión recordarlo.

Sin embargo, el panorama puede ser muy distinto para una familia que recibió con el nuevo ser el diagnóstico de una discapacidad. De pronto la incertidumbre y el temor se encuentran con silencios incómodos y penosas explicaciones clínicas que dejan muchas veces más preguntas que respuestas. En ese momento, todo se vuelve una realidad extraña, personal y privada en la que la peregrinación por soluciones está mezclada con muchas emociones inexplicables que ni el sistema educativo ni de salud resuelve.

Pero, ¿por qué esto tendría que ser un problema social? Muchas personas se lo preguntan. En principio por una simple cuestión de derechos humanos y porque la discapacidad es inherente a estar vivo por diferentes factores, incluida la vejez.

Tal vez pocos sepan del Informe Mundial sobre la discapacidad prologado con tanto gusto por el astrofísico Stephen Hawking que vive en una silla de ruedas rodeado de asistentes personales porque sufre una neuropatía motora. Enfatiza que la discapacidad no debería ser un obstáculo para el éxito pero también reconoce la suerte que tuvo en relación a la gran mayoría que cotidianamente sobrevive a la exclusión y la marginalidad en la prestación de todos los servicios, pese a que probablemente sea la población que requiera mayor inversión económica y de esfuerzos a nivel público para minimizar el costo social y económico que genera su invisibilización.

No es gratuito que este tema haya sido de preocupación de las Naciones Unidas y de muchos gobiernos en el mundo. Descubrieron que resulta una carga social y económica mayor ser indiferente a las necesidades de las personas con discapacidad porque al no procurar servicios de habilitación y rehabilitación disminuyen la capacidad productiva de esta población y su sostenimiento empobrece la economía privada de sus familias que en muchos casos sacrifican a uno o más de sus miembros en la atención de la persona. En otras palabras, porque los circuitos de violencia y pobreza que se generan en torno a la discapacidad baja la productividad de la población en general.

En Bolivia, un millón y medio (15%) de personas de manera directa y muchas más si contamos a sus familias, según la OMS, están afectadas por una discapacidad. Y a pesar de que más del 80% de las discapacidades se generan a lo largo de sus vidas y se podrían prevenir: desnutrición, accidentes en casa, de tránsito y en el trabajo, negligencias médicas, secuelas de enfermedades, adicciones, enfermedades de transmisión sexual, el estilo de vida urbano sobre todo y pobreza; aún el Estado lo toma como una problemática marginal a sus políticas y servicios.

El diseñar modelos de atención integral abre la posibilidad de crear nuevas fuentes de trabajo en servicios de salud y educación, además de mejorar la capacidad productiva de las personas con discapacidad.

El ser solidarios con las personas con discapacidad es al mismo tiempo ser solidarios con nosotros mismos y nuestro bienestar colectivo. El desarrollo humano no es un gasto, es una inversión.

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La madurez del pop latino, Juanes

El hombre de la camisa negra ya cuenta con una abultada carrera sobre las espaldas que lo autoriza a ser un referente del continente.

/ 5 de marzo de 2017 / 04:00

Escuchar a Juanes hablar a su banda en un ensayo es una exhibición de lengua colombiana y una síntesis de su cóctel musical de folklore y modernidad. “No como tan rockero, me entendés, sino más caribeño”, cuando pide un cambio de tono. “¡Hágale!”, porque le gustó el cambio. “La intro me la imagino grooveadita, chévere”, dice luego. “Como con más saborcito, no sé si me entendés, algo bien saboreao”, añade con la cabeza baja, imbuido en la melodía. “¡Siempre se me olvida esta huevonada!”, cuando pierde un detalle de la letra y se echa a reír.

La sala de ensayo de su estudio en Miami es un amplio cuadrado con unas lámparas de diseño contemporáneo que penden del techo como medusas venidas del espacio sideral. El suelo de hormigón está mullido con alfombras de estilo persa. Juan Esteban Aristizábal Vásquez (Medellín, 1972) viste una chaqueta vaquera sin mangas, pantalón negro y unas dolce & gabbana plateadas que le dan un aire de muchacho guitarrero de barrio con zapatillas de astronauta.
Hola, soy Juan —saluda.

Pelo corto, barba sin mayores cuidados, delgado, menudo y con una expresión pícara y noble que emana carisma natural, Juanes, el icono del pop latino que arrasó con La camisa negra, Volverte a ver o A Dios le pido, vuelve con un álbum que suena igual de latino pero más urbano, más global: “Mis planes son amarte” (Universal), con un primer sencillo sensual y con gancho titulado Fuego que la discográfica ha adelantado con éxito, y una película que relata en paralelo los 12 temas musicales.

“La idea romántica del disco ya no existe”, dice. “La gente hoy está siempre metida en el teléfono y hay que ser más creativos, darle contenidos chéveres. Y nos pusimos con el director, Kacho López, a contar la fantasía de un astronauta que aterriza en Colombia buscando a una diosa indígena. Un concepto inspirado en ‘Una odisea del espacio’, de Kubrick, entre el sueño y la realidad”.

Juanes empieza la entrevista tratando de hacer cafés para la concurrencia en una barra diseñada por él como una superficie de fundas de guitarra. Se sienta y se pone a hablar de sus influencias de niño, como la música de cantina colombiana o Carlos Gardel, la obsesión de su hermano mayor. Esas eran las preferencias en su casa. “Y cuando llegaba al colegio era un choque cultural muy berraco (difícil) con aquellos compañeros que me hablaban de Luis Miguel y de los fenómenos teenager”. En la escuela, el futuro ídolo de millones de adolescentes se sentía como un viejo tanguero porteño incomprendido por los jóvenes.

Lo popular, latinoamericano y colombiano, le dio el sustrato. “Crecí con eso, con las huascas, las carrileras, las rancheras. Siempre estuve y estaré conectado con ese sonido medio vintage, un poquito vieja guardia, que es como una caidita en la guitarra eléctrica, ¿me entendés?”. La hibridación con la guitarra y el rock empezó en su adolescencia, cuando se volvió “enfermo con el metal”. “Pasé de la música folklórica al heavy más pesado. Pero más adelante sentí que no podía renunciar a mis esencias y fui mezclando lo latino con rock, funk, salsa, cumbia. Y eso sigo haciendo. Soy la mezcla de todo eso, lo más pueblo y lo contemporáneo”.

¿Cómo se siente profesionalmente?

Me siento en el mejor momento, hermano. Artísticamente pleno, a gusto con la gente con la que estoy tocando y disfrutando el proceso de hacer música. Me siento más libre, tranquilo. Como que en la carrera te cansás y decís “¡pucha, tengo que correr!”. Ahora no, ahora quiero disfrutar el proceso. El proceso.

Ha cambiado.

Aprendés de la vida, vas teniendo más claridad, cada vez te conoces más. Hoy sé mejor lo que me gusta y lo que no me gusta, lo que yo quiero experimentar musicalmente. Es muy chévere tener esa seguridad.

¿Y qué es hoy la música latina?

Para mí lo latino es la mezcla de lo africano con lo indígena, y con elementos del mundo anglo del rock. Música latina no es solo reguetón. Es hip-hop, es trap, es punk, es death metal. La música latina no es simplemente sonreír y bailar, no es música de verano. Tiene de todo, todo lo que vos querás. Pero sí, claro que los latinos somos unos personajes y gente animada, felices aunque no estemos felices, echados palante. Claro que hay ese fuego chévere ahí.

¿Siempre le gustó el mundo de los cosmonautas?

Me vuelve loco, ¡uf!, me encanta.

¿Desde cuándo?

Toda mi vida me gustó eso, pero más desde lo que me pasó hace cinco años en Ginebra. Era de noche y estaba en el balcón de la habitación del hotel. De repente veo cinco luces en el cielo. Una cosa espectacular. Pensé que eran cinco aviones que iban a aterrizar en Ginebra, pero me doy cuenta de que no se movían ni hacían ningún tipo de ruido, y empezaron a moverse como por GPS, armando unas figuras geométricas rarísimas. Duró unos minutos y ¡fah!, desaparecieron.

¿Cree que eran ovnis?

Yo no sé qué vi. Humano no era.

¿Cómo está Medellín ahora?

—Olvídate, otro cuento. El tema social sigue complicado, para qué te voy a decir mentiras. Aunque ya no hay un problema como el de Pablo Escobar, el tema del narco no se ha podido parar y hay miles de pablitos chiquitos y otras bandas criminales. Pero la ciudad ha evolucionado mucho, arquitectónicamente, en su estructura, en la mentalidad de la gente. Medellín se ha superado.

¿Y cómo ve el fenómeno de las series sobre Escobar?

Me molestó, rehusaba ver esa vaina de El patrón del mal. Pero la gente insistía, me puse a verla y me metí una enganchada tenaz con ese actorazo que es Andrés Parra. Pero me preocupa que los pelaos jóvenes vean eso como modelo, porque el trabajo que se ha hecho para superarlo es muy hijueputa. Eso fue hace 30 años, no jodan más con eso. Pero bueno, es digestión histórica.

En octubre, el día en que Colombia votó No en referéndum al acuerdo de paz logrado por el Gobierno con la guerrilla de las FARC, Juanes volaba a México y supo el resultado al aterrizar. “Sentí ganas de ponerme a llorar”, dice. “Me dio muy duro. Mi mamá y mis cinco hermanos votaron todos por el No, y yo voté por el Sí. Ese es el reflejo de todas las familias de Colombia, un país absolutamente polarizado y en el que, más que gente que no quiera paz, hay mucha desinformación. Pero con el tiempo he ido entendiendo que quizás es mejor que haya sido así para que se puedan renegociar y ajustar algunas cosas”. En diciembre viajó a Oslo para tocar en la entrega del Nobel de la Paz al presidente colombiano Juan Manuel Santos, que elogió su compromiso: “Fue uno de los compañeros en la senda de la paz”.

Juanes celebra que su país esté resurgiendo, “que se esté incorporando al engranaje global”. “Por ejemplo, yo si hoy estuviera empezando en Colombia quizá no tendría que irme para encontrar mi camino. Pero cuando estaba allí en 1997 no veía ninguna salida. Ha cambiado la dinámica”. Ahora ve una sociedad “conectada”, llena de talento que en parte cree que ha fraguado como “vía de escape” a la violencia. Para abstraerse o lidiar con tantos años de dolor terrenal, todo colombiano, como Juanes, se ha tenido que volver su propio astronauta.

Y usted va bien.

Yo voy fluido, hermano —ríe el cosmonauta de Medellín—. Voy en un cohete. l

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